El pasado martes, una treintena de estudiantes rodearon la carpa que Societat Civil Catalana había instalado en la Plaza Cívica de la Universidad Autónoma de Barcelona, robaron una bandera española y la quemaron. Societat Civil quería publicitar una manifestación contra la segregación de los españoles en Cataluña y la treintena trató de impedirlo al grito de “Fuera fascistas de la Universidad”, una consigna ya familiar con la que se suele recibir en diversas universidades españolas a personas de muy distinta ideología: de Fernando Savater a José María Aznar, de Arcadi Espada a Juan Luis Cebrián, de Felipe González a Rosa Díez. Hablamos de gente bastante dispar. Los agredidos, digo, los agresores son todos muy parecidos. Si tuviéramos que encontrar un rasgo común en todos los “fascistas” a los que quieren echar de la Universidad tenemos que irnos lejísimos, hasta un lugar políticamente remoto, hasta una cuestión básica, de política mínima: la defensa de la Constitución y de la legalidad democrática. Si usted no comparte este rasgo, no tiene de qué preocuparse, sepa que podrá acudir a una facultad a dar una charla sin correr ningún riesgo.
Lo que ocurrió en la Universidad Autónoma es violencia política y es por tanto un hecho noticioso. Y sin embargo para encontrarlo en el periódico el lector va a tener que zambullirse hasta llegar bien hondo, es probable que se quede sin oxígeno antes de dar con la noticia. Es lo que tiene la normalidad, que es un editor implacable.
Como lo de aquella señora que acudió a la consulta del doctor Miguel Lorente en Jaén y le contó: “Mire usted, mi marido me pega lo normal, pero esta vez se ha pasado y quiero denunciarlo”. A los constitucionalistas les pegan en la Universidad lo normal pero de vez en cuando se pasan y conviene denunciarlo. Pero sin estridencias.
Cuándo se convirtió esto en normal es difícil precisarlo. Quizás contribuya a la comprensión del fenómeno recordar que uno de los participantes –¿uno de los organizadores?- de una de estas agresiones universitarias, la que reventó una conferencia de Rosa Díez en la Complutense de Madrid, lidera hoy un partido con 70 diputados en el Congreso. Qué mayor síntoma de normalidad que esta nutrida representación en la cámara legislativa, allí donde la voluntad política de los españoles encuentra su proyección.
No nos rindamos tan fácilmente. En realidad no es normal que bandas de camisas pardas formadas por pubescentes alumnos y talluditos profesores decidan quién tiene derecho y quién no a expresarse en las universidades españolas.
Como lo de aquel tipo que en un restaurante se encontró una cucaracha en el plato y fue a protestar y al advertir el desinterés del camarero preguntó: “Oiga, ¿de verdad a usted esto le parece normal?” Y el camarero, sin inmutarse, contestó: “No. No es normal, pero es bastante habitual”.