La primera entrega de la macroencuesta que publica hoy EL ESPAÑOL muestra un retrato robot del ciudadano español de 2025 muy diferente al de hace un cuarto de siglo.
El 66,3% de los españoles cree que el mundo de hoy es peor que el de 2000.
Frente a este tipo de respuestas es recomendable ser prudente. No siempre "cualquier tiempo pasado fue mejor", aunque sólo sea porque el paso del tiempo tiende a diluir la memoria y pulir las aristas de nuestros recuerdos para endulzarlos.
Pero de lo que no cabe duda es de que el pesimismo de los españoles, que no puede considerarse una excepción al desencanto que puede intuirse también entre los ciudadanos de otros países occidentales como Francia, Alemania, Reino Unido o Estados Unidos, tiene una base fáctica difícil de negar.
El siglo XX acabó con un crescendo de buenas noticias. Tras la caída del muro de Berlín (1989) y el fin de la dictadura comunista de la Unión Soviética, Francis Fukuyama vaticinó el fin de la historia y el triunfo definitivo de las democracias liberales.
Fue la era de La Revolución de Terciopelo (1989), de la bonanza económica de la década de los noventa, del nacimiento de internet y de la sociedad de la información, de las nuevas utopías digitales y de la multilateralidad.
El siglo XXI, sin embargo, nació torcido.
El 11 de septiembre de 2001, Al Qaeda llevó a cabo el mayor atentado terrorista de la historia contra algunos de los símbolos más emblemáticos del poder económico, político y militar de los Estados Unidos.
El 11 de marzo de 2004, otro atentado islamista alteró el resultado que todos los sondeos preveían para las elecciones generales españolas, quebró el ritmo ascendente de la economía española, nos distanció del eje occidental y generó una herida social en nuestro país que sigue hoy abierta.
Entre 2007 y 2008, la crisis financiera internacional provocada por el estallido de la burbuja de préstamos concedidos por algunas de las mayores entidades financieras estadounidenses a ciudadanos sin ninguna solvencia económica amenazó con hacer descarrilar la economía mundial.
El cambio climático ha provocado una respuesta virulenta por parte de los gobiernos europeos que ha impactado de lleno en el sector industrial y en el agrícola, y que ha aumentado nuestra dependencia energética de actores tan poco fiables como Rusia. Un hecho que, a su vez, le ha permitido a Putin invadir Ucrania con el colchón financiero que le proporciona dicha dependencia europea de la energía rusa.
La epidemia de la Covid, por su parte, dañó seriamente la economía mundial y condujo a la imposición de unas medidas sanitarias y a unos confinamientos limitativos de derechos cuya eficacia se está poniendo hoy en duda ya en todo Occidente, como expone el reciente informe de la Cámara de Representantes americana que critica duramente unas imposiciones que llega a calificar de "carentes de fundamento científico".
A cambio, el progreso tecnológico y el libre mercado han aumentado las oportunidades de prosperidad para millones de ciudadanos que han hecho ya la transición desde las viejas economías industriales a las nuevas economías de servicios y digitales.
Ese progreso también ha aumentado la esperanza de vida, disminuido la pobreza y reducido drásticamente el número de víctimas provocadas por los desastres naturales.
Pero la sensación de incertidumbre ha hundido a una buena parte de las sociedades occidentales en la desesperanza. Un sentimiento que, a su vez, ha provocado la aparición de líderes populistas cuya obra de gobierno sólo podrá ser juzgada con ecuanimidad dentro de unos años, cuando la tormenta de polvo mediático desatada por su irrupción se haya disipado.
El balance de estos últimos veinticinco años es, sin duda alguna, definitivamente malo, como corrobora la encuesta que publica hoy EL ESPAÑOL.
A 1 de enero de 2025 resulta difícil en definitiva sostener con argumentos de peso que vivimos, como sostenía la teodicea del filósofo alemán Gottfried Leibniz, en "el mejor de los mundos posibles".
La buena noticia es que, incluso dando por válido ese punto de partida, resulta también exagerado, por no decir grotesco, defender la idea de que vivimos en el peor de los mundos posibles.
Occidente y las democracias liberales han pasado por momentos mucho peores que el actual. En todos esos momentos han existido, y se ha hecho uso, de herramientas capaces de revertir las tendencias tóxicas y de alimentar las positivas.
El actual pesimismo, en definitiva, puede nacer de una realidad incontestable.
Pero también es cierto que esa desesperanza, esa desilusión y esa tristeza vital son un círculo vicioso que se retroalimenta de las actitudes derrotistas. De la idea de que nada de lo que haga un ciudadano invidual podrá jamás cambiar el rumbo de un siglo que parece caminar en la dirección equivocada.
En EL ESPAÑOL creemos que es tarea de los medios de comunicación hacer todo lo posible por erradicar esa idea tóxica que tanto conviene a quienes, efectivamente, desean que algo cambie para que todo siga igual, pero con ellos en el poder.
A ello dedicará EL ESPAÑOL todos sus esfuerzos en 2025. Porque una ciudadanía informada es una ciudadanía libre y la libertad es, sin duda alguna, condición sine qua non para el verdadero cambio a mejor.