La última canallada en la ópera de Gante
SÍ. El diario británico The Times, modelo de periodismo profundo y entretenido a la vez, publica a diario un test para que sus lectores comprueben qué saben y qué no. La primera pregunta de su daily quiz de hace unos días estaba tirada, al menos para los españoles. Era ésta: “Manchego cheese comes from which european country…”.
¿Cuánto dinero en publicidad habría gastado cualquiera de los últimos govern de la Generalitat, propagandistas internacionales de 'Catalonia Country' con el dinero de todos, para que The Times en vez de 'cheese' (queso) hubiera escrito butifarra, con lo que el país de Europa de la contestación sería Cataluña y no España? El sueño hecho carne de cualquier secesionista catalán.
La pregunta sobre nuestro querido queso manchego coincidió el mismo día con otra información más sobre el tour belga del expresident de Catalunya, el inefable Carles Puigdemont, bautizado en esta sección, semanas atrás, como Puigde-pis en honor al célebre niño que desde su altarcillo en el centro de Bruselas mea y mea sin parar.
Si en España hiciéramos periódicos más entretenidos, publicaríamos todos los días un test cultural como hace el diario británico. Nos ayudaría a saber más sobre nosotros mismos y a comprender el significado de actuaciones con un profundo significado histórico, como fue la presencia de Puigdemont en la Ópera Flamenca de Gante en el estreno de El duque de Alba, de Donizetti, hecho que se produjo el día de la pregunta británica sobre el queso manchego.
La ópera El duque de Alba, obra inacabada por Donizetti, finalizada años después de su muerte por un discípulo (que es lo que está intentando hacer Puigdemont con la ruptura con España comenzada por Artur Mas), cuenta la lucha de los flamencos por su independencia frente a los españoles en el reinado de Felipe II.
El primer acto comienza con un grupo de soldados de los tercios españoles (cuyo lema era Plus Ultra, siempre un paso más allá, como en la vida) cantando una declaración de principios:
-“Oh España, ah tierra natal, brindo por ti. Por ti a quien acompaña la gloria y a quien guía la santa fe. Viva España, viva su rey”.
Carles Puigdemont, en su noche en la ópera acompañado por su abogado Paul Bekaert, defensor de etarras en causas anteriores, conocía la contestación de los soldados flamencos:
-“Maldita sea España y su rey. ¡El terror la acompaña! Por doquier brillan las hogueras de su fe. ¡Muera España y muere su rey!”
No sabemos si Puigdemont tomó nota de este párrafo y de otros para utilizarlos en su campaña de descredito contra España. Ideas no faltan en el libreto de El duque de Alba, en el que se narra el principio del fin del dominio castellano aragonés catalán andaluz extremeño gallego…, en una palabra, del imperio español sobre Flandes.
Pero ni Felipe VI es Felipe II, ni el brutal duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo, es Soraya Sáenz de Santamaría (aunque el uno naciera en Piedrahita –Ávila- y la otra en Valladolid, provincias ahora de Castilla y León). Ni Carles Puigdemont, por más que sueñe con ello, es ni será Guillermo de Orange, considerado el libertador de lo que ahora es Bélgica y Holanda.
Sí se parece en algo muy concreto Puigdemont a Guillermo de Orange: en su propósito destructor con la imagen de España. Orange dio origen a la leyenda negra española, que es precisamente la canallada promovida por el expresident de la Generalitat y su equipo de propagandistas desde el 1 de octubre al presentar nuestro país ante el mundo como un Estado violento, que golpea a niños y a ancianos, dispuesto a derramar sangre, antidemocrático, que mete en la cárcel a pobres políticos y a inocentes representantes de asociaciones culturales…
La perversa propaganda de Guillermo de Orange contra Felipe II, según la cual el heredero de la corona, don Carlos, fue asesinado por orden de su padre, celoso hasta enloquecer al creer que su esposa Isabel de Valois le ponía los cuernos con su hijastro, acabó calando en Europa hasta el punto de que unos siglos después Schiller escribiría su Don Carlos, con dicho argumento, y Verdi compondría la ópera del mismo nombre.
Pero no: ni Soraya es el duque de Alba, quien ordenó decapitar a los condes rebeldes Egmont y Horn, trasladándolos desde Gante a Bruselas, ni el director del CNI, el general Sanz Roldán, montará un operativo para hacer desaparecer a Puigdemont, pese a sus libelos diarios contra España.
Quien olvida la Historia, efectivamente, vuelve a cometer los mismos errores. Precisamente por esto hay que entender bien cuál es el propósito venenoso de quienes, ahora, alimentan esta nueva entrega de la leyenda negra como hace unos siglos.
Quien olvida la Historia, efectivamente, vuelve a cometer los mismos errores
Gao Xingjian, premio Nobel de Literatura en el año 2000, manifestaba hace unos días su alarma por el auge del nacionalismo y del populismo. “Estamos atrapados aún bajo el yugo de las ideologías del siglo XX”, decía. Y añadía: “El verdadero problema es que esas ideologías devienen en dogma que no resuelven problemas (…). El fascismo y el nacionalismo tienen efectos brutales”. (Puigdemont está amparado en Bélgica por movimientos próximos a la extrema derecha; el mismo eco ha tenido el propósito independentista catalán en el Parlamento de Europa).
“Esa desmemoria, ese abrazar dogmas caducos, contribuye a profundizar la crisis política, económica y social a la que el mundo se enfrenta en la actualidad”, concluía Gao Xingjian. ¿Cómo en Cataluña?
El 21-D está tan a la vuelta de la esquina así como Junqueras a media vuelta de cerradura de salir de la cárcel. Cuando pueda volverá a proclamar la I República catalana, lo cual es lógico siendo el líder de un partido llamado Izquierda Republicana de Cataluña.
Ya que hoy vamos de Historia, conviene recordar qué pasó en España cuando se proclamó la I República en 1873. En un año hubo cuatro presidentes –Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar-. Como cuenta mi añorado Manuel Fernández Álvarez en su libro España, biografía de una nación, se dispararon los agravios de unas provincias contra otras: “Jaén frente a Sevilla, Coria se enfrentaría con Cáceres, Utrera con Sevilla. Y así por todas partes”. “Se produjo un estallido; cualquier población de cierta importancia se alzaba como independiente. La soberanía de los cantones”.
El caos fue total y la existencia misma de España se puso en duda… La ópera El duque de Alba no llega tan lejos, pero este es el escenario ideal con el que sueña Puigdemont desde Bruselas así como otros desde España.
El mejor antídoto frente a aventuras caóticas es la Constitución del 78, cuya fiesta celebramos el próximo miércoles. Si aquel 6 de diciembre de 1978 fue votada por el 90,5% de los catalanes que participaron en el referéndum (el 67,9% del censo catalán), Junqueras, los consejeros y los Jordis deberían salir de la cárcel el próximo 6 de diciembre, en honor a la Constitución –que hay que refrescar-. Pero con parada obligada en el Congreso de los Diputados, donde se guarda el original de la Carta Magna, antes de regresar a Cataluña.