Hacia la tercera moción de censura: las lecciones del pasado
Al hilo de la moción de censura anunciada por Pablo Iglesias, el autor repasa las dos mociones de censura habidas en Democracia y sus consecuencias.
En la historia parlamentaria de nuestra democracia se han vivido dos mociones de censura. Una, la que presentó el PSOE de González y Guerra en 1980, acabó por destruir al Gobierno de Suárez y reforzó a los socialistas como la alternativa. Otra, la que ejecutó en 1987 la Alianza Popular de Hernández Mancha, mostró las carencias del candidato y dio una fácil victoria al gobierno socialista. Ahí comenzó el descenso del nuevo líder popular, hasta el punto de que Fraga tuvo que volver al partido para echarle. Las mociones de censura constructivas son un arma de doble filo.
Una moción para anunciar el fin de Suárez
La vida parlamentaria no era el fuerte de Adolfo Suárez. En la investidura de 1979 no había querido someterse a un debate en el Congreso sobre su programa de gobierno. Esto perjudicó su imagen pública, que reclamaba fortaleza y presencia justamente en momentos de conflicto social y tensión política; su liderazgo, en una coalición improvisada, estaba en una situación delicada. Al objeto de enmendar el error, Suárez aprovechó la remodelación ministerial de mayo de 1980 para explicar en el Congreso su programa. Debía de ser una muestra de autoridad y confianza.
Sin embargo, el PSOE presentó una moción de censura, debatida los días 28 y 29 de mayo de 1980, lo que encajaba con su campaña agresiva contra la UCD y su intento, al tiempo, de insuflar esperanza en el electorado como alternativa de gobierno. Los socialistas lo justificaron por la crisis económica y los traspiés en la política autonómica. La táctica del PSOE respondió a su leve caída electoral en el País Vasco y Cataluña, y a su deseo de contrarrestarlo sumando una “nueva mayoría” junto a los grupos socialdemócratas de la UCD. Era una forma de dar sensación de Poder, al tiempo que se desmontaba al adversario.
Guerra, el duro; González, el encantador
Alfonso Guerra presentó la moción con un tono muy duro contra Adolfo Suárez. Llegó a afirmar que el presidente “no soporta más democracia; la democracia no soporta más al señor Suárez; cualquier avance en el camino de la democracia pasa por la desaparición del señor Suárez”. González se había reservado el papel positivo, el de la presentación amable de su programa alternativo de gobierno.
El PSOE encontró aliados. Santiago Carrillo, jefe del PCE, apoyó la moción diciendo que el Gobierno Suárez había fracasado en su proyecto de cambiar las cosas en España. La política de consenso quedaba así cerrada. Le siguieron el Partido Socialista de Andalucía, ERC y otros, consiguiendo un total de 152, veinticuatro menos de los necesarios.
Manuel Fraga, líder de AP, saludó la aparición de una “izquierda moderada, nacional y eficaz”, pero anunció su abstención. González le agradeció el cumplido diciendo aquello de que a Fraga le cabía el Estado en la cabeza. También se abstuvo Blas Piñar, único diputado de Fuerza Nueva, junto a Miquel Roca (CiU) y otros hasta sumar 21 votos. En contra de la moción socialista solo votaron los diputados de UCD: 166.
La batalla de la imagen
Los socialistas perdieron la moción, pero González quedó ante la opinión pública como un líder plausible, y consiguió desviar el foco de atención, el protagonismo, de una sedicente UCD, a un ilusionante PSOE, que presentó un completo programa de gobierno. Del mismo modo, el episodio dañó mucho a Suárez.
La primera encuesta del CIS tras el debate mostró que ya no era el político mejor valorado para los españoles, que había pasado a ser González. Además, sus debilidades quedaron al descubierto: carecía de dotes parlamentarias, lo que era una carencia decisiva en momentos en los que la política discurría ya por la televisión, y ponía en cuestión su liderazgo gubernamental y partidista. Incluso la UCD quedó como lo que era: un conglomerado circunstancial.
El PSOE y AP vieron esas deficiencias y comenzaron a actuar como una pinza. Los socialistas se acercaron a los socialdemócratas de la UCD, y los de Fraga a los conservadores en la búsqueda de su “mayoría natural”. El electorado percibió esta circunstancia y empezó a dar por amortizado el “invento Suárez,” como lo llamó Emilio Romero, y a depositar su confianza en esos otros dos partidos.
El 'experimento Mancha'
Los socialistas arrasaron en las elecciones de octubre de 1982 y la UCD pasó a mejor vida. A la derecha surgió Coalición Popular, con la unión de AP, el PDP y el Partido Liberal de José Antonio Segurado. Los resultados electorales eran buenos, ya que había conseguido el 26% de los sufragios en los comicios de 1982 y 1986. Sin embargo, las encuestas hablaban de la impopularidad de Fraga: tan solo era aceptado por un 25% del electorado. Se habló entonces del “techo de Fraga”, de la imposibilidad de conseguir la “mayoría natural” con su candidatura.
En el VIII Congreso de AP, en febrero de 1987, fue elegido Antonio Hernández Mancha frente a Miguel Herrero de Miñón, el “hombre fuerte” de Fraga. Un mes después, Alberto Ruiz-Gallardón aconsejó al nuevo líder la presentación de una moción de censura temiendo que la marcha de Fraga hiciera que la “nueva mayoría” prefiriera al CDS de Suárez y Rodríguez Sahagún. El 24 de marzo de 1980 se reunió el comité ejecutivo del partido, y con los votos favorables de Luis Eduardo Cortés y Jorge Fernández Díaz, la propuesta de Gallardón salió adelante.
La jugada socialista
Los socialistas eran conscientes de la improvisación, y aceleraron el trámite: el debate fue dos días después de la presentación de la moción en registro. El viernes 27 de marzo de 1987, Juan Ramón Calero, portavoz aliancista, explicó la censura, y Alfonso Guerra, vicepresidente, le replicó con ironía: "Ustedes son la derecha reaccionaria vestida de populismo y utilizan el discurso de la más vieja derecha".
Hernández Mancha defendió su programa en el Congreso. No era un buen orador, y gesticulaba demasiado. González le miró con conmiseración y luego le destrozó en la réplica, a lo que ya se habían sumado los portavoces de Izquierda Unida, PNV y Euskadiko Ezquerra. Mientras, la bancada socialista se reía y pateaba el suelo.
La votación no dejó lugar a dudas: 195 en contra (PSOE, Izquierda Unida, PNV, EE) y 67 a favor (AP y Unión Valenciana) con 70 abstenciones. La moción no fue apoyada por los exdiputados de AP, dirigidos por Jorge Verstrynge, ni por el PL de Segurado ni el PDP de Alzaga.
Aviso a navegantes
A la salida, los diputados populares estaban convencidos de que ahí mismo había acabado la andadura de Hernández Mancha. Quizá fue Jiménez Losantos quien mejor lo describió en un artículo en Diario 16 diciendo que esa moción se había mostrado como el “producto de un cerebro ignorante y del apresuramiento de un político inmaduro”. Aviso a navegantes.
*** Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid.