“El comunismo como sistema, en cierto sentido, se ha caído solo. Se ha caído como consecuencia de sus propios errores y abusos. Ha demostrado ser una medicina más dañina que la enfermedad misma. No ha llevado a cabo una verdadera reforma social”. Juan Pablo II.
Uno de los teóricos del socialmismo, Heinz Dieterich, nos ofrece un postcapitalismo lleno de felicidad, con una economía del valor y no del precio, que no sea instrumento de las élites económicas, en una democracia participativa y plebiscitaria. Un Estado clasista, con una Administración pública al servicio de la mayoría. Con fuerzas productivas, poder popular y bloques regionales. ¡Maravilloso!… ¡Qué lástima, que toda esta vieja teoría, con nuevo ropaje semántico, ya fracasó! El socialmismo del siglo XXI, es lo mismo que los anteriores. Más y peor de lo mismo, populismo barato y dictatorial.
Este socialmismo, como los otros, con las excepciones históricas iniciales del socialismo puro o utópico, o su aterrizaje al centro en los partidos políticos socialdemócratas, es lo que la historia y millones de hombres en el mundo ya conocen en todas sus diversas variantes marxista, comunista, estalinista, china, cubana... es la “Gran Estafa” como lo denominó Eudocio Ravines.
No hay duda que el socialismo surge como una protesta que comparto, contra la injusticia y, por ello, veinte siglos antes ya, Cristo predica una doctrina para el logro de la libertad y de la justicia, pero, a diferencia del comunismo, plantea hoy con más fuerza que nunca, una revolución del amor y el respeto a los derechos humanos de los que el cristianismo es su máximo defensor.
Nadie podrá jamás justificar la eliminación de la libertad ni la destrucción del imperio de la ley
Recordemos el socialismo soviético y los doce millones de víctimas del stalinismo y Siberia y la expansión de la opresión y el terror por toda Europa. Ese fue, también, un monstruoso holocausto. Recordemos todos los socialismos marxistas y comunistas que sufrieron Europa y los europeos: Polonia, Bulgaria, Yugoslavia, Checoslovaquia, Albania, Hungría, media Alemania, con el muro de Berlín, también en Asia, China, Vietnam, Corea y Tailandia con las macabras catacumbas de Pol Pot, sin olvidar Cuba.
Pero la libertad sopla por donde quiere y, al final, se impone. Recordemos las dachas, y los privilegios que vivieron y gozaron los jefes del partido y las nomenclaturas. Recordemos los éxitos: sangre, sudor y lágrimas. El decálogo de Marx, fracasó, sistemáticamente, con sus expropiaciones, colectivizaciones, súper estados, burocracia y enormes poblaciones sufridas y sufriendo las maravillas del paraíso y el mar de la felicidad de los que huyeron millones de personas. Occidente, Walesa y el recordado Padre Santo, Juan Pablo II, acabaron con el muro de la vergüenza y las alambradas del terror, después de haberlos sufrido en carne propia.
Nadie podrá jamás justificar la eliminación de la libertad, la violación del Estado de Derecho, la destrucción del imperio de la ley y el sistemático desconocimiento y violación de los derechos humanos. En un mundo global, de información instantánea y donde están vivos más del 60% de todos los científicos que han existido, es posible dar, a todos los hombres, libertad, felicidad y bienestar. Luchemos por ello. “El socialismo del siglo XXI”, le oí decir al expresidente del gobierno español José María Aznar, “hará lo que ha hecho siempre: equivocarse”. El reloj de la historia marca otras horas y la humanidad está, toda, con y por la libertad.
*** Jose Domínguez Ortega, abogado, fue asesor de la Misión Parlamentaria de Venezuela a la promulgación de la Constitución Española.