“Estimado presidente electo: Putin no es un aliado de EE.UU.”. Así se ha expresado un puñado de destacados políticos de Hungría, Polonia, Rumanía y los países Bálticos -incluidos algunos que fueron primeros ministros y presidentes- en carta abierta dirigida a Donald Trump. En un tono casi suplicante, se le pide al presidente electo que no se olvide de que “nosotros sí [somos aliados de EE.UU.]”.
La Casa Blanca ya recibió una carta similar tras las anteriores elecciones presidenciales, pero entonces se trataba de un Obama que revalidaba su mandato y no de Trump, que no solo ha manifestado en reiteradas ocasiones su sintonía con Vladimir Putin sino que tiene a todo el mundo en vilo ante su llegada al Despacho Oval este próximo viernes.
La carta a Trump demuestra la preocupación que hay en Europa ante el nuevo escenario internacional. Sin embargo, la misma figura de Trump llega empañada por los rumores de la injerencia rusa en las elecciones presidenciales americanas, y de la supuesta capacidad de chantaje que el espionaje ruso tendría sobre el nuevo presidente.
No podemos dejar de recordar ahora que en 2015 'hackers' rusos atacaron los ordenadores del Bundestag alemán
En Washington se revive hoy un nerviosismo inédito desde los tiempos de la Guerra Fría. La alta política estadounidense, todavía incrédula con la llegada al poder de un outsider como Trump, intenta explicar con maniobras rusas lo que solo puede entenderse en los suburbios de Chicago o en las zonas industriales de Ohio: el desencanto de la población con sus representantes.
En contrapartida, Washington por fin ha dado la razón a sus aliados europeos en lo que estos llevan tiempo advirtiéndole: Rusia ya no es la decadente heredera de la Unión Soviética de los años 90 sino un actor clave con capacidad para causarles muchos dolores de cabeza. No podemos dejar de recordar ahora que en 2015 hackers rusos atacaron los ordenadores de un centro de poder europeo tan importante como el Bundestag alemán.
Y es que, a pesar de que en el asunto del hackeo ruso a EE.UU. nada se ha podido probar todavía, ya está sirviendo a los intereses de Putin incluso aunque fuera falso, puesto que está dividiendo a la sociedad y a la clase política estadounidense además de fomentar la impresión de que Rusia es más poderosa de lo que realmente es.
Entre hoy y finales de año, Francia, Alemania, los Países Bajos o Chequia tendrán que elegir nuevos gobiernos
En las nuevas guerras de la información en que tan experto se ha hecho el Kremlin no es tan importante la intervención en sí como sus reacciones. No extraña, pues, la gran preocupación de la Unión Europea ante el accidentado camino que le espera en este 2017.
Como es sabido, la UE afrontará este año varias citas en las que tendrá que demostrar su capacidad para sobrevivir después de años de terrible crisis económica, pero también institucional. El calendario es implacable: entre hoy y finales de año países como Francia, Alemania, los Países Bajos o la República Checa tendrán que elegir a sus nuevos gobiernos en unas elecciones a las que los partidos euroescépticos llegan con más músculo que nunca, dispuestos, si vencen, a revisar o incluso terminar con el proyecto europeo.
Por si fuera poco, la sombra de la crisis económica nunca parece querer dejarnos del todo, y la amenaza planea de nuevo sobre Grecia y también sobre Italia, que va a la deriva desde el fracaso de Renzi en el referéndum constitucional del pasado diciembre.
La amenaza de Rusia tiene más que ver con la debilidad de la UE que con una actitud proactiva del Kremlin
Sin embargo, quizá el mayor reto al que se va a enfrentar Bruselas sea el de negociar un brexit para el que ni la UE ni sobre todo el Reino Unido están preparados, lo que con seguridad traerá mayor inestabilidad a la Unión.
Ante estas inquietantes perspectivas no es difícil de entender que el proyecto europeo esté cuestionado dentro y también fuera. Una clara señal de la crisis que vive la Unión es la creciente reticencia de Estados de su entorno a seguir trabajando por la adhesión. Las poblaciones y gobiernos de estos países muestran cada vez más un desencanto hacia la UE que en algunos casos como el ucraniano, alejada de Rusia desde 2014, supone encontrarse solo entre dos gigantes.
Y es que, dejando de lado el particular caso de Ucrania, la amenaza de Rusia en Europa no tiene tanto que ver con una actitud proactiva del Kremlin sino con su extraordinaria capacidad para aprovechar cada debilidad de sus adversarios. No hace tanto que los Balcanes o Moldavia ansiaban integrarse en la Unión: hoy algunos de sus gobiernos miran hacia Moscú más que a Bruselas. Hasta hace cuatro días Turquía era un aliado clave para Occidente y el eterno candidato a entrar en la UE: hoy su relación con Europa pasa por horas bajas, mientras asistimos a un creciente entendimiento de Erdogan con Putin escenificado en el nuevo statu quo en Oriente Medio, del que EE.UU. se está retirando, pero en el que la voz de la UE ni siquiera se espera.
Moscú se mantendrá al acecho de cualquier tropiezo de la UE y presionará para lograr debilitar la unidad europea
Moscú ya aprovechó la terrible crisis de deuda griega de 2015 -recordemos que se habló de la posibilidad incluso de sacar a Grecia del euro- para acercarse a Atenas apoyándose en los históricos lazos de las iglesias ortodoxas de los dos países.
Hoy, el caso con más carga explosiva para la UE es el auge de los movimientos euroescépticos y xenófobos, crecidos a la sombra de la crisis de refugiados, que Rusia no ha dudado en apoyar y financiar. Movimientos que precisamente en este año clave pueden llegar al poder en los países vertebradores de la Unión: Francia y Alemania.
Puede decirse, así, que la presión rusa es como el agua que golpea contra un dique agrietado. El Kremlin se mantendrá al acecho de cualquier tropiezo que pueda vivir la UE este año y presionará para lograr su objetivo de debilitar la unidad europea. Con todo y con eso, la probable injerencia rusa no es la causa de una decadencia del proyecto europeo, sino la consecuencia, puesto que las causas de la crisis europea solo pueden encontrarse -y enmendarse, por ende- en la UE.
La UE debe terminar 2017 reforzada tras los retos que se le presentan, y probablemente, sin la tradicional ayuda de EE.UU.
2017 será un año importante para las librerías, llenas ya de títulos que analizan el centenario de la Revolución bolchevique, como lo fue 2014, con el aniversario de la Primera Guerra Mundial. Es cierto que, tras la Revolución de Octubre, el mundo nunca volvió a ser el mismo, como tampoco la visión que de Rusia tenemos desde fuera.
El siglo XX y los primeros compases del XXI demuestran que Rusia puede gustarnos más o menos, pero no es un actor que pueda ser aislado ni ignorado. Cada acción del Kremlin para con la Unión Europea viene a reivindicar ese papel que nunca quiso perder ni al que va a renunciar.
Es por esto que, mientras la Unión Europea no consiga presentarse como un actor solvente y unido de cara al exterior, sufrirá las provocaciones e injerencias de Moscú. Para conseguirlo, la UE debe terminar este difícil 2017 reforzada tras los retos que se le presentan, y probablemente, a pesar del debilitamiento del apoyo del histórico aliado que es EE.UU. En ello va el futuro del proyecto que ha unido a Europa -a pesar de Rusia- desde hace décadas.
*** Blas Moreno es graduado en Relaciones Internacionales y miembro de la dirección de la revista 'El Orden Mundial en el siglo XXI'.