Gracias a que se encontraba en Portugal, Pedro Sánchez ha sorteado la Sesión de Control monográfica de este miércoles en el Congreso sobre la corrupción que afecta al PSOE. Pero no ha podido evitar ser preguntado acerca del caso Koldo en la rueda de prensa tras la Cumbre Hispano-Lusa.

Y nuevamente sus respuestas han sido insatisfactorias.

Después de que la Audiencia Nacional haya solicitado al Supremo la imputación de José Luis Ábalos por su "papel principal" en la trama, Sánchez ha sido inquirido por los motivos que le llevaron a destituir al exministro en julio de 2021. El presidente no ofreció ninguna explicación oficial de este cese, lo que ya entonces aventó toda clase de especulaciones.

Hoy Sánchez, en cambio, ha asegurado por "enésima vez" que el cese de Ábalos estuvo motivado por la necesidad de "renovar y relanzar" la acción ejecutiva tras la crisis sanitaria de la pandemia.

Supone un insulto a la inteligencia la pretensión del presidente de hacer pasar la súbita y chocante destitución de Ábalos como una crisis de Gobierno ordinaria, desvinculada totalmente de cualquier noticia de actividad inusual que pudiera tener.

Porque, tal y como relató este periódico, Sánchez se reunió con el exministro de Transportes después de las elecciones del 23-J y le reprochó que "la relación con Koldo no te ha hecho ningún favor".

Es decir, que con independencia de cuán al tanto estuviese de los (en palabras de la Audiencia Nacional) "indicios fundados y serios" de que Ábalos formaba parte de una organización criminal, hay algo innegable: que Sánchez no ignoraba los tejemanejes del colaborador del exministro, Koldo García.

Tan poca credibilidad reviste su defensa que ni siquiera sus socios se alinean con ella. Y es muy sintomático que Ione Belarra e Irene Montero, que se sentaron en el mismo Consejo de Ministros que Ábalos, hayan denunciado que resulta inverosímil pensar que el presidente desconociera la naturaleza de la relación de Ábalos con Koldo.

Para aplacar las acometidas de la oposición y el escrutinio de la opinión pública, Sánchez quiere mostrar que actuó "con contundencia" contra la corrupción tan pronto como se conoció la aparición de Ábalos en la investigación de la UCO.

Pero la hemeroteca corrobora que la actividad paralela del exministro había llegado al conocimiento del presidente mucho antes de que el PSOE suspendiese de militancia a Ábalos, en calidad de cortafuegos, el pasado febrero.

Y si sobre Ábalos ha aducido no saber nada, Sánchez directamente no ha contestado sobre Víctor de Aldama, el presunto intermediario de la trama Koldo. Al igual que ante Feijóo la semana pasada en el Congreso, el jefe del Ejecutivo ha esquivado la pregunta de si se reunió con el empresario investigado como nexo de los distintos casos que cercan al PSOE.

La palabra de Sánchez está tan devaluada que, probablemente, una negativa tajante a la pregunta ni siquiera habría resultado concluyente para quitarse el foco de encima. Pero resulta altamente sospechoso que directamente eluda contestar. Si no se hubiera reunido con Aldama, ¿por qué no decirlo para despejar cualquier duda?

Sánchez se muestra hastiado ante el empeño de la prensa crítica (a la que se ha propuesto intimidar y arrinconar) por esclarecer la relación de Sánchez con el entramado corrupto que ha brotado en su entorno más cercano.

Parece obviar el presidente la magnitud del escándalo que justifica la insistencia para sonsacarle explicaciones. Porque es la primera vez en democracia que un presidente del Gobierno tiene a su número dos al borde del banquillo por una trama corrupta que implica también a varios Ministerios y a la presidenta del Congreso de los Diputados.

Nunca nadie con tanto poder en el PSOE (ni siquiera puede decirse del caso del hermano de Alfonso Guerra) había sido investigado como sospechoso de pertenecer a una organización criminal. Como secretario de Organización, Ábalos era el número dos del partido y, en cuanto persona de confianza de Sánchez, el número dos de facto en el Gobierno.

Al margen de las nuevas revelaciones que aporte la investigación de la Guardia Civil, es absolutamente evidente la responsabilidad política de Sánchez en la aparente corrupción de quien le llevó a la presidencia del Gobierno.