Susana arriesga mucho y demuestra ser una mujer valiente. Se enfrenta a una aventura de final incierto en la que tiene mucho que perder y nadie sabe cuánto que ganar: en el mejor de los casos, heredará un partido herido por dentro y cuestionado por fuera. Presidir la Junta de Andalucía significa ostentar el cargo institucional más relevante del socialismo español, más aún al ser también secretaria general del partido en su región. Además, ha abierto una brecha de diez puntos con el Partido Popular (no olvidemos que la derecha había ganado las anteriores elecciones andaluzas) y ha taponado los suspiros de Podemos por liderar la izquierda regional, lo que le otorga las mejores expectativas en su territorio para los próximos años. Sin moverse de esa atalaya, mantendría sin duda su enorme influencia orgánica en el PSOE nacional. En definitiva, lo más cómodo y seguro sería quedarse en Sevilla; el riesgo y la incertidumbre, saltar a Madrid.
Entonces, ¿por qué dar el paso? En todos los candidatos a dirigir un partido político se presume algún grado de ambición, pero si ésa fuera la motivación de Susana para este viaje, miraría hacia otro lado y esperaría aguas más tranquilas, contemplando el descalabro que podrían suponer unas terceras elecciones generales con el mismo candidato -tal y como está el patio, ¿alguien niega que el próximo secretario general será también candidato a la presidencia del gobierno?-. A partir de ahí, alfombra roja y vítores para su desembarco en Ferraz. Sin embargo, es momento para la responsabilidad: esperar a ver qué pasa, la gestión de sofá -¿les suena?- no es su estilo.
Los militantes no estamos dispuestos a que ningún miembro de nuestro partido nos quite o nos dé el carné de socialista
Se ha echado el ato a la espalda en el momento más difícil para ayudar a curar heridas y devolver la ilusión a los militantes socialistas, sí, pero también a millones de españoles con su referencia política y social en el PSOE, de cuyo apoyo depende que podamos poner en práctica nuestras ideas. Analizando cada flanco de su decisión, creo que Susana obra con generosidad y gran sentido de la responsabilidad.
Con las cartas boca arriba -mi opción, indiscutiblemente, es Susana-, considero importante desactivar algunas proclamas que tratan de desprestigiarla (también a Patxi), apelando al gran valor de la lealtad y su fea contraparte: la traición. Hay en el ambiente de estas primarias cierto hartazgo de mesianismos. Los militantes no estamos dispuestos a que nadie de nuestro partido nos quite o nos dé el carné de socialista, ni consentimos lecciones de izquierdismo ni dignidad. No se puso en entredicho nuestra lealtad cuando asumimos el pacto de investidura con Ciudadanos -donde, por ejemplo, quedaba diluido nuestro rechazo frontal a la reforma laboral del PP-, por mucho que abriera un camino incierto, finalmente fracasado. Ni cuando desde nuestra sede federal se hacían guiños a Podemos tras su no en la investidura.
Amparamos a nuestro secretario general en la incertidumbre y nos mantuvimos a su lado en las dos peores derrotas del PSOE
Por lealtad, nos mantuvimos enteros cuando Iglesias nos humillaba reservándose los cargos que habían de convertirlo en comisario político del reino. Amparamos a nuestro secretario general, Pedro Sánchez, en momentos de incertidumbre, cuando la gente de nuestros pueblos nos preguntaba nuestra posición como partido y llegó un momento en que no sabíamos qué responder. Y nos mantuvimos junto a él tras las dos peores derrotas del PSOE.
Luego llegó el gran viraje. Desde la investidura fallida se pidió a los afiliados socialistas un cheque en blanco para lograr el gobierno, esta vez sin consultas como la del pacto con Ciudadanos -¿se había terminado el “contar con la militancia”?-. Pero somos un partido garantista y con mecanismos de control; haber ganado las primarias no exime de rendir cuentas y someter las decisiones fundamentales a la ejecutiva y al comité federal, que estableció líneas rojas para los pactos. A esos límites -por ejemplo, no negociarás con independentistas cuando éstos se hallan en pleno proceso rupturista con el estado que pretendes gobernar- se les llamó “no dejar trabajar” y, más adelante, “deslealtad”.
¿Habríamos logrado subir el sueldo mínimo o bloquear la infame ley educativa desde la irrelevancia parlamentaria?
Debemos lealtad a nuestros principios e ideales comunes, y a quienes los representan en cada momento, pero nadie tiene derecho a llamar traidor ni desleal a ningún compañero, y lo hemos oído demasiadas veces en esta campaña: ¿En virtud de qué ley divina Patxi López debe lealtad eterna a Pedro Sánchez? Patxi era el gran referente del PSE cuando a Pedro no lo conocíamos. ¿Debió Susana, como tantos otros, callarse cuando Sánchez sacó la urna que había de perpetuarlo como secretario general en aquel comité federal? Hartos también de que quieran engañarnos: pretendía un congreso en menos de tres semanas y con las espadas en alto, lo que imposibilitaba de facto la concurrencia de más candidatos que quien sacó la urna. Una huida hacia adelante en toda regla. Perdió por abrumadora minoría, dimitió y nunca llegó a mostrar la menor autocrítica ni, candidato de nuevo, propósito de enmienda.
Nuestro fin común es retomar mayorías para servir a los ciudadanos; el medio, decir adiós a una derecha injusta e insensible -además de avariciosa y corrupta-, que ha planteado una salida de la crisis a su medida, es decir, condenando a las gentes sencillas a una precariedad permanente. Y quisiera puntualizar que este anhelo no es patrimonio exclusivo de ninguno de los tres candidatos. Es importante aclarar que la abstención al PSOE no fue un acto ni contra la militancia ni contra nuestros votantes, sino la única manera de impedir el colapso institucional al que habíamos llegado. Se intentó crear una alternativa razonable y no se logró, sencillamente porque Podemos lo impidió. Es fácil hablar, erigiéndose en adalides de una coherencia fingida; los diputados socialistas que votaron no, lo hicieron con la comodidad de que eran otros quienes asumían tan desagradable papel. Pero la realidad era que tenemos ochenta y cuatro diputados, y el no, más allá del bloqueo institucional, nos llevaba a unas terceras elecciones que auguraban un PSOE aún más arruinado y un PP al alza. ¿Qué estábamos dispuestos a sacrificar? ¿Hasta dónde pensábamos llegar? ¿Habríamos logrado subir el sueldo mínimo o bloquear la infame ley educativa, entre otras iniciativas, desde la irrelevancia parlamentaria?
Es Susana quien mejor puede devolvernos la ilusión y quien garantiza un futuro de esperanza para el PSOE
Si el PSOE mantiene un peso importante en política local, es por el equilibrio y coherencia que aportan muchos de sus referentes, que transmiten la seguridad de que alguien velará por sus intereses, por la justicia social, la igualdad de oportunidades y la calidad en los servicios públicos. Somos un partido abierto e integrador: cuando destilamos sectarismo, perdemos; cuando acogemos y somos capaces de atraer la mayoría social al interés común, crecemos, y entonces sí somos el partido fuerte y útil, capaz de desarrollar políticas de izquierda, en el que confía la gente. Y ésa, no otra, es nuestra esencia: mejorar la vida de los ciudadanos desde criterios de justicia y solidaridad.
En los municipios pequeños, donde el sentimiento de comunidad es especialmente intenso, sabemos que desde las trincheras no se construye, y que en los duelos a garrotazos perdemos todos. Susana ha construido su campaña evocando la fraternidad entre compañeros, sin mostrar rencores ni desprecios, desgranando el significado profundo de la palabra “compañero”. Percibo su voluntad real de tender puentes integrando en su proyecto a los otros candidatos el día después, y veo claro su afecto sincero por Patxi (compartido por quienes la apoyamos). Pero ahora es su momento, es Susana quien mejor puede devolvernos la ilusión y quien garantiza un futuro de esperanza para tantos que creemos en el PSOE.
*** Fernando Rubio de la Iglesia es alcalde de Juzbado (Salamanca), secretario de Pequeños municipios y miembro de la Comisión ejecutiva provincial del PSOE en la ciudada salmantina.