Las votación de este domingo en Francia ha dado un vuelco sorpresa al escenario que arrojó la primera vuelta de las legislativas anticipadas.

Porque aunque ninguna encuesta vaticinaba una mayoría absoluta de la ultraderecha capaz de darle el gobierno a Jordan Bardella, los pronósticos eran mucho mejores para Agrupación Nacional (RN). De la histórica victoria el pasado domingo ha quedado relegada a la tercera posición, con algo más de 130 escaños según los sondeos a pie de urna, por detrás del Nuevo Frente Popular (NFP) y los centristas de Juntos.

El voto estratégico que impulsó la alianza táctica y tácita entre la coalición de izquierdas y el bloque macronista se ha demostrado efectivo para mantener el cordón sanitario a la ultraderecha. Parece haber sido determinante en el fiasco de los de Le Pen el desestimiento en las triangulares gracias a este "frente republicano".

Las retiradas de candidatos en las distintas circunscripciones de entre las quinientas que este domingo repartían escaños ha permitido preservar el muro frente al lepenismo, que parecía condenado a la obsolescencia. También ha tenido una incidencia capital en el freno al RN el sistema electoral francés de doble vuelta, que permite ese voto estratégico, y la gran participación de casi el 70% del censo, la cifra más alta desde 1981.

Es recomendable en cualquier caso atemperar el triunfalismo. Porque, con todo, la ultraderecha ha mejorado notablemente sus resultados. Y porque el ganador de las elecciones (con alrededor de 180 escaños según las proyecciones) es una alianza que incluye elementos de izquierda radical y antisemita, lo cual no permite albergar demasiada tranquilidad sobre el futuro de Francia.

Sí debe matizarse que no necesariamente la evitación de la temida cohabitación entre Macron y un primer ministro de extrema derecha va a trocar en otra con un primer ministro de extrema izquierda.

Porque aunque La Francia Insumisa representan la mayor parte del NFP, este tiene un carácter heterogéneo. La alianza incluye a los socialdemócratas del Partido Socialista, que habrían obtenido un resultado por encima de los 60 diputados, no muy lejos de los aproximadamente 70 que habrían logrado los radicales.

El Partido Socialista, que ha mejorado sus resultados en las europeas de la mano del liderazgo del reformista Raphaël Glucksmann, ha contribuido a templar las posiciones extemistas de su compañero de coalición. Glucksmann replicó el discurso triunfal de Mélenchon, quien aseveró que La Francia Insumisa está preparada para gobernar, matizando que "estamos por delante pero en un Parlamento dividido, así que vamos a tener que actuar como adultos, debatir y abrir diálogo".

En el sistema político francés, en el que los diputados cuentan con libertad individual de voto, las alianzas preelectorales no están obligadas a traducirse en pactos postelectorales. Los moderados podrán así ejercer un benéfico contrapeso interno que ayude a arrinconar a los componentes más impopulares del NFP y a Mélenchon como líder de la coalición. Y esto puede aumentar las posibilidades de un gobierno de centroizquierda.

De hecho, probablemente sea esta fórmula en la que está pensando el entorno de Macron, que ha adelantado que tratará de formar "una coalición coherente". Lo cual parece significar un gobierno sin la extrema derecha ni la extrema izquierda. Es decir, uno que sólo podría salir de una coalición de Juntos con el Partido Socialista, aunque también existe división a este respecto dentro del macronismo.

Por lo pronto, se dibuja un horizonte de difícil gobernabilidad en Francia, con una Asamblea Nacional dividida en tres bloques, ninguno de los cuales reúne la mayoría absoluta.

Ante este panorama, es una buena noticia la resistencia de la alianza de partidarios de Macron, que parecía abocada al desastre pero que finalmente ha obtenido un meritorio segundo puesto con unos 150 escaños. Aunque los dos partidos republicanos tradicionales hayan dejado de ser determinantes, al menos el centro aguanta en Francia.

Con la reserva debida, los resultados de este domingo alejan la eventualidad de la "guerra civil" que profetizó Macron. Aunque el tensionamiento hacia los extremos se haya atenuado con respecto a la primera vuelta, la clase política francesa tiene por delante la tarea de retejer las fracturas de la sociedad para restituir la unidad de la República.

Si no se integra a la "Francia periférica" agraviada por el declive y el abandono, si no se palian esas desigualdades, la percepción de la brecha pueblo-élites seguirá acrecentándose. Y entonces, en la próxima cita electoral en Francia, acaso ya no sea posible impedir la victoria de la ultraderecha.