Escribe Stephen Covey en su libro sobre los hábitos de las personas altamente efectivas que la diferencia más notable ente liderazgo y administración es que los administradores se preocupan por hacer las cosas y los líderes se ocupan de hacer las cosas que hay que hacer. Y pone un ejemplo clarificador: Un grupo de productores se abren camino por la selva a machetazos seguidos por los administradores que se encargan de que rindan al máximo afilando sus machetes, suministrándoles agua... Pero ese esfuerzo no servirá de nada si no hay un líder capaz de alejarse de la zona de confort, trepar al árbol más alto, otear el horizonte y gritar: "¡Selva equivocada!".
Les invito a que oteen conmigo el horizonte. Entre la maleza de esta intrincada selva que es España encontraremos muchos obstáculos que nos impiden caminar a buen ritmo: la desigualdad entre españoles que crece sin cesar y frena nuestro avance; la corrupción política que parece no tener fin y obstaculiza nuestro progreso; las deficiencias en educación, sanidad y servicios sociales que dificultan seriamente la tarea de despejar el camino... Pero si miramos con atención, desde el árbol más alto, descubriremos que todo esfuerzo será vano si no extirpamos las dos inmensas plantas carnívoras que han invadido todo: el terrorismo yihadista, firmemente enraizado en una importante parte del territorio, y el frenético empuje de unos malos administradores decididos a robarnos la democracia.
Les invito a repasar cómo se han comportado nuestros políticos tras los atentados yihadistas del 17-A ; y luego ya decidirán en qué categoría hemos de colocarles.
Algunos pusieron de manifiesto que las víctimas eran secundarias y utilizaron el atentado para enfrentarnos
Ciertamente hay un nexo entre los atentados terroristas de París, Londres, Berlín, Nantes o Bélgica y los que tuvieron lugar el 17 de agosto en Barcelona y Cambrils: el origen de los autores (todos eran musulmanes yihadistas) y la inocencia y el insoportable dolor de las víctimas. Y hay similitudes en el desarrollo del trabajo de los profesionales de los servicios de asistencia sanitaria, volcados en ayudar a las víctimas y a sus familiares, y en el de los miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad a todos los niveles: central, autonómico y local. También hubo una reacción humana en toda España idéntica a la que llevó a Europa entera a expresar y sentir que todos y cada uno de nosotros éramos París, Berlín o Londres.
Pero ahí se acaban las comparaciones posibles. Mientras que los políticos del resto de Europa reaccionaron ante los atentados consternados por el drama y unidos ante el enemigo común, en España algunos pusieron inmediatamente de manifiesto que las víctimas eran secundarias y decidieron utilizar el atentado para enfrentarnos entre españoles y, sobre todo, para afianzar las posiciones de aquellos que llevan años dedicados casi en exclusiva a alimentar a la planta carnívora con la que pretenden devorar la propia democracia.
Por poner solo un ejemplo, recuerden la cabecera de la manifestación de París, en la que los Jefes de Estado y de Gobierno de las principales democracias del mundo caminaban unidos para honrar a las víctimas y hacer frente al que sabían el enemigo común; y compárenla con la de Barcelona. Recuerden el paisaje de las ciudades tras los atentados: en todos ellos se desplegaron por las calles los hombres y mujeres armados que tiene el mandato constitucional de defender la seguridad de todos los ciudadanos del país; y compárenlo con Barcelona, Cambrils, los controles con un solo coche, las contradicciones, los desmentidos...
Somos el único país que cuando los terroristas de turbante nos matan, reaccionamos matándonos entre nosotros
Recuerden las palabras de los dirigentes europeos tras los atentados, su claridad al señalar a los culpables, su determinación y su compromiso de ir a por ellos hasta ponerles a todos y cada uno a disposición de la Justicia. Y compárenlas con los discursos del presidente de la Generalitat, de su consejero de Interior, de los dirigentes del secesionismo... empeñados en enfatizar su “excelente” relación con los musulmanes que viven en Cataluña.
Lo que sorprende es que los yihadistas no nos hayan golpeado antes, pues ellos saben (lo vieron el 11-M) que los españoles somos el único país que cuando los terroristas de turbante nos matan, reaccionamos matándonos entre nosotros; aunque, todo sea dicho, eso mismo ya lo ensayamos con los terroristas de txapela: “Algo habrá hecho...”. Lo que es seguro es que a la vista de las las patéticas proclamas de la manifestación de Barcelona: “Vuestras políticas, nuestras muertes”; “No a las guerras”; “El terrorismo no tiene religión. Islam quiere decir paz”; “No a la islamofobia”... no se habrán sentido defraudados.
Las posibles negligencias o errores previos, la descoordinación entre fuerzas y cuerpos de seguridad derivada -o no- de instrucciones políticas de no cooperar, las consecuencias de no tomar decisiones que afectan a la seguridad “solo por si acaso”... son cuestiones sobre las que aún no tenemos respuesta. Pero todo lo ocurrido tras los atentados -salvada la entrega de todas las personas y colectivos que antes cité- es un completo despropósito, impropio de una sociedad que se respete a si misma. ¿Dónde se ha visto a unos dirigentes políticos poner medallas a nadie con las víctimas aún sin enterrar y decenas de heridos hospitalizados? ¿Cómo es posible que los máximos dirigentes de la Generalitat y de los Mossos mintieran sobre las alarmas recibidas? ¿En qué otro país los gobernantes se dedican a culparse entre ellos tras una masacre de estas dimensiones?
Sus señorías me recuerdan a los senadores que seguían tocando la lira con los bárbaros a las puertas de Roma
Y qué decir del debate político general. Mientras seguían llegando noticias de nuevos fallecidos se reunía la Diputación Permanente del Congreso de los Diputados para exigir la comparecencia del presidente del Gobierno en un Pleno extraordinario. Sus señorías guardaron un minuto de silencio en esa reunión; pero no dedicaron ni un solo minuto a reflexionar sobre lo que habría que hacer para no tener que guardar más minutos de silencio en el futuro. Y dedicaron el Pleno extraordinario a repasar una parte de los actos de corrupción deplorables que lastran nuestra democracia desde hace muchos y que, afortunadamente, ya están en los tribunales de Justicia. Pero sus señorías tampoco sacaron un minuto de su tiempo para ponerse de acuerdo y constituir una Comisión que investigue y determine si hubo fallos en la gestión de la seguridad en Cataluña.
En este clima de mediocridad política en la que los administradores ocupan los asientos reservados a los líderes, no es de extrañar que sus señorías tampoco dedicaran un minuto de su tiempo para juramentarse contra el otro enemigo de la democracia, ese movimiento político sedicioso que ha hecho algo tan estrambótico como aprobar una ley para dar un golpe de Estado. Si el que arrebaten las vidas a víctimas inocentes no les obliga a aparcar sus rencillas partidarias y dedicarse a lo importante, ¿como van a despeinarse sus señorías para actuar contra unos tipos que solo nos quieren arrebatar los derechos de ciudadanía?
Sus señorías están a sus cosas: unos esperan que Rajoy se equivoque actuando; otros desean que se equivoque como suele, no haciendo nada; unos esperan su oportunidad intentando adelantar la jubilación para ver si heredan; otros se preparan para recoger la herencia de lo que quede tras el 1-O... Sus señorías me recuerdan mucho a los patricios y senadores de Roma que seguían tocando la lira mientras los bárbaros llegaban a las puertas de la ciudad.
Se nos acaba el tiempo. Y no se vislumbra un líder capaz de trepar al árbol más alto, otear el horizonte y gritar: “¡Selva equivocada!” . Y lo peor de todo es que nos estamos quedando, literalmente, sin árboles.
*** Rosa Díez es cofundadora de UPyD.