La Gestora del PSOE, órgano que dirige actualmente el partido, y sus mentores han venido justificando la demora en restablecer la normalidad democrática en la organización con la necesidad de acometer un profundo debate político y solo después ocuparse del liderazgo. Éste ha sido tratado como algo secundario y como una mera derivación del debate previo. Referirse al liderazgo era, y lo siguen manifestando así, incurrir en el nominalismo. Primero el qué y después el quién. Una frase tan reducida como imposible, salvo que en lugar de pensar en liderazgos estemos pensando en administradores.
Los liderazgos no son tales sin proyectos, y los proyectos son pura literatura sin liderazgos. Y ello es así incluso en el propio Partido Socialista que ha venido aprobando liderazgos y proyectos en un mismo escenario, el que conocemos como congreso.
La justificación además de irreal se ha demostrado también falsa, pues ha bastado que Pedro Sánchez y su equipo presentara públicamente una propuesta estratégica bajo el título Por una nueva socialdemocracia -para su debate- para que de modo automático surgieran las descalificaciones de los mentores de la gestora. Estoy seguro que las primeras reacciones no fueron consecuencia de lectura alguna: es más, estoy convencido de que los primeros en descalificar las ideas aportadas se habrán impuesto su no lectura como forma de certificar su desprecio.
Entonces, ¿había que debatir o no? ¿O solo hay que atender las narraciones de autores acreditados por el nuevo orden y corresponder con una buena dosis de aplausos corteses aunque inmerecidos?
Cuando observo los ataques a Sánchez recuerdo la campaña de descalificación personal que sufrió Ignatieff
Cuando observo las descalificaciones que de modo persistente reiteran personas, en ocasiones miembros del partido, hacia el candidato a la secretaría general del PSOE Pedro Sánchez recuerdo el libro de Michael Ignatieff, Fuego y cenizas, éxito y fracaso en política y su capítulo El derecho a ser escuchado. Ignatieff sufrió por parte de los conservadores canadienses una campaña de descalificación personal que le impidió cualquier posibilidad de debatir sus propuestas, algo mortal para un hombre procedente de la academia. Decía Ignatieff que el derecho a ser escuchado se ha convertido en la primera línea de combate en la política moderna. “Ya no se atacan las ideas o posturas de un candidato. Se ataca lo que el candidato es”.
“En la política de baja calidad que debemos soportar, el objetivo explícito del ataque es evitar el debate, para evitar los riesgos inherentes al libre intercambio de ideas. Una vez que has negado a la gente el derecho de ser escuchada, ya no tienes que refutar lo que dicen. Solo hay que ensuciar lo que son”. Las palabras de Ignatieff evidencian que el mundo, a través de la globalización, se ha empequeñecido y aunque se refieran a su experiencia política en Canadá parecen desprenderse de nuestro entorno más próximo.
Nos hemos quejado de ausencia de debate político y con razón. La ausencia de razón crítica empobrece las posibilidades de un proyecto que se pretende transformador.
La discrepancia no debe suponer desprecio y el debate no puede situarse bajo parámetros decididos unilateralmente. Todo eso es sencillamente impedir el debate, y eso es lo que se deduce cuando alguien con sobrada torpeza y escasa sensibilidad califica a un socialista como rojo o como radical, por referirme al comentario público más glorioso.
Decir que “el PSOE es la socialdemocracia, no la izquierda” requiere un debate pues sin identidad difícilmente se construye un proyecto
Esta descalificación de las propuestas para el debate evidencia la necesidad de éste. Decir que “el PSOE es la socialdemocracia, no la izquierda” es un reto a debatir sobre nuestra identidad, pues sin identidad difícilmente se construye un proyecto propio. Así que las reacciones demuestran que tenemos concepciones muy distintas y hasta opuestas si nos referimos a la última cita. Vamos percibiendo visiones distintas de nuestra sociedad, del alcance de nuestras propuestas, de la diversidad territorial, de las políticas de alianzas y de modelo de partido, al menos.
Solo un debate bienintencionado, unas reglas claras y una disposición a asumir la decisión mayoritaria contribuirán a la unidad a la que algunos apelan como toda bandera.
La unidad del PSOE no es un punto de partida, sino un logro: se requieren procedimientos garantistas y respeto de la pluralidad
La unidad de la organización se produce en torno a un proyecto político, a unos procedimientos garantistas, a la legitimación de las decisiones y al respeto de la pluralidad. Si se dan estas condiciones la unidad es factible, pero anteponer la unidad al cumplimiento de las mismas solo responde a culturas autoritarias o a empresas que solo buscan la satisfacción de intereses particulares. La unidad no es, pues, un punto de partida sino un logro, la conclusión de un proceso de construcción de condiciones positivas.
El PSOE encara un congreso crucial. El impulso necesario para tratar de conquistar la confianza de la ciudadanía exige que el proceso congresual sea ejemplar lo que exige respeto entre las candidaturas, transparencia y máxima imparcialidad en la gestión de quien tiene encomendada la organización de dicho congreso -la gestora-, un interesante debate de ideas de alcance e interés público y unas reglas de juego claras y respetadas que acrediten el carácter democrático del proceso.
Ya advertía Ignatieff que “si se gana con malas artes, es poco probable que se gobierne bien”
El fracaso en el cumplimiento de tales premisas sí que representaría la verdadera destrucción del PSOE. Advertía Ignatieff que “Si se gana con malas artes, es poco probable que se gobierne bien”. Procuremos entre todos los socialistas y todas las socialistas protagonizar un proceso del que nos sintamos orgullosos por el bien, sí, esta vez sí, de España.
*** José Luis Ábalos Meco es portavoz adjunto del grupo parlamentario socialista en el Congreso.