"Y así, por ambas partes, la verdad es acallada". Me sirven de excusa los versos de Shakespeare para hablar de Cervantes. Para dejarme guiar por las sabias reflexiones de un Quijote visionario -al que dicen loco- que comparte con tantos deportistas el anhelo de justicia allá donde estuviere. Y a pesar de que seamos nosotros quienes tengamos que decirnos al cuello de la camisa, no muy alto, para no enrojecer de vergüenza, "largo nos lo fiáis, amigo Sancho".
Se acaban de inaugurar unos Juegos Olímpicos que nos hacen a todos, a los que no competimos, citius, altius, fortius; porque somos nosotros, los ciudadanos de a pie, los que cosechamos en albardas propias el esfuerzo ajeno. Nos sentimos más rápidos, más altos, más fuertes, porque ganan los nuestros. Y para que lo consigan hay quien no tiene pudor ni reparo en que mientras otros empeñan la vida, ellos ganen la hacienda.
En los Juegos contaremos medallas, entonaremos himnos y todos saldremos victoriosos, sea cual sea el resultado
Con esas armas y bagajes los enviamos a medirse en la nueva Olimpia, sin que sepan que tal vez otros confundieron la bella ciudad griega con el romano Campo de Marte. Queremos que vuelvan dioses y se encontrarán una ínsula Barataria donde tendrán que preguntarse por el precio que algunos pagaron por un bello metal.
Contaremos medallas, entonaremos himnos y todos saldremos victoriosos, sea cual sea el resultado. En el análisis postrero todos ganan, especialmente quienes no saltaron al tartán, no se zambulleron en aguas tranquilas, ni escalaron cima alguna más que la de su propia montaña de cinismo, mentira y soberbia.
"Y así por ambas partes la verdad será acallada". Esta suele ser, por lo común, la regla de juego en la lucha contra el dopaje. Por parte de casi todos. Querer saber ocupa cada vez menos lugar. Y el día que alguien atesora -bella Yulia- el bien más preciado, la información, aparece Poderoso Caballero. Señor que hace de la maldad virtud, de la ignorancia ballesta y de la necesidad ajena ocasión propia. No se libra ni el gañán ni el caballero, ni las bestias ni los doctos, ni los siervos ni los amos. Y cuando se pasea cerca enmudecen las conciencias, que se travisten de grandilocuencia para gritarle al mundo: "Nosotros -los de ahora- ya no somos los mismos -que los de entonces-. Somos mejores, de verdad luchamos, garantizamos la limpieza de la competición". Son, ciertamente, los artífices del resultado: ganar a toda costa.
El carácter universal de estas competiciones trasciende las fronteras y provoca efectos de toda naturaleza
El carácter universal de las competiciones deportivas trasciende las fronteras, tiene un lenguaje común y provoca efectos de toda naturaleza (deportivos, económicos, reputacionales), que van más allá de sus protagonistas, banderas, himnos y patrias. El deporte nos permite vivir vidas ajenas, anhelar lo inalcanzable, agotarnos por otros y dar lo mejor -y a veces lo peor- de nosotros mismos.
Por eso necesita normas comunes, aceptadas, compartidas y reconocidas. Y también por ello necesita que alguien las apruebe, las enseñe, las exija y sancione su incumplimiento. Además de la potestas, necesita inexorablemente de la auctoritas, tan escasa en estas vegas.
El deporte nos hace otros que nunca llegaríamos a ser; posee una capacidad inmensa para transformar -monetizar, aunque nadie lo confiese- el esfuerzo en pasión y ésta en dinero. El deporte mueve el alma, pero también la bolsa y la vida. Y por la bolsa de algunos se dejan otros la vida. Poderoso Caballero...
Los pilares en la lucha contra el dopaje son: independencia de juicio, autonomía de ejecución y reciprocidad de ánimo
Acaban de quedar inaugurados los Juegos Olímpicos de Río 2016, donde miles de deportistas se dejarán literalmente la vida por culminar años de esfuerzo, superación y sacrificio; y, como Don Quijote, por conseguir que la justicia (cuyo fiel no es otro que su trabajo) coloque a cada uno en su lugar, dejando que la suerte y el azar ocupen sólo uno alejado de la meta.
La lucha contra el dopaje en el ámbito deportivo -porque abundan estos días los símiles sobre sus efectos en otros ámbitos de la vida social y política- reposa a mi juicio en tres pilares básicos: independencia de juicio, autonomía de ejecución y reciprocidad de ánimo. Podemos añadirle cuantos calificativos deseemos, pero de un modo u otro acabaremos incardinándolos en alguno de ellos. Requiere asimismo de una ley que haga valer la independencia, al autonomía y el ánimo; una Autoridad que les recompense de la dureza de su letra, de la renuncia a su propia intimidad, y les reconforte en el sacrificio económico que exige su aplicación. Porque esa Autoridad y esa política se financian con su dinero, detrayéndolo del de todos, se libra sobre sus cuerpos y se ejecuta sobre su trabajo.
Esta Agencia Mundial Antidopaje, a la que no reconozco dicho sea de paso, y el Comité Olímpico Internacional no han estado a la altura de los deportistas a los que representan, ni han sabido velar armas por sus fieles escuderos; aquéllos que se baten, ahora sí en el campo de Marte, sólo con su cuerpo y con su mente. Poderosos Caballeros que como los trileros ocultan a la vista las distintas varas de medir, y hacen recaer en el poder -no en la ley- el fiel de la balanza.
Miles de deportistas sufrirán la cobardía de quienes debían velar con todas sus fuerzas por una competición entre iguales
Mientras tanto querido Jack, miles de deportistas, como ante Gigantes, asistirán incrédulos a la cobardía de aquellos que debían velar con todas sus fuerzas, y con todas sus armas -sólo la ley, y nada más que la ley, árbitro de la justicia- por una competición entre iguales; y poder saber, al final del camino, si fueron citius, altius, fortius.
Ellos, sólo esos héroes que hoy desfilan en representación de todos nosotros, podrán seguir diciendo "Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones, nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobre todo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia donde quiera que estén".
*** Ana Muñoz Merino, catedrática de Derecho, fue directora de la Agencia Española Antidopaje y directora general de Deportes.