Tomás Serrano

Tomás Serrano

LA TRIBUNA

Rusia, octubre de 1917: el golpe de Estado leninista

Con ocasión del 25 de octubre, fecha del centenario de la toma del Palacio de Invierno, el autor repasa los hechos históricos a la luz de nuevas investigaciones.   

25 octubre, 2017 01:34

Entre febrero y octubre de 1917, la ciudad de San Petersburgo se vio sometida a una gran tensión y ansiedad debido a los errores del gobierno provisional liberal-democrático de Aleksander Kérenski y las tácticas golpistas de los bolcheviques. Los bolcheviques eran una facción minoritaria del partido socialdemócrata ruso. Su jefe, Lenin, un revolucionario profesional, no dudaba en mentir, disimular y tergiversar hasta el paroxismo aprovechando los errores y debilidades del gobierno provisional.

El engaño más hábil y duradero de los comunistas, que ha acompañado durante cien años a la mitología de izquierdas, es que la toma del Palacio de Invierno, el 25 de octubre de 1917, sede del gobierno, fue una revolución llevada a cabo por un movimiento popular de obreros y campesinos. Una revolución por la “paz, tierra y pan” frente a un gobierno que pretendía el retorno del zarismo.

Por supuesto, después de 1917, la dictadura comunista no suministró ni paz, ni tierra, ni pan, sino todo lo contrario. Sin embargo, la mentira en muchos manuales de Historia de nuestro bachillerato y universidades, llega hoy todavía al punto de identificar a Lenin y a la “revolución de octubre” con el fin del zarismo. La verdad es que Lenin se enteró por la prensa, en Suiza, de la abdicación del zar y regresó a Rusia para derrocar un gobierno democrático gracias a un acuerdo con el káiser alemán.

La revolución rusa de febrero de 1917 se pareció a la francesa de 1789: espontánea y en una dirección liberal

La revolución de febrero de 1917 había sido el resultado del descontento de la población de las ciudades, con una línea de mando del ejército quebrada, que se negó a reprimir las manifestaciones populares por el desabastecimiento de San Petersburgo. En febrero, no había un plan preconcebido, un liderazgo ni organización que hubiera preparado la caída del Zar. En este sentido la revolución rusa de febrero de 1917 se pareció a la revolución francesa de 1789, desorganizada y espontánea y en una dirección liberal. Ambas revoluciones derivaron hacia el terror, ejercido desde el poder, con ríos de sangre; la francesa en 1793-1794; la rusa, a partir de octubre de 1917.

El gobierno provisional ruso en febrero llenó un vacío de poder y estaba legitimado por un parlamento democrático, la Duma. Los huelguistas se organizaron en consejos de soldados, obreros y campesinos (soviets) y constituyeron un poder paralelo que se propuso apoyar el nuevo orden revolucionario anti-zarista (se entendía por tal, el nuevo régimen democrático) y vigilar que las reformas políticas no fueran traicionadas. El gobierno provisional convocó elecciones para una asamblea constituyente el 12 de noviembre de 1917, con el fin de redactar una nueva constitución, decidir la forma de estado y nombrar un nuevo gobierno plenamente legitimado y democrático.

Ante esa amenaza democrática, Lenin, convencido de que no iba a ganar las elecciones, decidió dar el golpe de Estado definitivo antes de los comicios de noviembre. Después de esa fecha, la legitimidad y fuerza del nuevo gobierno sería muy superior al débil gobierno presidido por Kérenski y no resultaría tan fácil la conquista del poder absoluto.

Fue un error de Kérenski debilitar el ejército con la excusa de  neutralizar un falso golpe militar de Kornilov 

Por una extraña coincidencia Kérenski, hijo de un director de instituto, nació en la misma ciudad que Lenin, Simbirsk, en el Volga, a 900 km al este de Moscú. Lenin estudió en el instituto dirigido por el padre de Kérenski. Ambas familias se conocían, sobre todo por el episodio del hermano mayor de Lenin, Alekxander, que atentó contra el zar Alejandro III en 1887 y fue ejecutado, lo cual causó un gran impacto en la ciudad. Otra coincidencia llamativa, en ese inmenso país, fue que la familia Kérenski se trasladó por ascenso profesional a Taskent y recibió en su casa, en 1889, al capitán Lavr Kornilov, militar clave en 1917 en el desenlace de la tragedia rusa.

Kérenski se licenció en Derecho en San Petersburgo. Era un hombre con dotes teatrales, gran orador, abogado y defensor jurídico de causas de gran popularidad, como el caso de la matanza de las minas de oro del río Lena, en 1912. Fue el diputado de la Duma más destacado entre febrero y octubre de 1917. Era miembro de la dirección del partido social-revolucionario (más moderados que los socialdemócratas), el principal partido de la Duma, aliado con los liberales en el periodo de transición del gobierno provisional.

Los dos principales errores de Kérenski fueron, primero, la imprudente e innecesaria ofensiva en la guerra, el 16 de junio, contra el ejército austriaco en Galitzia, y después, el debilitamiento del ejército por la neutralización de un falso golpe militar derechista del general Kornilov.

El gobierno tenía pruebas de la financiación de Alemania a los bolcheviques y más directamente a Lenin

La fracasada ofensiva de junio, la última gran iniciativa en el frente del ejército ruso, provocó su desprestigio como ministro de la Guerra y sobre todo produjo una amplia indisciplina en el ejército y numerosas deserciones de soldados campesinos que retornaron armados a sus aldeas.

Entre el 3 y el 5 de julio, los bolcheviques, aprovechando el fracaso militar en Galitzia, dieron un primer golpe de Estado que fracasó. El gobierno encarceló a dieciocho dirigentes bolcheviques (entre ellos, a Trotski) pero Lenin logró huir a Finlandia. Antes del golpe se había ocultado por el temor a ser detenido. El gobierno provisional tenía pruebas y testimonios de la financiación de Alemania a los bolcheviques y más directamente a Lenin, a través de su agente en Estocolmo, Ganetski. Desde entonces y hasta la víspera del golpe del 25 de octubre, Lenin vivió en Finlandia o en la clandestinidad.

El segundo error de Kérenski fue inventarse, como ha demostrado Richard Pipes en su extraordinario libro sobre la Revolución rusa, un golpe militar del General Kornilov, a quien había conocido en su casa familiar de Taskent. El no golpe de Kornilov fue un montaje del presidente para congraciarse y aumentar su popularidad con la izquierda a la vez que eliminaba a un posible rival político.

Kérenski entregó fusiles al soviet en un deseo suicida de congraciarse con la izquierda revolucionaria

Kérenski estaba obsesionado con el modelo de Napoleón Bonaparte en la Revolución francesa y creía que Kornilov, el militar de mayor prestigio en el imperio, estaba llamado a desplazarle del poder. Por el contrario, ese montaje sirvió a Lenin y a los bocheviques para reforzarse, para acusar a Kérenski de connivencia con los zaristas y dirigir en adelante, por medio de Trostki, el Comité de Defensa Militar del Soviet.

Kornilov entró en prisión y, por si fuera poco, Kérenski entregó cuarenta mil fusiles al soviet de San Petersburgo, en un deseo suicida de congraciarse con la izquierda revolucionaria. Es una paradoja que el presidente del gobierno destruyera lo que quedaba de prestigio y consistencia del ejército, a la derecha ruso-nacionalista, y dejara sin control un peligro real y mucho más decidido de los comunistas que, ellos sí, ya habían intentado un golpe de Estado en julio y su peligro era inminente.

Puestas así las cosas, con un gobierno provisional muy debilitado y liberados todos los dirigentes bolcheviques, Lenin fijó la noche del 24 de octubre para ocupar los lugares estratégicos de la ciudad (estaciones, correos, telégrafo, central telefónica, imprentas) y salvo una pequeña resistencia en el Palacio de Invierno, vencida en pocas horas, el poder pasó al partido bolchevique sin que la ciudad percibieran una gran conmoción. Kérenski apeló a los regimientos de la guarnición fuera de la ciudad adictos a Kornilov que no atendieron su orden de movilización: fin de Kérenski. Fin de la libertad en Rusia, hasta 1989-1991.

La Rusia zarista ejecutaba a un promedio de 17 personas al año; el gobierno de Lenin, 1.000 al mes 

Dos días después de tomar el poder, Lenin decretó el cierre de todos los periódicos salvo la prensa del partido bolchevique y del soviet, Pravda e Istzvestia. Mientras en las calles había una apariencia de continuidad y normalidad, el nuevo poder comunista montó rápidamente una nueva policía política, la Checa, con poderes extraordinarios.

La temible Ojrama (policía política del zar) pasó a ser casi el recuerdo de una institución benéfica comparada con la Checa. La Ojrama era la policía política más numerosa de toda Europa con 15.000 miembros en 1917; la Checa, en apenas tres años, llegó a 250.000 miembros. Mientras que en la Rusia zarista se ejecutaban un promedio de diecisiete personas al año por toda clase de delitos, el gobierno de Lenin, entre 1918 y 1919, ejecutó a un promedio de mil personas al mes, sólo por delitos políticos….

En tanto la Checa hacía su trabajo, Lenin se dedicaba fervientemente a liquidar cualquier atisbo democrático de la época de la República. El 12 de noviembre de 1917 se celebraron elecciones constituyentes convocadas previamente por la Duma: los bolcheviques perdieron las elecciones frente a los socialistas revolucionarios, el partido de Kérenski.

La Revolución de Octubre fue en realidad un golpe de Estado organizado y ordenado por Lenin

El 5 de enero de 1918, la nueva Duma, reunida en sesión inaugural, hizo una primera votación en la que los bolcheviques perdieron por 138 votos contra 237. Era más de lo que Lenin podía soportar. Inmediatamente Lenin dio orden de disolución del Parlamento que no volvió a reunirse.

La llamada Revolución de Octubre fue en realidad un golpe de Estado organizado y ordenado por Lenin, tal y como lo definió Curzio Malaparte en 1948. Cien años después es muy improbable el retorno del totalitarismo clásico y de un golpe de Estado armado. En el siglo XXI asistimos a otras tácticas golpistas neototalitarias, separatistas y populistas, igualmente antidemocráticas, que estamos comenzando a padecer. ¿Aprenderemos?

*** Guillermo Gortázar es abogado e historiador; su último libro es 'El salón de los encuentros. Una contribución al debate político del siglo XXI' (Madrid, Unión Editorial, 2016).

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