El supremacismo catalán, la gasolina del 'procés'
La autora analiza la xenofobia contra lo español que desde hace años una parte de la sociedad catalana practica con todo lo que proviene del Estado.
Las pancartas de No a la islamofobia que se vieron en la triste manifestación del pasado sábado en Barcelona decían mucho más de lo que parecía. Supuestamente, aquel era un acto de unidad tras las matanzas de unos días antes, por lo que lo lógico hubiera sido decir no al terrorismo. En el contexto en que se mostraron -el de una manifestación manipulada por los secesionistas para convertirla en una muestra de rechazo a España-, aquellas pancartas iluminaban un mal mucho más extendido que la marginal islamofobia: la xenofobia contra lo español, que es la auténtica gasolina que alimenta el llamado procés, este golpe de Estado contra la democracia española que está sucediendo ante nuestros ojos.
Los secesionistas insultan a España, a lo español y a los españoles de forma constante. En el subtexto de absolutamente todo lo que dicen está una repugnante pretensión de superioridad moral, cultural, económica y social. Creo que parte de la desmoralización a la que nos enfrentamos los españoles viene de que nuestros líderes políticos han hecho lo posible por no escuchar estos insultos constantemente sugeridos. La realidad es que cada vez que un Junqueras, un Puigdemont o un Mas fantasea con la secesión lo que se escucha, a poco que se afine el oído es: "Somos mejores que vosotros y por eso queremos y podemos irnos".
Pero no todo es sugerido. El lunes publiqué un hilo en Twitter en el que citaba los estatutos de la Asociación de Municipios por la Independencia (AMI) con algunos retoques: donde se hablaba de España o del Estado español, escribí Islam; donde se decía español o castellano, escribí musulmán. El resultado era inaceptable, un texto que habría soliviantado, qué duda cabe, a los portadores de las pancartas contra la islamofobia y a cualquiera de los que creemos en la tolerancia y el pluralismo. La AMI no es una asociación marginal. Incluye a cientos de ayuntamientos catalanes gobernados por nacionalistas y (esto es especialmente vergonzoso) por el PSC. Todos esos ayuntamientos y partidos se han adherido a un texto que ensalza a los catalanes denigrando a los españoles. Y no fue ayer: los estatutos llevan años publicados. ¿Fobia al Islam? No, lo que hay es un supremacismo catalán.
Igual que en Estados Unidos, en Cataluña se ha esparcido un veneno supremacista que necesita antídoto
Pienso en Donald Trump, al que con justicia podemos considerar un presidente racista. No creo que en la hemeroteca encontremos declaraciones suyas sobre la superioridad de la raza blanca. Trump deja los exabruptos a sus seguidores, y luego no los rechaza o lo hace con palabras ambiguas, como en los sucesos de Charlottesville. Si la cosa se pone fea, sacrifica un peón. Pero Trump es supremacista como lo es Puigdemont: ambos alimentan su máquina política con la gasolina del odio. Ya que la manifestación de Barcelona no sirivió para lo que debía, al menos habrá servido para evitar que algunos sigan haciendo oídos sordos. O así debería ser.
Hay más similitudes con Trump. "Los españoles pagarán el muro", bromeaba el escritor Lorenzo Silva tras el anuncio de la última ley golpista. Y no sólo los españoles, añadiría yo: ¡los europeos! Los secesionistas siguen fingiendo que tras su golpe de Estado seguirán dentro de la UE, a pesar de todas las veces en que la Comisión ha explicado que tal cosa no podría suceder. Da igual, es un mensaje de consumo interno: Trump sigue diciendo que México pagará el muro y los golpistas que la idílica República Catalana seguirá en Europa.
Si hasta ahora lo mejor de Trump es su incapacidad para implantar su agenda, tal es también el destino de los secesionistas: sigo pensando que no podrán consumar su golpe. Pero, igual que en Estados Unidos, en Cataluña se ha esparcido un veneno supremacista que necesita antídoto. Y tenemos un problema añadido: cada vez que alguien cercano a Trump insinúa o proclama la superioridad de la raza blanca, la mitad del país se levanta, lo señala y le llama racista. Aquí, varios centenares de municipios se pueden sumar a un manifiesto xenófobo contra España y la única respuesta es una llamada a la prudencia. "Las afrentas de algunos no las hemos escuchado", dijo Rajoy tras la manifestación. Pues debería, presidente, porque no eran sólo afrentas contra usted ni contra el rey, sino gritos supremacistas contra el conjunto de los españoles, y por tanto es su obligación responder desde la ley y desde la política. No a la xenofobia contra lo español.
*** Beatriz Becerra es vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos en el Parlamento Europeo y eurodiputada del Grupo de la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE).