El lamentable episodio vivido en el derbi entre el Atlético de Madrid y el Real Madrid disputado este domingo en el Metropolitano ofrece la enésima evidencia de que el club colchonero tiene un serio problema con los ultras.
Después de que el colegiado decidiera detener el encuentro durante veinte minutos por el lanzamiento de objetos al césped desde la grada del Frente Atlético, el Atlético condenó el ataque a Thibaut Courtois en un comunicado, y confirmó más tarde que el aficionado identificado ha sido expulsado de forma permanente.
Es el procedimiento habitual del club en estos casos: una sanción ejemplar a individuos aislados (como si sólo hubiera sido uno el responsable de arrojar mecheros, botellas y otros objetos) y una reafirmación de la buena fe de la inmensa mayoría de la afición.
Pero plantear la cuestión como el de la extralimitación de un puñado de energúmenos que estropean el buen ambiente del campo impide reconocer y atajar verdaderamente el problema de fondo.
Porque es evidente que parte de la hinchada rojiblanca cuenta con una cultura ultra muy arraigada, perfectamente localizable en el llamado Frente Atlético, que atesora incluso dos muertos en su haber y que el club no ha podido o no ha querido extirpar.
Y es legítimo dudar del celo persecutorio de los responsables de seguridad del Civitas Metropolitano. En conversación con EL ESPAÑOL, fuentes policiales presentes en el dispositivo establecido para el derbi acusan al Atlético de Madrid de impedir a los agentes identificar a los ultras. Y denuncian que no es la primera vez que se les impide desalojar la grada.
Se diría que esta permisividad palmaria parte de la absurda idea de que el extremismo de un sector de su afición forma parte de la seña de identidad de la institución. Pero la violencia en el fútbol, que empieza por la normalización de los insultos en los estadios, sólo puede ser considerada una lacra a erradicar.
Y no sólo la directiva de Enrique Cerezo ha hecho gala de una indulgencia intolerable. También la plantilla ha demostrado estar intimidada por los ultras.
El Cholo Simeone equiparó en rueda de prensa al agresor con el agredido, al afirmar que "hay que sancionar a los que lanzan y a los que provocan". Y se le vio rogando calma al sector radical de la grada, como si negociar con los violentos fuera una opción.
El capitán del equipo, por su parte, exoneró a los radicales culpando también a Courtois, y eludió exigir su expulsión del estadio. Además, el equipo se acercó tras el pitido final a aplaudir al Fondo Sur, cuando el único gesto apropiado habría sido afearle su actitud. Algo que sí hicieron la semana pasada los jugadores del Athletic Club, cuando reprocharon a los aficionados que lanzaron bengalas en el estadio del AS Roma.
El Atlético de Madrid es un club doblegado por sus ultras, a los que sólo se atreve a desairar con la boca pequeña. La directiva rojiblanca debe emplearse de una vez en la labor que acometió con éxito el Real Madrid hace diez años, cuando tras un incidente similar expulsó a los radicales de los Ultras Sur del Bernabéu.
Si se sigue dando cancha a los violentos, el deporte español se infestará de imágenes más propias de otras latitudes futbolísticas que se creían felizmente extinguidas.