Cuanto más contemplamos el universo, más crece la sospecha de que quizá haya alguien contemplándonos a nosotros. Esta posibilidad es aún más fascinante desde que, a comienzos de año, un equipo internacional de astrónomos descubrió, en el cercano sistema Trappist-1, al menos tres planetas que podrían albergar vida.
El descubrimiento de vida en otro mundo podría cambiar el nuestro. Modificaría radicalmente la forma en que cada uno de nosotros se siente siendo un ser vivo en el cosmos. Y, como suele ser el caso con los descubrimientos en el campo de la astronomía, sería un ejercicio de humildad.
La principal manera de conseguir gas natural y moléculas orgánicas es a través de los procesos naturales de los organismos
Seguramente conozcan algunos ejemplos famosos. Copérnico demostró que la Tierra y los otros planetas visibles se mueven alrededor del Sol, no el Sol alrededor de la Tierra. Galileo demostró que la Luna está cubierta por enormes cumbres escarpadas y abruptos valles. Astrónomos de todo el mundo han demostrado que nuestro sol, la estrella que nos da vida, no es gran cosa, sino una entre miles de millones. Incluso nuestra galaxia está lejos de ser extraordinaria. De esas, hay miles de millones también.
Imaginen que encuentran un planeta con una agradable temperatura de la superficie y una atmósfera con una considerable cantidad no solo de vapor de agua sino también de metano, el componente principal del gas natural. Aunque, teóricamente, se puede producir de más de una forma, la principal manera de conseguir gas natural y moléculas orgánicas es a través de los procesos naturales de los organismos. Estamos hablando de microbios, ya sean los que habitan los mares y las ciénagas, o los que viven dentro de criaturas como nosotros.
Así que, ¿dónde buscamos si queremos encontrar microbios? Mejor aún, ¿cómo buscamos? Intentar encontrar un planeta no demasiado diferente del nuestro sería el punto de partida lógico. Lo que distingue a la Tierra del resto de planetas que conocemos bien—Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno—es la distancia que la separa del Sol, que le permite tener agua en estado líquido. Tiene una presión atmosférica apropiada y temperaturas de la superficie que oscilan entre los puntos de congelación y de ebullición del agua: de 0 a 100 grados centígrados (o de 32 a 212 pintorescos grados Fahrenheit).
Los científicos que encontraron el sistema Trappist-1 estaban buscando justo eso, y encontraron no uno sino siete exoplanetas—planetas fuera de nuestro sistema solar—orbitando alrededor de la estrella. Tres de ellos parecen tener las características necesarias para contener agua líquida en la superficie.
Una nave espacial tardaría decenas de miles de años en llegar a Proxima Centauri, la estrella más cercana a la nuestra
En los próximos meses y años, los astrónomos perfeccionarán el proceso de búsqueda con la esperanza de desentrañar los cruciales datos del espectro que nos dirán si, en esas atmósferas lejanas, hay vapor de agua además de un océano de agua líquida.
Aún así, es muy poco probable que recibamos visitas extraterrestres. Sabemos, por la física que alcanzamos a comprender, que no hay forma práctica de viajar, a lo astronauta, a otro sistema estelar. Definitivamente, hay demasiado espacio en el espacio. Una nave espacial tardaría decenas de miles de años en llegar a Proxima Centauri, la estrella más cercana a la nuestra.
A pesar de habernos pasado décadas escuchando y mirando, no hemos recibido ninguna señal inteligible del cosmos
Para llegar a Trappist-1, que está a 40 años luz de distancia, habría que recorrer esa distancia muchas veces. Y, a pesar de habernos pasado décadas escuchando y mirando, no hemos recibido ninguna señal inteligible del cosmos. (Inserten aquí su propio chiste sobre política terrícola.)
Cualquier señal, cualquier centelleo, cualquier rayo desde un sistema estelar lejano desataría un aluvión de preguntas: ¿Tienen lengua escrita? ¿Tienen granjas? ¿Practican sexo? ¿Necesitan ese tipo de cosas? ¿Van a venir de visita? Y después, ¿qué hacemos si están de camino? ¿Qué pensarán de nosotros? ¿Se nos puede considerar como interlocutores dignos comunicándonos de esta manera en la enormidad del espacio? ¿O son los asuntos humanos demasiado triviales e insignificantes como para preocupar a seres de otra raza?
Si estos extraterrestres pudieran viajar hasta aquí, probablemente les mereceríamos la misma opinión que a nosotros nos merecen las termitas: “Estos humanos son interesantes, sí. Construyen [el equivalente a] complejos espacios habitacionales (montículos) con instrucciones rudimentarias y nada más (gobiernos constitucionales, oligarquías, tecnocracias)”.
Y eso sería todo. Al fin y al cabo, parecemos estar en pleno proceso de hacer de nuestro mundo un hogar inhabitable para miles de millones de los nuestros, por no hablar de las docenas de especies en peligro de extinción. Si recibiéramos una señal de ahí afuera, ¿cambiaría nuestra actitud?
Se supone que los investigadores del programa TRAPPIST, o Telescopio Pequeño para Planetas y Planetesimales en Tránsito en sus siglas en inglés, son pensadores profundos y pacíficos, exactamente como los tocayos del programa, los monjes trapenses. Podríamos aprender algo de ellos.
El presupuesto militar mundial es aproximadamente $1,7 billones. Si nos da un ataque de inspiración—y, digamos, que conseguimos mantener nuestro planeta entero el tiempo suficiente para ver lo que hay al otro lado de la hipotética señal extraterrestre—podríamos reducirlo a la mitad y usar el resto para unirnos los unos con los otros, y proteger y fortalecer nuestra maltrecha Tierra en lugar de hacerla trizas.
*** Bill Nye es el director ejecutivo de la Sociedad Planetaria, una organización sin ánimo de lucro dedicada a la exploración del sistema solar