El debate de las primarias del PSOE ha sido una confrontación interpuesta entre Pablo Iglesias Posse, fundador del partido, y Pablo Iglesias Turrión, obsesionado por ser su enterrador.
Sánchez intentó una y otra vez volver al 1 de octubre, como si aquel día el partido hubiera perdido su alma y solo él pudiera devolvérnosla. No admitió que la disyuntiva entre una decisión mala y otra peor la provocó su mal rendimiento electoral y su incapacidad para la negociación. No obstante, falto de argumentos para explicar las consecuencias del “no es no” tuvo que reconocer que ese lema no constituye un proyecto político. ¿Qué es lo que ofrece entonces?
Susana Díaz apeló desde el inicio al orgullo del partido, al espíritu de Posse, pero no se quedó en declaraciones buenistas. Expuso somera pero claramente sus prioridades en educación, sanidad, empleo o dependencia. También arriesgó al afirmar hasta tres veces que asumirá su responsabilidad como secretaria general si el PSOE no remonta electoralmente.
El debate habría sido estéril de no haber trascendido que las diferencias están en los proyectos y en las actitudes
Díaz demostró valentía asumiendo la necesidad de interpelar directamente a Sánchez, ya que el debate habría sido estéril de no haberse puesto sobre la mesa que las diferencias no se encuentran solo en los proyectos sino en las actitudes. Cuando el madrileño intentó acusar a la andaluza de moverle la silla, ella le replicó con contundencia que el problema no era ella sino él, dado que había ido perdiendo la confianza de casi toda la dirección que él mismo había nombrado, y que hasta los ex presidentes González y Rodríguez Zapatero le habían retirado su apoyo al sentirse engañados.
Pedro Sánchez no supo desembarazarse del espectro de Turrión que parece haberlo poseído. Como un aprendiz de populista, siguió invocando al deseo de los militantes sin concretar los proyectos que nos ofrece. Ante la pregunta de Susana Díaz por sus llamativos cambios de línea política en la decisiva cuestión territorial, como única respuesta Sánchez cayó en la bajeza de leer una ristra de citas descontextualizadas y hasta juicios de valor de comentaristas conservadores para intentar aparentar que la líder andaluza había coqueteado con el nacionalismo, lo cual no resultó en absoluto convincente.
López defendió que un partido necesita contrapesos y que deben asumirse las decisiones del Comité Federal
Patxi López no asumió la conveniencia de la abstención ante Rajoy pero sí explicó que un partido necesita contrapesos y que, por lo tanto, deben asumirse con lealtad las decisiones del Comité Federal. En consecuencia, defendió que le debe corresponder a este órgano decidir las consultas a los militantes para que no se conviertan en plebiscitos a conveniencia del secretario general, justo lo contrario de lo que intentó el ex secretario general con el órdago desesperado de celebrar un congreso en 20 días.
Sánchez se mostró acomplejado ante el líder de Podemos, incapaz de desmarcarse de la fatalidad de tener como compañero de gobierno a quien solo se ha preocupado de maltratar al PSOE desde el insulto y la fanfarronería. Intentó acusar de hipocresía a quienes le prohibieron pactar con Podemos a nivel nacional pero sí admiten las alianzas en varias comunidades autónomas o a nivel local. El argumento resulta falaz pues nadie en el PSOE veta a Podemos en su conjunto, ni muchos menos a sus votantes, pero es fundamental no caer en el síndrome de Estocolmo con aquellos de sus dirigentes que no trabajan por construir desde el respeto coaliciones progresistas sino que solo buscan morbosamente dañar y dividir a los socialistas.
Serán minoría los que se muevan por el rechazo a que su principal contrincante sea mujer y andaluza
Intento entender a los apoyos de Pedro Sánchez. Asumo que serán una franca minoría los que se mueven desde prejuicios como el rechazo a lo que supone que su principal contrincante sea mujer y andaluza, aparte de que quizá se hayan desactivado ante el aplomo y habilidad dialéctica demostrados por Susana Díaz. Imagino que habrá algunos militantes que se guiarán por los dirigentes que se han alineado tras cada candidato, o que buscarán la revancha de viejas querellas orgánicas o personales. Son motivos espurios que deberían relegarse cuando nos jugamos el futuro de un partido que ha gobernado España durante 21 años en el actual periodo democrático.
No compartiéndolo en absoluto, el único nicho ideológico que entiendo puede sentirse bien representado con Pedro Sánchez es el de los que crean que España es plurinacional y que hay llevarlo hasta sus últimas consecuencias. No porque el ex secretario general ofrezca tampoco respuestas muy claras en este aspecto, sino porque su indefinición les parezca una oportunidad para iniciar un cambio de rumbo para el que la mayoría del partido demuestra una posición claramente centrada en defender la unidad de España, que no es incompatible con su organización federal. Por cierto que prueba de la irreprochable actuación de la Comisión Gestora –a la que Pedro Sánchez lanzó varias acusaciones de parcialidad– ha sido que el censo del PSC vota en este Congreso como en anteriores ocasiones y eso que, como era previsible, se han inclinado mayoritariamente por Pedro Sánchez.
Pedro Sánchez no ha mirado más que por su propio interés de optar a la Presidencia del Gobierno a cualquier precio
Pero tampoco era sin duda esta frontera equívoca con el nacionalismo la fuente principal de avales al madrileño, sino su oportunista pretensión de ser el único que hace frente al Partido Popular desde la que construye su populista apropiación de ser “la voz de la militancia”. Confío en que el debate contribuyera a desenmascarar la impostura de Pedro Sánchez quien, durante más de dos años de mandato, no tuvo más hilo conductor que su propio interés de optar a la presidencia del Gobierno a cualquier precio.
Sus bandazos de equipos y programas desdibujaron la credibilidad política del partido y alejaron a los electores. Su desprecio por la democracia interna, precisamente por quien decía enorgullecerse de ser el primer secretario general elegido por la militancia, sembró el germen del populismo en una organización que siempre había comprendido que ser alternativa de gobierno implica actitudes responsables como la de respetar a quien opina distinto, empezando por el propio partido.
Sánchez negó al Comité Federal la legitimidad para cesar al secretario general, consciente de que eso lo haría intocable
Por eso, si me tuviera que quedar con un solo argumento para ratificar mi voto a Susana Díaz elegiría una de las diferencias más nítidas que se vio entre los candidatos: el respeto a la pluralidad de opiniones. Pedro Sánchez no solo negó al Comité Federal la legitimidad para cesar al secretario general –consciente de que eso lo haría casi intocable, al ser muy difícil que el conjunto de la militancia se coordine sin intermediarios para promover una moción de censura–, sino que sobre varias cuestiones controvertidas dijo que con él como secretario general “ni siquiera se pondrían en cuestión”.
Susana Díaz, y Paxti López también se inscribió en esa línea de defensa de la libertad de expresión, se atrevió sin embargo a poner énfasis en el peligro de reclamar el pensamiento único dentro del PSOE. En efecto, para volver a ser creíble, el PSOE necesita reflexionar y debatir seriamente en el inminente congreso y más allá sobre nuestra oferta programática. Solo podremos hacerlo si el 21 de mayo el espíritu de Posse se impone definitivamente sobre el fantasma de Turrión, apartando de nosotros la intransigencia y el dogmatismo que caracterizan al populismo.
***Víctor Gómez Frías es militante del PSOE.