Andan la intelectualidad occidental y lo que no es la intelectualidad occidental revolucionados con la victoria de Donald Trump. No se les veía tan nerviosos desde 1999, cuando el efecto 2000 amenazó con desabastecer de leche de soja sus neveras. Aunque por una vez tienen razón. Trump es un patán. Es machista, racista, demagogo e ignorante. También es impredecible, vociferante y voluble. Su desprecio por la ciencia es oceánico. En cuanto a su estética, ¿qué decir? Trump es impresentable y el contraste con Barack Obama en este aspecto, demoledor.
Pero ¿y qué? Ahí va el spoiler. No va a pasar nada, no va a cambiar nada, el planeta no va a implosionar. Trump no es el primer impresentable con poder de la historia de la humanidad ni será el último. Su presidencia tendrá contrapesos. Muchos de ellos ya existen. Otros nacerán casi de inmediato.
Explicaba ayer en su Twitter Jordi Graupera, profesor de la New York University y The New School, que los alumnos de esta última, universitarios talluditos todos ellos, andan llorando acojonados por las esquinas. El mismo rector de la Universidad se ha visto obligado a enviar una carta a todos los estudiantes en la que se solidariza con ellos, apela a su resiliencia y les recuerda que toda la comunidad educativa está intentando procesar los acontecimientos de las últimas 24 horas.
Las posibilidades de que Donald Trump le haga un siete al conjunto de derechos y libertades actual son escasas
Si a ustedes esto, la total imposibilidad de distinguir una universidad de una guardería de niños malcriados e hipersensibles, no les parece hilarante es que no viven en este mundo sino en la Era de Acuario. Nada explica mejor la victoria de Trump que las reacciones histéricas de sus detractores y de la que este artículo de David Remnick en el New Yorker es el mejor ejemplo. Detractores que, por extracción social y nivel cultural y de renta, se juegan mucho menos con la victoria de Trump que sus propios votantes. En inglés existe una frase despectiva, atribuida a Warren Buffett, para este tipo de especuladores con el bienestar ajeno: No skin in the game. Es decir: Apostar sin jugarte el pellejo.
Mirémoslo así. A Obama, probablemente uno de los mejores presidentes de la historia de los EE.UU., le dieron el Nobel de la Paz preventivo antes de que tuviera tiempo de darle la orden de despegue a uno solo de sus drones MQ-1 Predator cargados con misiles AGM-114 Hellfire. En cambio a Trump, un presidente que no tomará posesión de su cargo hasta enero, ya andan llorándole los adultos las decisiones que aún no ha tomado. Eso de la bondad y la maldad se lleva por lo visto de serie y escrito en el entrecejo. Y esto lo escribe alguien (yo) que lleva publicados, con gran visión de la jugada, un buen número de artículos riéndose de Donald Trump y de sus seguidores.
Pero sólo hacen falta un par de googleos (ya no digamos la lectura de fuentes académicas serias) para conocer el sistema político estadounidense y saber que las posibilidades de que Donald Trump le haga un siete al conjunto de derechos y libertades actual son escasas, por no decir nulas. Más allá, por supuesto, de retoques cosméticos y en el fondo intrascendentes que, eso sí, servirán de excusa para que los multimillonarios de Hollywood le aticen cansinamente al hombre de paja del momento durante cuatro largos años de intensidad y sopor. De manifestaciones, aspavientos y peticiones de safe spaces vamos a ir servidos, eso sí.
EE.UU. sobrevivirá a Donald Trump y al final de su mandato seguirán disfrutando de cifras de paro cercanas al pleno empleo
Miren. En España sobrevivimos a un presidente que no distinguía la progresividad de la regresividad fiscal, que no hablaba inglés y que creía que la tierra le pertenece al viento. En Italia sobrevivieron a Berlusconi, en Francia sobrevivirán a Le Pen, en Grecia a Syriza y en Europa al previsible desmoronamiento de la Unión Europea. EE.UU. también sobrevivirá a Donald Trump y al final de su mandato el país seguirá disfrutando de cifras de paro cercanas al pleno empleo, una renta per cápita muy superior a la española y la preeminencia cultural, económica, militar y científica sobre todos los demás países del planeta Tierra. Es decir los cuatro pilares sobre los que se sostienen los imperios.
Los europeos, por nuestra parte, seguiremos estrellando sondas en Marte con gran superioridad intelectual y mucho alzamiento de barbilla mientras los robots de la NASA pilotados por rednecks que votan a Trump exploran el planeta y nosotros lo vemos en directo desde un iPhone diseñado en Cupertino, California. A vista de satélite, la presidencia de Trump será una anécdota histórica más. A vista de microscopio nos dará juego a los columnistas y poca cosa más.
De la victoria de Donald Trump, sin embargo, se pueden extraer algunas valiosas lecciones. Y esas lecciones sí marcan un punto y aparte. En este sentido, la victoria del millonario neoyorquino, intrascendente políticamente, será considerada con el tiempo como un gigantesco seísmo social. Son estas:
La prensa no tiene ya la más mínima influencia en la opinión pública, ahora veremos sus consecuencias en la práctica
1. La prensa ha muerto.
Sólo un medio de prensa estadounidense, el The National Enquirer, dio su apoyo explícito a Donald Trump. Todos los demás, incluidos medios de prensa tradicionalmente republicanos, apoyaron a Clinton o rechazaron pedir el voto para ninguno de los dos contendientes. Descartada la posibilidad de que The National Enquirer se haya convertido en la revista más influyente del planeta Tierra, sólo queda una interpretación posible: la prensa no tiene ya la más mínima influencia en la opinión pública. Lisa y llanamente, la era de la prensa escrita ha acabado. Bienvenidos oficialmente a la era de la comunicación. Nadie nos podrá acusar de no haberlo estado pidiendo a gritos. Ahora veremos sus consecuencias en la práctica.
2. El periodismo no nos ha fallado.
La prensa se ha implicado en esta campaña con una agresividad sin precedentes. Los ataques a Donald Trump, la mayoría de ellos merecidos, han sido constantes, virulentos y ampliamente difundidos por las redes sociales. Nunca jamás se había atacado a un candidato a la presidencia de los EE.UU. con esta beligerancia. Se ha investigado su pasado hasta la extenuación e incluso sus más ridículas bravuconadas de paleto rijoso de barra de bar, tirito de cocaína y vaso de tubo han ocupado portadas y horarios de máxima audiencia. La explicación es mucho más simple. La influencia del periodismo escrito se limita a sus lectores y a aquellos ya convencidos de antemano. Somos una secta endogámica y sólo nos leemos entre nosotros.
3. Las redes sociales no son la realidad.
Otro mito que se derrumba con estrépito. El de que las redes sociales también son «la realidad». Si el 99% de la prensa se ha opuesto a Trump, el porcentaje no ha sido mucho menor en las redes sociales. ¿Su impacto en la vida real, entendiendo vida real como el resultado de las elecciones? Nulo. Si acaso, las redes han conseguido el efecto contrario al deseado. Trump ha ganado con menos votos de los que consiguieron anteriores candidatos republicanos y el factor determinante en su victoria ha sido más bien la altísima abstención demócrata. Las redes sociales, sí, son poco más que un juguete para adultos. Algunos de ellos pierden el tiempo jugando durante horas con su PlayStation, otros lo hacen en el gimnasio y otros lo hacen en Twitter o Facebook. Nada significativo diferencia a los unos de los otros.
Sólo los fanáticos se han creído que la violencia es patrimonio exclusivo de los votantes del candidato republicano
4. La ceguera selectiva.
No hace falta buscar mucho en internet para encontrar vídeos en los que se puede ver a seguidores demócratas reventando mítines de Trump o agrediendo a sus votantes. Por supuesto, esa violencia, que cuenta con la ya tradicional superioridad moral demócrata a su favor, ha sido bastante menos difundida en los medios que la violencia opuesta. En este sentido, la prensa no sólo no le ha fallado a la causa sino que ha ido un paso más allá de lo que se requería de ella mintiendo y tergiversando la realidad con el argumento tácito de que el fin (acabar con Trump) justificaba los medios (presentar una visión idílica e inmaculada de sus oponentes). Sólo los fanáticos se han creído que la violencia es patrimonio exclusivo de los votantes de Trump.
5. Sólo un populista de derechas puede llevar a cabo el programa electoral de un populista de izquierdas.
Aunque es altamente improbable que ocurra ninguna de esas cosas, sólo Donald Trump tiene a su alcance conseguir lo que Podemos jamás conseguirá en España: acabar con el TTIP, imponer un proteccionismo comercial que devolvería el país a la autarquía económica, el desmantelamiento de la OTAN y la imposición de aranceles comerciales destinados a proteger los sectores más ineficientes de la industria nacional. En este sentido, el rasgado de vestiduras de Podemos en las redes sociales resulta no sólo ridículo sino también hipócrita. Trump es su mejor aliado en el terreno comercial.
6. Ya no cuela.
Bush era el demonio. Romney un pelanas. McCain un fascista. Sus votantes, unos paletos racistas, opresores y privilegiados. Los republicanos, unos millonarios tejanos con botas de cowboy y pistola al cinto capaces de desgarrarle la traquea con sus propias manos a un inmigrante mejicano con tal de que este no ose pisar su pozo de petróleo. Y entonces llegó el lobo de verdad y Pedro se quedó sin adjetivos descalificativos. El problema de un actor sobreactuado es que llega un día en el que le toca interpretar a un histriónico. Y entonces, ¿a qué nuevas cotas de hipérbole puede escalar? Simplemente, ya no cuela. Como el suicida que amenaza diecisiete veces con tirarse por la ventana, la socialdemocracia ha agotado la paciencia de medio planeta con su histeria frente a todo lo percibido como derecha. Que, por otro lado, parece ser el 90% del planeta que resulta no ser ella.
Sólo el país que ostenta el liderazgo europeo del fracaso escolar puede llamar paletos a los americanos
7. De locos está el mundo lleno y no pasa nada.
Oh, sí, traigan las sales. Donald Trump tiene acceso al botón nuclear. Y Vladimir Putin. Y Kim Jong-un. Y Xi Jinping. Y Mamnoon Hussain. Cualquiera de ellos es infinitamente más violento, peligroso e impredecible que Trump. Y ninguno tiene los contrapesos legales, políticos y sociales que sí tiene él.
8. Vivimos en el mejor de los mundos posibles (a día de hoy).
Jamás ha habido menos pobreza, jamás tanta igualdad, jamás tanta tolerancia, jamás una mayor esperanza de vida, jamás menos guerras, jamás menos violencia, jamás tantos seres humanos han disfrutado de tantos derechos, de tanta salud, de tanta educación. Jamás en la historia de la humanidad la obesidad ha sido un síntoma de pobreza más que de riqueza (un europeo de 1930 se reiría con incredulidad si le dijéramos que nuestros pobres están gordos). Y aun así, los nuevos partidos populistas han construido todo su discurso alrededor de la mentira opuesta. La que defiende la existencia de inmensas masas de niños desnutridos, gigantescas bolsas de pobreza y una violencia insostenible contra las minorías. Bien, era cuestión de tiempo que un demagogo de derechas imitara el truco. Así que ahí lo tenemos al fin. Dos mentirosos de ideologías aparentemente opuestas coincidiendo en un diagnóstico de la realidad absurdo. Que empiece la batalla de cornadas.
9. No importa lo que digas sino lo que hagas.
Lo decía @alonso_dm en su cuenta de Twitter: ninguno de los ultrajados por la victoria de Trump ha anunciado jamás su intención de irse a vivir a Méjico. Todos hablan de huir a Canadá. Por la misma razón por la que los cubanos huyen a Miami y no a Caracas. Y por la que los sirios huyen a Alemania y no a Egipto y los marroquíes a Francia y no a Mauritania. Porque no hay alternativa a la democracia liberal capitalista ni la habrá jamás. Por otro lado, sólo un pijo con un nivel de vida muy superior al de la media del resto de los ciudadanos puede anunciar en su red social preferida su intención de irse a vivir a Canadá, que no es un país precisamente barato. Los gestos teatrales son muy vistosos y baratos de realizar pero, a cambio, no resisten el mínimo escrutinio.
10. Mejor cerramos la boca.
Sólo en el país que ostenta el liderazgo europeo del fracaso escolar y los ninis más desganados e improductivos de Occidente nos podemos permitir el lujo de llamarles paletos a los americanos y decirles cuál debería ser su voto. Háganse un favor y lean este artículo de Enric González. Nunca viene mal un poco de perspectiva.
(Se habrán fijado en que no he hablado en todo el artículo de Hillary Clinton. Bien: ha sido innecesario. Y esa es otra de las razones de la victoria de Donald Trump. La intranscendencia de su contrincante).
*** Cristian Campos es periodista.