Cada mañana, al ver a la ciudad despertar e incorporarse a la diaria rutina, tomo consciencia de lo aislados que estamos como ciudadanos del deber con la democracia y su fortalecimiento. La interpretación de un gobierno democrático se ha devaluado al extremo de suponer que el hecho de votar sea el eje principal y único para considerar a cualquier régimen como merecedor de ese calificativo.
La democracia hoy no debe ser concebida como una prolongación de las enseñanzas grecoromanas, mucho menos justificarla por el sólo hecho del sufragio popular. La verdadera democracia es más, es el resultado de la fusión de dos vectores sociales que permiten una convivencia pacífica y una justicia respetada. Es la simbiosis entre la tolerancia y la participación ciudadana, la fuerza emergente que permite el desarrollo justo e igualitario en la sociedad.
La destrucción de lo democrático, utilizando al propio sistema como instrumento eficaz y eficiente, ha resultado en un monstruo engañoso que goza de aceptación ante los ingenuos o cómodamente ignorantes ojos internacionales, que evidentemente, con contadas excepciones, se fijan más en el brillo del oro que en el valor de los principios.
El chavismo-madurismo ha centralizado absolutamente el poder gubernamental.
El chavismo-madurismo, escudado en una supuesta ideología, ha revocado los logros obtenidos de un largo y complejo proceso de descentralización y ha, cuan si fuese un orden militar, centralizado absolutamente el poder gubernamental. Al enumerar algunos aspectos que permiten determinar el abandono del sistema democrático y la transición a una tiranía populista contemporánea, se distingue claramente el caso venezolano.
-La expropiación y estatización sin proceso ni dirección, privilegiando abiertamente a familiares y vinculados al gobierno.
-La pretensión de crear un único partido político, con una ideología basada en el culto personalista.
-La creación de células armadas fuera del esquema de las fuerzas públicas para ejecutar órdenes ilícitas y sembrar miedo en la población.
-El desconocimiento del orden constitucional previsto en la autonomía de los poderes.
-La burla a la voluntad popular y hasta el impedimento a la celebración de actos electorales, o desconocimiento de resultados.
-Injerencia en los procesos judiciales hasta el punto de no respetar el debido proceso, falsear pruebas, o encarcelar como acto de secuestro sin orden judicial a la disidencia.
-El cierre de medios de comunicación, eliminando la prensa libre y amenazando constantemente a escritores y periodistas.
A estas alturas de la tragedia venezolana, debemos luchar con todos los instrumentos que tengamos.
Pero nada de estas marcadas características de la tiranía venezolana se acerca a la aberración inaudita de un gobierno que no sólo destruye el patrimonio nacional, sino que mata de hambre y desampara al pueblo soberano que en otrora le votó para que cumpliese con sus promesas “revolucionarias” de corregir las imperfecciones que habían surgido en la vida republicana democrática.
No se explica fácilmente la forma de pensar del pueblo elector cuando de antemano conocía que esa propuesta provenía de un grupo irrespetuoso con sus juramentos de defensa a la constitución, que pretendió tomar el poder por medios violentos y que entre sus actos se incluían el magnicidio y el asesinato de inocentes conducidos sin conocimiento a disparar a sus hermanos en uniforme. Pero sucedió, y el no sorprendente resultado ha sido un gobierno cuyas intenciones tiránicas se han manifestado desde el primer día de gobierno.
Alguna vez leí una frase de Thomas Jefferson que refleja la sabiduría que siempre le distinguió. Decía: "Me gustan mucho más los sueños del futuro que las historias del pasado".
El 1 de septiembre iré junto a miles de personas a recuperar la democracia perdida en Venezuela.
Creo que a estas alturas de la tragedia venezolana, muchos debemos soñar despiertos, comenzar acciones y luchar con todos los métodos e instrumentos que tengamos en nuestro poder, agotar la voluntad pero no perder la determinación.
Para los padres de la democracia, los atenienses, la tolerancia era esencial en sus gobiernos, pero más importante era la permeabilidad de participación, hasta el punto de considerar casi indignos a quienes rehusaran hacerlo, y calificaban como idiotas a los que se mostraban indiferentes con la vida pública.
Surge hoy esa preocupación del ciudadano indiferente, ese que piensa que sólo por votar llena satisfactoriamente su deber ciudadano. El indiferente, el que piensa que no es problema suyo los problemas de los demás. El egoísta satisfecho con el resultado mediocre del gobierno, sea local o nacional, no es más que un elemento destructor del sistema democrático, y cuando estos constituyen mayoría presenciamos el suicidio de la democracia.
El 1 de septiembre iré a protestar, a manifestar junto a miles nuestra inconformidad y reclamar mi derecho ciudadano de respeto a la tolerancia y participación, para recuperar la democracia perdida en Venezuela.