En Siria nos han fallado las democracias del mundo
El mundo libre se mantuvo a una prudente distancia cuando Siria explotó.
Umar ibn al-Khattab, asesor principal y sucesor del profeta Mahoma, fue el último gobernante realmente justo del mundo árabe. Y murió hace 1.400 años. A Khattab se le llamaba “al-Farooq”: el que distingue el bien del mal.
También pronunció una de las frases más hermosas de la historia árabe: “¿Cómo puedes convertir a personas en esclavos cuando sus madres les dieron luz como seres humanos libres?”.
Khattab extendió el imperio islámico hasta Persia y fue conocido por implantar una gobernanza imparcial en los territorios conquistados, incluyendo lo que hoy día es Siria.
Damasco es un punto de referencia para entender la historia y sus movimientos. Conquistada incontables veces, la ciudad siempre ha logrado seguir siendo ella misma aunque cambien los ocupantes.
Durante el siglo pasado, Damasco incorporó muchos de los elementos esenciales de la democracia: elecciones, un Parlamento, partidos políticos, protestas antigubernamentales y libertad de prensa.
En 1963 llegó el golpe del partido Baaz. Hafez al-Assad usurpó la libertad e instituyó un régimen paranoico. En el año 2000 su hijo Bashar le sucedió y prometió -inicialmente- redimir Siria. Pero el movimiento de reforma se detuvo.
En marzo de 2011, durante la Primavera Árabe, las calles de Damasco se llenaron de manifestantes que reclamaban reformas democráticas y la liberación de presos políticos. Las fuerzas de seguridad abrieron fuego y comenzó una revolución que convulsionaría progresivamente todo el país.
En un vídeo de esa época,se ve a soldados del presidente Bashar al-Assad pisoteando a un grupo de jóvenes manifestantes encadenados en el suelo: “¿Queréis libertad, animales? Decidme: ¿qué es la libertad?”. Esa era la pregunta. Y el régimen de Assad respondió con dureza.
Mientras tanto, en la zona de Siria tomada por Al Qaeda, una cámara de vídeo documentó cómo combatientes foráneos, de Chechenia, Francia, Arabia Saudí y Túnez aterrorizaban a los jóvenes de la revolución siria rasgando sus banderas. Después, Al Qaeda colocó carteles en las carreteras bajo su control: “La democracia es blasfemia”.
La tragedia siria saltó a las pantallas de todo el mundo. La pregunta para las naciones árabes era clara: ¿Entendéis lo que les espera a aquellos que demandan libertad y democracia? Esta pregunta, que fue respondida con sangre siria, confirmaba que la odiosa Primavera Árabe debía terminar en Damasco.
Estados Unidos y Occidente limitaron su intervención fundamentalmente a palabras, como si las meras declaraciones bastaran para contrarrestar la brutalidad del régimen de Assad y el odio de los terroristas importados. En nuestra época, el terrorismo ha emergido como una prescripción efectiva para tratar cualquier enfermedad: una brujería posmoderna que ha abierto las puertas de Siria a miles de yihadistas provenientes de todo el mundo.
Una vez llegados a Siria, estos hombres barbudos condujeron tanques y dispararon metralletas, aplicando lo que habían aprendido en los videojuegos. La fantasía se mezclaba con la realidad, así que era muy difícil separarlas.
A medida que los terroristas arribaban a Siria y el país explotaba, el mundo libre se mantuvo a una prudente distancia. En 2014 Barack Obama, defendiendo la ausencia de una intervención militar significativa por parte de Occidente, cuestionó que la “oposición moderada” siria -que incluía “granjeros, dentistas, quizá algunos reporteros radiofónicos”- pudiera alguna vez prevalecer sobre “un régimen endurecido por la batalla, con apoyos de actores externos que tienen mucho en juego”.
Pero si un dentista sirio le dice al mundo que, en efecto, “tiene mal aliento”, ¿qué hay de malo en ello?
Sabemos cómo Estados Unidos ha ayudado a sostener regímenes brutales en Oriente Medio y otras partes del mundo, cómo ha derrocado gobiernos democráticamente elegidos en América Latina, entre otros lugares. Sabemos que las reservas de crudo de Siria no tienen comparación con las de Irak y que no somos lo suficientemente importantes para los intereses americanos como para que Estados Unidos intervenga en nuestro nombre.
Sabemos lo que ocurrió en la prisión de Abu Ghraib. Y sabemos qué le sucede a la gente que está en el lugar equivocado cuando hay un ataque con drones. Este es el poder que América y Occidente pueden ejercer. Pero ese poder es inmoral si no reafirma los valores de la libertad y la democracia para los pobres y desposeídos del planeta.
Los sirios pedimos en su día ayuda para terminar con las masacres, para proporcionar refugios seguros a los civiles y para perseguir a los criminales de guerra. Fueron peticiones inútiles. Las muertes sirias se convirtieron en un escándalo moral para el mundo entero.
Los hombres y mujeres más valientes de la nación fueron asesinados mientras danzaban y cantaban por la libertad, la dignidad y la democracia. No hay muerte más noble que ésta. Tómense un momento para ver las caras de aquellos que murieron en las calles y en los campos de concentración. Pueden encontrar en internet miles de fotos de muertos bajo custodia gubernamental, filtradas por el desertor sirio conocido por el alias de Caesar.
El mundo democrático le falló a Siria. No me refiero a los políticos, los ministros de Exteriores y los generales occidentales. Me refiero a sus élites culturales, sociedades civiles y organizaciones de derechos humanos. Esas son las gentes que nos fallaron.
Para los que vivimos en Oriente Medio, la democracia nos ha traído miseria a un coste relativamente bajo para Occidente, que siempre protege sus intereses primero. Las políticas se subordinan a los intereses económicos. El foco de los políticos y gestores hoy es “empleo, empleo, empleo…”.
Los ataques del 11 de septiembre rompieron una barrera. Occidente se vengó inmediatamente de los pobres de Afganistán y aplicó allí la democracia como un pañuelo para detener una hemorragia.
La supuesta existencia de armas de destrucción masiva ofreció un pretexto para la aniquilación de Irak, que permitió a Irán destrozar una enorme nación árabe. Se creó una democracia en la Zona Verde de Badgad, un área de unos pocos kilómetros.
Assad ridiculizó las porosas líneas rojas de Obama. El expresidente afirma que debe una parte de su pelo gris a los debates sobre lo que debería hacer Estados Unidos en Siria. Ganó el premio Nobel de la Paz, del que no puede hablar sin que se vea perseguido por la foto de un niño asfixiado por gas sarín en Siria.
¿Puede lograrse la democracia sin el uso de fuerza militar? La respuesta es sí. Si Occidente hubiese intervenido en apoyo de la revolución siria, la democracia hubiese tenido una oportunidad. En lugar de ello, el pueblo sirio se ha quedado sin los eslóganes y las mentiras de la democracia y con más destrucción y extremismo.
Los hombres y mujeres libres del mundo han sido encadenados y aplastados por los líderes de la nueva era: Donald Trump, Vladimir Putin, Recep Tayyip Erdogan, el ayatolá Alí Jamenei, Benjamin Netanyahu y el propio Assad. Todos aplaudiendo mientras pisotean nuestras espaldas y nuestros gritos: “¿Queréis libertad, animales? Decidme: ¿qué es la libertad?”.
*** Fadi Azzam es escritor sirio, autor de la novela 'Sarmada'.