El acuerdo firmado por el PSC con ERC para investir como presidente de la Generalitat a Salvador Illa es tan disparatado que no sólo es políticamente inviable, sino inadmisible para muchos barones socialistas. Parece que Pedro Sánchez ha encontrado una línea roja en su partido, y es admitir un concierto económico para Cataluña que exima a la segunda autonomía más rica de España de sus responsabilidades solidarias con el resto del país, sin renunciar ni a las quitas de la deuda ni a las inversiones estatales.
Sánchez, en un ejercicio orwelliano de negación de la realidad, compareció ayer para argumentar que lo que es pésimo para casi todos los españoles, como es que la quinta parte de nuestro PIB se borre del mantenimiento del Estado del bienestar, es en realidad “bueno” para los ciudadanos.
La tesis es insostenible. Sánchez podrá convencer a los más dóciles de que su continuidad en el poder y la investidura de Illa bien valen que los extremeños, los asturianos o los gallegos tengan que empeorar sus condiciones de vida. Pero ¿quién puede creer que será positivo por sí mismo que las comunidades autónomas más pobres pierdan recursos para sus hospitales, sus carreteras o sus escuelas?
Es imposible que este acuerdo prospere. Son muchos los escollos que impiden que la modificación legal que requiere pase el filtro del Congreso de los Diputados, en caso de que este viernes reciba la luz verde de las bases de ERC. Uno de los principales obstáculos es, precisamente, el interno. Por mucho que Sánchez venga despreciando cualquier signo de disidencia dentro del partido, todavía existe un PSOE contrario a sus cambalaches de soberanía con el independentismo. La dura intervención de ayer del socialista Emiliano García- Page da cuenta de ello.
El presidente de Castilla-La Mancha tomó la palabra con una rosa, símbolo del partido, y arrancó su discurso ofreciendo a los españoles esa “hermosa flor”, y no sólo las “espinas”. Más allá de las licencias escénicas, García-Page reflejó el sentimiento de orfandad de millones de socialdemócratas en nuestro país, anunció que los socialistas de su región no respaldarán la reforma, y dejó una conclusión fácil de interpretar: “El PSOE se fundó para combatir la desigualdad, y no siempre es fácil, pero lo que no podemos hacer es promoverla”.
Las tesis de Page son compartidas por el castellanoleonés Luis Tudanca, el extremeño Miguel Ángel Gallardo, el andaluz Juan Espadas y el madrileño Juan Lobato. Y habrá quien alegue que muchos socialistas se opusieron de palabra a la ley de amnistía para, finalmente, respaldarla en el Parlamento. Pero este acuerdo con ERC toca un punto más sensible. Esta hipotética ruptura del principio de solidaridad entre españoles, a diferencia de la quiebra de la igualdad ante la ley que aceptó el PSOE, afectaría directamente a los bolsillos y los servicios públicos de la mayoría. Y cuesta pensar que un político de izquierdas esté dispuesto a cargar con esa losa.
Es difícil determinar qué pesa más, si el pragmatismo político o la lealtad a las convicciones. Lo que queda claro es que el “hasta aquí” de Page obliga a elegir entre el oportunismo y los principios de la socialdemocracia, con el coste electoral que acarrea.
Los votantes socialistas deben estar haciéndose muchas preguntas estos días. Si Sánchez defiende la progresividad de los impuestos, que paguen más quienes más tienen, ¿por qué cambia de criterio cuando se trata de la fiscalidad autonómica, para privilegio de Cataluña y para perjuicio del resto? ¿Qué hay de progresista en el Estado confederado, que no federal, al que dirige el acuerdo con ERC? ¿Qué proyecto nacional que se diga progresista puede sostenerse desde el ataque a la redistribución y desde el principio de desigualdad?
Algunos pueden plantearse, incluso, qué credibilidad tiene un Gobierno de izquierdas que critica las recetas liberales por amparar, a su juicio, que los ricos tengan mejores servicios que los pobres, y al mismo tiempo pactar unas reformas con los independentistas que conducen a que así sea. No hay retórica que repare tanta contradicción, así que el PSOE tendrá que dar una respuesta rápida al dilema entre oportunismo y socialismo. Es impensable que esta claudicación ideológica no pase factura más pronto que tarde.