Junto con el Mensaje del Rey, forman parte también de la tradición navideña las reseñas críticas del mismo a cargo de los detractores de la Monarquía, señalando las carencias de las que a su juicio adolece el discurso.

Con indisimulada acritud, todos los socios del presidente del Gobierno han denostado el Mensaje de Felipe VI. Podemos, fiel a su estilo hosco, lo ha encontrado "caduco, deprimente y preocupantemente reaccionario", y más propio de "un diputado de Vox que del jefe del Estado". Para Sumar, ha sido "decepcionante y derechizado".

Las palabras con las que el Rey se dirige a la nación están siempre meticulosamente elegidas para que todo ciudadano y cualquier formación política puedan sentirse representados en ellas, fiel a su función constitucional de moderador.

De modo que querer encontrar en su discurso de esta Nochebuena algún móvil para el agravio sólo obedece a la actitud insidiosa con la que los separatistas y los populistas se aproximan a las intervenciones del Rey, con independencia de lo que diga.

Si Felipe VI introduce nuevos temas como la vivienda, al republicanismo le faltan el "feminismo", la "ecología", el "genocidio en Gaza", o "la violencia machista". O, como Bildu, le reprocha que "hable de todo excepto de los escándalos y corruptelas de la Casa Real".

Si aborda la cuestión de la inmigración, a la extrema izquierda le solivianta que la retrate "como un problema".

Si se muestra preocupado por el "ruido" de la discordia, ERC replica que está inhabilitado para "pedir a los otros hacer menos ruido cuando él ha contribuido más que nadie".

Si exhorta a la conciliación entre españoles, Junts lo juzga "falto de credibilidad" por "lo que hizo el 3 de octubre".

Si ensalza la memoria de la Transición, el PNV lamenta la "visión idílica" que el Rey tiene de la Constitución.

Toda esta panoplia de ataques sirve para constatar una vez más, por contraste, el valor de una Monarquía parlamentaria como símbolo de unidad nacional por encima de todos los faccionalismos, de los que el nacionalismo constituye la manifestación más extrema.

Y, sobre todo, la andanada de ataques a su Mensaje navideño demuestra que el Rey acertó de pleno en su diagnóstico del actual momento político.

A su llamamiento a restablecer la "serenidad", la mayoría de fuerzas políticas han respondido con hostilidad.

A su defensa de la prevalencia del "bien común" por encima de las "divergencias y desencuentros", los nacionalistas y la extrema izquierda han replicado con una reafirmación de sus intereses particulares.

A su reivindicación del "espíritu de consenso" le ha seguido un alarde más de discordia civil. Y a su invitación al "diálogo", una nueva muestra de la incomunicación entre los distintos actores políticos.

Las reacciones de los partidos corroboran que Felipe VI tenía razón al alertar de "la negación de la existencia de un espacio compartido", y que acertó al dirigirles un reproche velado por haber hecho "atronadora" la "contienda política".

Con esa fórmula, el Rey no ha hecho esta vez apelaciones en abstracto al consenso, sino que ha dirigido una amonestación, lo suficientemente clara para quien quiera entender, a la actitud beligerante de todas las fuerzas políticas. Aunque PP y PSOE no se hayan dado por aludidos y hayan alabado el discurso sin asumir su cuota de responsabilidad en la polarización denunciada por el monarca.

La ratificación empírica de las palabras del Rey sirve también a modo de recordatorio de que sólo quien posee la autoridad que le confiere la neutralidad frente a las partes políticas en liza está en condiciones de desempeñar la función arbitral que Felipe VI ha vuelto a ejercer.