En la pared de la habitación de Ana Frank en su escondite de Ámsterdam, junto a las fotografías de estrellas de cine, había una de la futura reina Isabel II, entonces princesa adolescente. Ana no podía saber que esa princesa, cuando era niña, había sido fotografiada haciendo el saludo nazi con su familia. Isabel simbolizaba el glamour de la monarquía británica.
Mientras la futura mártir judía escribía un diario que pensaba que a nadie interesaría, los aviones nazis dibujaban el infierno en el cielo de Londres y un ministro le sugería a Churchill que había que reducir el presupuesto de cultura: “Entonces, ¿para qué combatimos?”, respondió exaltado.
Días antes del Desembarco de Normandía, Churchill instaló su cuartel general en un vagón de ferrocarril, donde recibiría la visita de De Gaulle: “Sépalo bien, general De Gaulle: cada vez que hayamos de optar entre la otra ribera del Atlántico y Europa, elegiremos la otra ribera del Atlántico. Entre usted y Roosevelt, siempre me quedaré con Roosevelt”. Estas palabras nuevamente exaltadas contribuyeron a forjar el rechazo del presidente francés a la entrada de Inglaterra en la Comunidad Económica Europea.
Lo mejor que le puede pasar a la UE es que salgan de ella los que quieren un trato diferente porque se sienten diferentes
Reino Unido acabaría entrando en Europa exigiendo un estatus especial, y quienes han defendido la permanencia era a cambio de más privilegios. En sus Memorias europeas, Sosa Wagner cuenta que, en las dos sedes del Parlamento Europeo -situadas en las francófonas Estrasburgo y Bruselas-, todos los carteles están en inglés; que había ingleses que llevaban muchos años de parlamentarios “y no se han molestado en aprender a decir ni bon voyage”; y que Reino Unido amenazaba todas las mañanas con un referéndum para salir de la Unión.
Como no se puede luchar contra los elementos, lo mejor que le puede pasar a la Unión Europea es que salgan de ella los que quieren un trato diferente porque se sienten diferentes, ya sean británicos o vascos (¿a qué espera Bruselas -Madrid no se atreve- para acabar con el concierto vasco y el convenio navarro?).
Aunque haya triunfado el 'brexit', no se puede caminar contra el viento de la Historia, ahora llamado globalización
El marido de Isabel II se quejaba de que no podía tomar café caliente en su casa: como en el Palacio de Buckingham hay mucha distancia entre las cocinas y los apartamentos, la bebida se enfriaba. Y, según Salvador de Madariaga, el inglés medio da por sentado que quien habla bien su lengua sin asomo de extranjerismo, persona decente tiene que ser.
¿Por qué nunca ha sido fluido el diálogo entre Europa y Gran Bretaña? ¿Tanta es la distancia? Se diría que el Mar del Norte es un gigantesco muro de agua. En plena época victoriana, el doctor John Moodie prescribía el cinturón de castidad para combatir la masturbación. Y en febrero de 2004, en el aeropuerto de Atenas, empezó a pitar el detector de metales cuando pasó una mujer inglesa: los guardias descubrieron que, bajo las faldas, llevaba un cinturón de castidad (“mi marido sólo me deja viajar a las islas griegas si lo llevo puesto”). Tuvo que volver a Londres.
Contra el constante onanismo del sentimiento nacionalista, humildad: una hectárea de selva en la isla de Nueva Guinea puede albergar tantas especies de árboles como Gran Bretaña; en la última Eurocopa, Islandia eliminó a Inglaterra. En nuestro país, a quienes enarbolan continuamente la lengua como símbolo distintivo, como muro, habría que recordarles que las lenguas romances son dialectos del latín, una lengua muerta. Aunque los nacionalismos vuelvan a estar de moda, aunque hayan triunfado el brexit y Donald Trump, no se puede caminar contra el viento de la Historia, ahora llamado globalización: Eric Hobsbawn observó que, en 1997, el número de noches pasadas fuera de casa en un país extranjero fue de 630 millones (una noche por cada nueve seres humanos).
El príncipe Carlos visitó el Parlamento Europeo para hablar sobre medio ambiente, pero se fue sin escuchar a los expertos
Contra el constante onanismo del sentimiento nacionalista, cultura común: en las cortes europeas del siglo XVIII se difundían tapices con historias de don Quijote. En esa misma línea, Sosa Wagner propugna que se haga una consulta continental para elaborar una lista de cincuenta genios -él propone a Cervantes, Rubens, Molière, Mozart y Goethe-. Una vez seleccionados los nombres, se editaría una sencilla publicación con sus obras y sus vidas, que habría que repartir por las escuelas y los escaparates digitales. La carta que le envió quien fue eurodiputado de UPyD al entonces presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, pidiéndole que convocase la consulta, fue respondida con displicencia.
Aquella princesa adolescente admirada por Ana Frank, se convirtió en reina y jefa de una iglesia nacida de un divorcio. Durante sus primeros años de reinado, no recibía a divorciados. Si hubiera mantenido esa norma, no hubiese podido recibir a sus propios hijos. Tanto se ha extendido el divorcio en aquellas tierras de acantilados blancos, que ahora quieren separarse de un viejo continente.
En las Memorias europeas leemos la visita al Parlamento Europeo del príncipe Carlos para hablar de medio ambiente y energía. Sosa Wagner se indigna porque, tras la intervención del eterno heredero, este se marchó “sin tener la delicadeza de quedarse a escuchar a quienes estaban llamados a intervenir en las mesas, expertos o políticos ya muy bregados en esos asuntos”. No parece que la cultura sea una de sus prioridades: a raíz de la polémica suscitada por el dinero que destinaban los británicos a la seguridad de Salman Rushdie, el príncipe afirmó que escribía muy mal y costaba demasiado a los contribuyentes. El novelista indio-británico respondió mediante un amigo: “Quizá cueste caro proteger a Rushdie, pero aún cuesta más proteger al príncipe Carlos, que no ha publicado nada interesante”.
Esperemos que el muro del mar del Norte no haga retroceder ese ideal de paz y fraternidad encarnado por la UE
En los años 50, cerca de Londres, se construyó un refugio atómico: casi cien kilómetros de calles a 35 metros bajo tierra y una estación de tren. Si estallara la Tercera Guerra Mundial, el refugio salvaría a una distinguida minoría: Isabel II, Felipe de Edimburgo, el pequeño Carlos… Dentro de los pueblos que se creen escogidos por los dioses también cabe hacer distinciones.
Poco después del triunfo del brexit, se celebró en Bratislava la primera cumbre europea sin el Reino Unido. Los líderes de los 27 países se subieron a un barco para surcar las aguas del Danubio mostrando unidad. Sin embargo, la falta de agua les hizo retroceder. Esperemos que el muro del Mar del Norte no haga retroceder a ese ideal de paz y fraternidad encarnado por la Unión Europea; ese ideal surgido tras las guerras mundiales para luchar contra los nacionalismos; ideal que, con todos sus defectos, es lo mejor que le ha pasado a Europa, la tierra que vio nacer a Miguel Ángel, Velázquez, Beethoven, Víctor Hugo y Stefan Zweig.
*** José Blasco del Álamo es periodista y escritor.