SÍ. Durante 50 años se han escrito artículos, ensayos, tesis, libros y todo tipo de manuales para desentrañar la razón última por la que Luis Buñuel decidió hacer en 1962 El ángel exterminador. Medio siglo después, al menos para mí, está claro. El autor de Calanda quería referirse desde el exilio de México a algo que sucedería luego en España y estamos viviendo con Cataluña.
Porque se mire por donde se mire el embrollo catalán se parece enormemente a lo que se ve en la película y se representa, desde el pasado jueves, en el Teatro El Español –¡español tenía que llamarse!-. Ha empezado una nueva legislatura en el Parlament y todo parece indicarnos que se trata de una obra vieja, tan surrealista como la película de Buñuel, con independentistas y republicanos llevando la batuta pese a no haber vencido en votos en las elecciones del 21-D, con un claro ganador: Ciudadanos, un partido más español que la rojigualda.
Allí, en el Parlament, no se está iniciando el camino para conformar un gobierno que estimule la vida económica y social de los catalanes. Muy al contrario, el único asunto sobre la mesa es si será investido presidente en Bélgica un señor que gobernaría Cataluña telemáticamente, también desde Bélgica. El mismo señor cuyo mandato anterior al frente de Cataluña se cerró con el colofón de la huida del territorio catalán de más de 3.000 grandes, medianas y pequeñas empresas. Y las que te rondaré, Virgen de la Moreneta. Un espectáculo hipersurrealista que no se le habría ocurrido al mismo Buñuel.
Hay numerosas interpretaciones sobre lo que quería decir y denunciar Luis Buñuel con su película. La más simplista: pretendía burlarse de los ricos. Si fuera así, ¿acaso lo que está pasando en Cataluña, visto desde la España más pobre, no es eso: una burda burla, una ridiculización de la imagen catalana, emprendedora, trabajadora, la pela por encima de todo, en el canut, el seny, amante de sus costumbres pero utilista y europea? ¿Dónde quedaron todas estas señas de identidad que convirtieron a esta región, autonomía o país, como se la quiera llamar, en el supuesto motor de España? Esta misma semana nuevas empresas han anunciado que abandonan Cataluña. De entre ellas, tres conocidas: Mitsubishi, Panasonic –de tanto hablar del plasta/plasma de Puigdemont, huyen- y la cadena de restaurantes La Tagliatella.
-La patria es un conjunto de ríos que van a dar a la mar.
-Que es el morir.
-Sí, morir por la patria.
Reflexionan, entre la broma y la tragedia, dos personajes atrapados en El Ángel Exterminador. La obra trata de un grupo de burgueses, sin grandes problemas económicos, reunidos en una gran mansión para darse un homenaje con una suculenta cena y, al tiempo, arreglar el mundo con la frivolidad y la entrega de quien, prácticamente, lo tiene todo. En cierto modo, como ha sucedido en la industriosa Cataluña, instalada en una confortable situación económica respecto a regiones más desfavorecidas como Extremadura o Andalucía.
Todo va bien hasta que los habitantes de la casa descubren que no pueden salir de allí, que están encerrados sin escapatoria debido a una invisible maldición. Como en Cataluña, la convivencia comienza a deteriorarse, la fiesta se torna en cierto caos, se pierden las formas y el sentido básico de la convivencia en comunidad, la división en grupos y, de ahí, se pasa al sálvese quien pueda. Que también es lo que acabará sucediendo si no se encuentra una salida al dédalo catalán.
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El Ángel Exterminador fue un título que Luis Buñuel pidió prestado para su película a José Bergamín, también en el exilio mexicano, quien, a su vez, lo había tomado de un pasaje bíblico, el Apocalipsis, y de un personaje del que habla Juan en sus Evangelios.
“Observen lo satisfecho que sigue vivo el viejo espíritu de la improvisación”, clama otro personaje del filme. La improvisación no es un mal atribuible solo a aquellos políticos catalanes que quieren la independencia por encima de toda ley y todo juicio. En esto, en la improvisación, se nota que Cataluña es España. Porque la improvisación concluye en chapuza. Una chapuza ha sido la actuación del gobierno de Mariano Rajoy antes, durante y después (lo veremos) del 155.
Sólo así se explica el ascenso meteórico de Albert Rivera y de sus Ciudadanos. Con todo el viento a su favor. Según las últimas encuestas, su partido, el más votado en Cataluña, lo sería en toda España en unas elecciones generales. Su “never, never, never” (el nunca, nunca, nunca a los nacionalistas está siéndole a Rivera más productivo que el “no es no” de Pedro Sánchez a Rajoy) ha fructificado en el resto del territorio nacional.
Habrá que ver si Rivera no sucumbe al bacilo que acaba matando a todos los políticos a larga: cuando la táctica se pone por encima de la coherencia. El PP de Mariano Rajoy, atrapado por la corrupción gurteliana y lo que nos quedará por saber, se lo está poniendo fácil a Ciudadanos. Los moscones oportunistas comienzan a zumbar alrededor del líder centrista. Rivera puede llegar a la meta como ganador si no abandona lo que los clásicos llamaban el “aurea mediocritas”, el dorado término medio.
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La semana empieza como acabó, y el año como finalizó: con Cataluña y con la corrupción, esta endiablada coalición de las dos CC. Nuestros políticos parecen empeñados en alimentar la Leyenda Negra que persigue a España desde hace siglos. Por cierto, fue una mujer, Emilia Pardo Bazán, quien utilizó por primera vez, en 1899, el término Leyenda Negra. Como explica Stanley Payne en su libro En defensa de España –premio Espasa 2017, que en los próximas días recogerá-, “con la decadencia del siglo XVII España dejó de ser una potencia terrible; el miedo y la denuncia pasaron a ser simple desprecio hacia los habitantes de un país que se mostraban orgullosos pero ignorantes, indolentes e improductivos, dominados por una vacua vanidad y por la incultura”. Síntomas todos estos atribuibles, en la proporción correspondiente, a la actual Cataluña proindepedentista.
Estas navidades, en un colegio religioso concertado de Cataluña, los niños despedían el trimestre escolar representando una obra de teatro. Todos los actores hablaban en catalán, menos aquellos pequeños que representaban papeles de malos. Hablaban, claro está, en el castellano utilizado por los malvados españoles. ¡Para qué más comentarios!
Escribía Chateaubriand allá por el siglo XIX que “los españoles son los árabes cristianos; tienen algo de salvajes, de improviso (…). En España, sea que se ame, sea que se aborrezca, el matar es cosa natural”. Sin llegar a tanto, en España seguimos igual. Basta con mirar qué está pasando y parece que seguirá pasando en Cataluña.