Donald Trump le da la mano a su candidato a vicepresidente, J. D. Vance.

Donald Trump le da la mano a su candidato a vicepresidente, J. D. Vance.

La Convención Nacional del Partido Republicano comenzó este lunes con los asistentes entregados a la euforia al paso del superviviente Donald Trump.

El fallido intento de asesinato obligó al expresidente y candidato a la Casa Blanca a lucir un aparatoso vendaje en su oreja derecha. El apósito ocultó las heridas del balazo, pero ayudó a reforzar una idea muy concreta: la del hombre destinado a enderezar el rumbo de un país a la deriva, a juicio de millones de estadounidenses, y al que no intimidan siquiera las amenazas existenciales. 

También la idea de unas bases republicanas entregadas a un fenómeno que no es fugaz, sino duradero.

Porque, durante años, muchos analistas describieron el liderazgo populista de Trump como un lapso en la historia política de los republicanos. Pero el tiempo les ha quitado la razón, y el trumpismo ha arraigado como la doctrina hegemónica del partido.

A estas alturas, parece la única corriente viva dentro del partido, consolidada por un proceso de primarias donde Trump no tuvo rival y por unas encuestas de intención de voto que lo colocan como el gran favorito para recuperar la presidencia.

El entusiasmo con el que los republicanos recibieron ayer a su candidato, oficialmente aupado tras el respaldo unánime de los delegados, contrasta con el pesimismo que arrastran los demócratas, divididos por la idoneidad de presentar o sustituir a Joe Biden a tres meses y medio de las elecciones.

Lo que saltó ayer a la vista en Milwaukee, con más claridad si cabe que antes, es que Trump ha culminado con éxito la opa al Partido Republicano. No hay alternativa interna al trumpismo a la vista, por más que se duelan los nostálgicos de un liderazgo más comprometido con el liberalismo económico, los aliados europeos y el rigor estadístico, y con unos modales más exquisitos y menos histriónicos.

El triunfo de Trump es un clavo más en la tumba del republicanismo de Ronald Reagan. Además, la promoción del joven senador J. D. Vance, quien acompañará a Trump como vicepresidente en caso de victoria electoral, arroja luz sobre sus planes de futuro.

La decisión contrasta con el Trump de 2016, que se decantó por un estadista como Mike Pence como su mano derecha. Esta vez la apuesta es un perfil más intelectual, pero también más combativo, ajeno hasta el momento a las élites, representante de una nueva derecha caracterizada por sus fuertes convicciones nacionalistas, tanto políticas como económicas, y por su línea dura contra la inmigración.

La cuestión que resolverá el tiempo es si Vance no sólo es el elegido de Trump como escudero en su potencial regreso, sino también el señalado por el líder para sucederle en 2028.

Es razonable que los líderes europeos contengan el aliento. La fotografía de Trump con el puño al cielo tras el atentado sólo acrecienta la sensación de que sus opciones de victoria son más creíbles que una semana antes. Y si el historiador Niall Ferguson está en lo cierto, si como aventuró en este periódico Trump va a dar pistas sobre su política exterior con los hombres de los que se haga acompañar, las señales son preocupantes.

Todavía es pronto para sacar conclusiones. Sólo hay quinielas sobre quién será su secretario de Defensa, su secretario de Estado o su asesor de Seguridad Nacional. Pero, cuando se ha tratado de la vicepresidencia, ha enviado un mensaje claro. Ha escogido para el trabajo a un detractor del libre comercio y de las ayudas a Ucrania, y a un adulador del húngaro Viktor Orbán.

No es una buena noticia para los europeos.