Un año después del estallido del conflicto en Oriente Próximo se ha alcanzado la primera solución diplomática de calado. Israel y Hezbolá han acordado este martes una propuesta de alto el fuego en Líbano, que Benjamin Netanyahu ha presentado a su consejo de ministros para su aprobación.

Parece obvio que este acuerdo no habría sido posible sin la intensificación de la ofensiva sobre el Líbano. Al descabezar a la milicia terrorista, Israel ha conseguido debilitar su posición negociadora, haciendo posible así este arreglo.

Es una buena señal que el primer ministro israelí haya podido recabar un apoyo mayoritario de su ejecutivo a la tregua, prevaleciendo la vía pacífica sobre el criterio de los miembros más beligerantes de su gabinete.

Además, esta tregua de sesenta días a partir de hoy supone que Israel está un paso más cerca de garantizar su seguridad, al poder zafarse de uno de los frentes abiertos. Lo que conlleva a su vez que el mundo es hoy algo más seguro que ayer.

Máxime si se recuerda que el mes pasado la tensión en la región alcanzó su punto álgido con el ataque de Irán a Israel, que hizo temer un enfrentamiento directo entre Tel Aviv y Teherán. Por lo que el alto el fuego redunda en favor de una desescalada que conlleva un alivio a la situación nada desdeñable.

Pero, al mismo tiempo, Netanyahu ha mantenido la misma retórica tensa de siempre, al incidir en que Israel se reserva el derecho a romper la tregua si considera que Hezbolá ha incumplido lo acordado.

Hasta el punto que uno de los argumentos que ha esgrimido para aceptar el alto el fuego es que este le permitirá (además de concentrar el esfuerzo bélico en la lucha contra Hamás) "centrarnos en la amenaza iraní". Lo cual podría significar que se reavivara la tensión con Teherán por otro flanco.

Al enfatizar que la duración el cese de las hostilidades en Líbano dependerá de la milicia terrorista, y que no es extensible a la Franja de Gaza, Netanyahu no oculta el carácter frágil de esta tregua. Que, sin embargo, en esta circunstancia es evidentemente una opción mucho más deseable que la ausencia de acuerdo.

En este sentido, constituye una garantía adicional que la supervisión del cumplimiento de lo pactado vaya a estar a cargo de un organismo internacional con participación de EEUU, Alemania y Francia.

De hecho, la mediación de Estados Unidos parece haber sido importante en la negociación entre Israel y Hezbolá. Lo cual supone un triunfo parcial para un Joe Biden que ha enfrentado la contradicción de mantener el apoyo militar a Israel mientras trabajaba en paralelo en una solución diplomática que mitigara el sufrimiento de los civiles. El último legado en política exterior del presidente saliente.

No parece casual que el plazo inicial para la tregua sea aproximadamente el mismo que media hasta la investidura de Donald Trump. Es legítimo pensar que Netanyahu ha querido arañarle terreno a Trump ante el cambio de orientación en la política exterior estadounidense que pueda acarrear el cambio de Administración.