La DANA que está azotando esta semana la Comunidad Valenciana y zonas de Castilla-La Mancha y Andalucía se ha cobrado, por el momento, al menos un centenar de vidas, así como daños materiales incuantificables. Es ya la gota fría más destructiva de la historia de España desde que hay registros.
Ante una catástrofe nacional de esta magnitud, lo primero que cabe prescribir es una unidad de todo el país en solidaridad con las víctimas y sus familiares, aparcando cualquier tentación de instrumentalización política del desastre. España está de luto durante los próximos tres días, y procede que todos los ciudadanos respondan en consecuencia.
Una vez que pase la tormenta, no obstante, tocará abrir algunos debates.
No puede pasarse por alto, en cualquier caso, que las riadas torrenciales en esta época del año siempre han formado parte de la realidad natural de la franja mediterránea y sur de la Península. Y al mismo tiempo que estamos ante un temporal que, por su carácter inusual (fruto de una combinación de factores atmosféricos y orográficos que han formado un racimo descomunal de tormentas), ha superado todos los pronósticos, dejando un acumulado de precipitaciones que ha llegado casi a los 500 litros por metro cuadrado en ocho horas.
Pero en esta conjunción de elementos desempeñan un papel central, junto a la elevada humedad y los vientos fuertes y persistentes del Levante, la calidez de las aguas del Mediterráneo. Y precisamente el cambio climático ha contribuido a elevar la temperatura del mar y del ambiente a lo largo del año.
Así lo atestigua el Proyecto Mediterranean Sea Surface Temperature de la Fundación Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo, que acredita que en los últimos 40 años la temperatura superficial media del Mediterráneo ha aumentado 1,4 grados.
Y, como ha concluido un análisis de la iniciativa científica Climate Central, el cambio climático hace entre 400 y 800 veces más probable un aumento de la temperatura de la superficie oceánica como el que ha agravado el huracán Milton en EEUU. En España, según el sexto informe del IPCC, este aumento de la temperatura media puede ser de hasta tres grados Celsius.
Catástrofes como la de esta DANA, que ha arrasado pueblos enteros, deberían servir como evidencia definitiva, tanto para la minoría negacionista como para la mayoría conformista, de que el cambio climático aumenta la probabilidad de ocurrencia de fenómenos meteorológicos extremos. De ahí que la Aemet haya recordado recientemente que está creciendo la frecuencia y la intensidad de las precipitaciones extremas en el litoral mediterráneo y Baleares.
Además de un revulsivo para intensificar la contundencia de la lucha contra el calentamiento global, esta clase de sucesos invita también a reforzar los mecanismos de prevención.
En primer lugar, y concediendo que los servicios de información meteorológica elaboran pronósticos que siempre están sujetos a un cierto margen de error, la Aemet debe esmerarse por afinar sus predicciones. Y aunque es razonable que la agencia quiera ser cautelosa en sus recomendaciones, es legítimo cuestionarse si, para futuras ocasiones, podría plantearse, como principio de prudencia, lanzar el aviso rojo con más antelación.
Y ello aclarando que el problema no es tanto el protocolo de la Aemet (que ya había activado el nivel rojo por riesgo meteorológico extremo en la mañana del martes) como la traducción de esos avisos en alertas de emergencia por parte de las Comunidades Autónomas.
La lentitud de este protocolo quedó patente cuando, pese a que el servicio de Emergencias de la Comunidad Valenciana ya había seguido a las 8 de la mañana la recomendación de la Aemet y desaconsejado a los ciudadanos el uso del coche, no fue hasta pasadas las 8 de la tarde que se emitió la alerta masiva vía teléfono móvil. Lo que permite aventurar que el saldo de fallecidos habría sido menor de haber sido enviada con más margen de tiempo.
Urge por tanto mejorar la coordinación entre el nivel autonómico y el nacional, así como entre el servicio meteorológico y el de Protección Civil, para agilizar la cadena que va desde la emisión de los avisos por tiempo adverso a la activación del sistema de alertas.
Pero la eficacia del sistema de prevención será limitada si no cuenta con la colaboración ciudadana. La sociedad española debe mentalizarse del riesgo real que suponen las alertas de las autoridades y atender diligentemente a sus recomendaciones. Pero también concienciarse de que episodios como las inundaciones serán cada vez más destructivos, como refrenda un estudio de la revista Nature de 2018. Se requiere una catarsis social para adaptar nuestro marco mental a la nueva realidad climatológica que traerá el calentamiento global.