Pablo iglesias, el hombre que soñaba con azotar a Mariló
SÍ. Mariló Montero… Hasta hacerla sangrar… Todo empezó el pasado fin de semana cuando EL ESPAÑOL, dentro de su serie de reportajes sobre El Prenda y su Manada, esos cinco jinetes del apocalipsis de la violación y del abuso sexual de jóvenes desprevenidas (léase presuntos), publicó una pieza titulada La vida “normal” de la chica violada en San Fermín: universidad, viajes y amigas, firmada por el acreditado reportero Andros Lozano.
Ese quijote que esconde Pablo Iglesias (yo diría que en profundidades abisales) al reparar días después en el titular del reportaje escribió el siguiente tuit: “Lo que no es normal es ver supuesto periodismo legitimando la cultura de la violación”. El mensaje fue publicado en Twitter el pasado jueves, 15 de noviembre, a las 13.48 horas.
Cuatro días después, aún sigo sin entender la razón del ataque. O sí. Pudiera ser que el líder de Podemos, aún, profesor universitario otrora, metido en política ahora, se sintiera perturbado al ver mezclada la sacrosanta universidad con un suceso de esta naturaleza. O quizás se vio impelido a injuriar al periódico porque utilizábamos el término "amigas", él que las tiene o ha tenido en su partido. O porque no entendió el significado de las comillas sobre la palabra “normal”, elegidas para citar textualmente o para señalar palabras usadas en un sentido distinto del normal, con el fin de indicar que se han utilizado intencionadamente y no por error.
O tal vez porque odie el mismo término normal, que para la mayoría de la sociedad significa rectitud y capacidad para sobreponerse a las adversidades de la vida, por terribles que sean, como en el caso de C., la chica violada en San Fermín, buscando justicia pero prescindiendo de victimismos estériles.
También pudo ser que la lanzada de Pablo Iglesias –cada día más Rocinante que Quijano- contra EL ESPAÑOL se debiera a no haber leído el reportaje y, quedándose con la música, aprovechar el titular para hacer feminismo del malo, al que tan acostumbrado está el líder carismático (caris, de cara). Aunque lo más probable, más allá de las anteriores suposiciones, es que el referido tuit sea consecuencia de la animadversión contra la prensa libre del hombre que soñaba, además de con Mariló, con ser vicepresidente, jefe del CNI y de RTVE. ¡Qué miedo!
Efectivamente el caso del que hablamos es anormal: pero no el titular y la historia sobre la vida normal de la chica violada en San Fermín, sino el mismo Pablo Iglesias con este tuit difamatorio dirigido a un periódico entre cuyos empeños está la defensa de la igualdad entre hombres y mujeres y no la violencia en ningún caso.
Seguramente es un esfuerzo estéril convencer al líder Pablo Iglesias de que la rectitud y el valor de la palabra son dos atributos básicos y necesarios para construir una sociedad justa y normal. Para solidificar una sociedad más equilibrada y menos demagógica. Una sociedad basada en el esfuerzo y no en la trampa populista. Y, sobre todo, una sociedad con la misma vara de medir para valorar actuaciones públicas.
Imagínense ustedes qué habría sucedido si dos periodistas de EL ESPAÑOL, por ejemplo Andros Lozano y yo mismo, nos hubiéramos escrito los siguientes mensajes en Telegram:
-“Díselo a la Mariló. Después, claro, de llamarla Marilú y hacer un chiste sobre las galletas” (El profesor Monedero).
-“La azotaría hasta que sangrase. Esa es la cara B de lo nacional popular. Un marxista algo perverso convertido en un psicópata” (Pablo Iglesias).
Literalmente, ardería el número 16 de la Avenida de Burgos, en Madrid, sede del edificio donde se encuentra EL ESPAÑOL.
La periodista Mariló Montero acudió al Instituto de la Mujer para denunciar la ofensa recibida de Pablo Iglesias y la incitación a la violencia contra las mujeres “ante el clamoroso silencio sobre tan grave agresión verbal”, escribía en una carta dirigida a la referida institución.
De querer ser a creer que se es ya va la distancia de lo trágico a lo cómico. Es lo que le sucede a este supuesto gran defensor de las mujeres llamado Pablo Iglesias, así como a la manada que sigue sus instrucciones y calla ante sus desafueros. Con las perlas “feministas” de Iglesias, el marxista que prefirió la continuidad de Mariano Rajoy a la llegada de Pedro Sánchez, se podría hacer un collar que daría una vuelta al Ahuehuete de El Retiro, plantado en 1630.
Como aquella vez que dijo sobre Ana Botella: “Una mujer cuya única fuerza proviene de ser esposa de su marido y de los amigos de su marido”. O propuso en un pleno del Congreso de los Diputados prestar su despacho a Andrea Levy, dirigente del PP, para que pudiera conocer mejor a Miguel Vila, diputado por Podemos. O aquel otro momento estelar en que Pablo, Pablito, Pablete (como le llamaría ahora José María García) sentenció: “La feminización de la política no se logra con más mujeres en cargos de representación”, porque “nada sirve poner como portavoces a mujeres si estas no están feminizadas” -caso Irene Montero-, porque “feminizar es trasladar a la política lo que nos enseñaron nuestras madres: cuidar”.
Habrá que esperar a que Pablo Iglesias tengo tiempo para que pueda elaborar un tratado coherente -¿es un oxímoron unir Iglesias y coherencia?- y así entender el significado que atribuye a feminizar, cuidar como una madre, no promover a mujeres a cargos públicos salvo que tengan un carné que coincida con su manera de entender la vida, así como azotar a Mariló hasta hacerla sangrar… Sin que todo lo anterior suene a zafia política legitimando la cultura de la marginación de la mujer y de la violencia contra ellas.
Pablo Iglesias, más allá del referido mandoble contra EL ESPAÑOL falsificando el contenido de un reportaje y lanzando a su manada contra el periódico, parece empecinado en acabar como el Sansón bíblico, aquél cuya fuerza se basaba en el pelo de la coleta y acabó sepultado bajo las ruinas del templo que con su fuerza bruta demolió. El templo, en su caso, es Podemos, y los filisteos, los millones de confiados votantes a su partido y a su liderazgo brotados por el desencanto social y la corrupción. En el caso de Iglesias, Dalila, el personaje bíblico que corta la coleta al héroe forzudo y acaba con él, es la incoherencia, la demagogia, el oportunismo, el capricho y la banalidad de Pablo.