La patria, como tierra de los padres, originariamente tiene que ver con la apropiación duradera (transgeneracional) de un territorio y su redistribución, a título de propiedad (patrimonio), entre algunos de sus miembros (o, en el límite, entre todos). La patria es, en principio, la tierra de la que se apropiaron nuestros ancestros (bajo alguna forma de sociedad política) para la explotación de sus recursos y el sostenimiento de su forma de vida (ya fuera ésta agrícola, ganadera, minera, etc.).
La apropiación sería imposible si la sociedad que la realiza no estuviera también dispuesta, articulada ya en forma de Estado, a defender su territorio -violentamente si fuera necesario- frente a otros pretendientes internos o externos. Sólo así podría garantizar los derechos de herencia de sus hijos, esto es, su recurrencia en las siguientes generaciones. Y es que, por decirlo con Spinoza, “sólo el poder del Estado, que hace valedera toda voluntad, hace que cada uno sea el dueño de sus propios bienes” (Tratado político, ed. Alianza, p. 204).
La percepción de España como patria común de los españoles, en este sentido, es tradicional, y se remonta a épocas anteriores a la Constitución de 1812, es decir, a los momentos en los que ya está constituida la Nación histórica española (desde el siglo XIV se habla de patria en dicho sentido y en referencia a España). Hablar, pues, de patriotismo constitucional, como quieren algunos, es un reduccionismo que pretende circunscribir la patria a la constitución jurídica, cuando la patria, identificada contemporáneamente con la nación, con su territorio y población (mapa y censo), es base de la constitución jurídica (y no al revés). En la misma Constitución española vigente, art. 2, podemos leer: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”.
Los patriotas durante la Revolución francesa eran, precisamente, los partidarios de la república
De hecho, ya a partir de los philosophes (ilustrados) el “amor a la patria”, será considerado como la virtud política (en contraste con el honor monárquico, y con el temor despótico) por la que se tratan de disolver los privilegios estamentales (ligados al Antiguo Régimen) en favor de la igualdad de las partes (ciudadanos) en su participación soberana, una igualdad que viene a estar representada ahora, precisamente, por la Nación frente al Rey (soberanía nacional frente al absolutismo real). Así dice Montesquieu: “Lo que llamo virtud en la república es el amor a la patria, es decir, el amor a la igualdad [frente al privilegio estamental]. No se trata de una virtud moral ni tampoco de una virtud cristiana, sino de la virtud política. En este sentido se define como el resorte que pone en movimiento al Gobierno republicano, del mismo modo que el honor es el resorte que mueve a la monarquía” (Montesquieu Del Espíritu de las Leyes, pág. 5, ed. Tecnos).
Es más, los patriotas durante la Revolución francesa (alineados en general con la izquierda jacobina) eran, precisamente, los partidarios de la república, frente al régimen monárquico constitucional de la Constitución francesa de 1791 ("para que la patria viva, debe morir Luis XVI", que dijo Robespierre).
En España la vinculación entre Patria y Nación política queda claramente expresada en la siguiente carta de Jovellanos enviada al general francés que dirigía el asedio de Cádiz: “Señor General: yo no sigo un partido, sigo la santa y justa causa que sigue mi patria, que unánimemente adoptamos los que recibimos de su mano el augusto encargo de defenderla y regirla, y que todos habemos jurado seguir y sostener a costa de nuestras vidas. No lidiamos como pretendéis, por la inquisición ni por soñadas preocupaciones, ni por el interés de los grandes de España; lidiamos por los preciosos derechos de nuestro rey, nuestra religión, nuestra constitución y nuestra independencia” (Jovellanos, Correspondencia con el general Sebastiani, 12 de mayo de 1809).
Podemos persigue, en resolución, con su programa, y en complicidad con el nacionalismo fragmentario
Pues bien, cuando desde Podemos se dicen “verdaderos” patriotas en tanto que defensores de “lo público”, frente a la política de “privatización” llevada a cabo sobretodo por el PP en los últimos años (se supone que lucrándose a costa del interés general y, además, en muchos casos, de manera ilícita); cuando desde Podemos se dicen defensores de los intereses del Estado frente al despotismo privativo y particularista de “los mercados”, decimos, ello no se comparece bien con su defensa, a su vez, del “derecho a decidir”, en lo que ello tiene, igualmente, de privativo y particularista, no en una línea anarcocapitalista, pero sí en una nacionalfragmentaria (regionalista), más devastadora y peligrosa si cabe para la patria que la anarcocapitalista (y es que mientras el Estado se mantenga íntegro el capitalismo se puede combatir políticamente; con un Estado desaparecido tras su fragmentación no hay combate posible, ni contra el capitalismo ni contra nada).
Es más, ese supuesto “derecho a decidir”, defendido por Podemos, es en realidad un privilegio para excluir a unos ciudadanos frente a otros en relación a algo común como es la integridad del territorio. Porque si patriotismo, en palabras de Montesquieu, es el amor a la igualdad, no hay nada más odioso para esta (más antipatriótico, pues) que ese supuesto “derecho a decidir” que excluye a la mayor parte de la ciudadanía española del derecho de propiedad sobre su propio territorio. Y es que, ¿qué hay más público que el propio suelo que pisamos, y el subsuelo en donde yacen nuestros padres?
Podemos persigue, en resolución, con su programa, y en complicidad con el nacionalismo fragmentario, que parte de ese suelo, y de ese subsuelo, dejen de ser comunes y es por ello por lo que, definitivamente, el podemismo no es un patriotismo.
Q.E.D. (Quod erat demonstrandum)
*** Pedro Insua es profesor de Filosofía y autor de los libros 'Hermes Católico' y 'Guerra y Paz en el Quijote'.