1. La caverna mediática
Sólo hay que leer el reciente editorial de The Times sobre Cataluña, a Raphael Minder en The New York Times o a Jon Lee Anderson en el New Yorker para desmontar el mito de la superioridad del periodismo internacional sobre el nacional. Resultaría difícil encontrar en algún diario español de la llamada caverna mediática un solo texto que acumule tanta ignorancia, desconocimiento y analfabetismo histórico, geográfico y político sobre otro país como en los artículos citados.
Como es evidente para cualquiera que conozca el percal, esos textos no son espontáneos ni obedecen a una exquisita preocupación por los derechos humanos de los catalanes. Hay dinero de por medio y también intereses nacionales. En menor medida, prejuicios ideológicos, pereza y la sempiterna leyenda negra, tan cómoda ella, utilizada como filtro aplicable a todas las noticias sobre España, sea un golpe de Estado a cargo de la ultraderecha nacionalista, sea la crisis financiera, sea Rafael Nadal.
Jamás se ha hecho mejor periodismo en España del que se hace en la actualidad en El Mundo, ABC, El País, Libertad Digital, El Confidencial y EL ESPAÑOL, entre muchos otros. Ellos son los que han realizado la labor de zapa que debería haber hecho el Gobierno, desmontando a diario las mentiras y las fake news independentistas, ofreciendo datos que negaban los delirios separatistas y dando la batalla —y la cara— por los catalanes constitucionalistas. Y todo eso sin recibir ni un solo euro de las decenas, cientos de millones que el Gobierno catalán ha invertido en los medios de comunicación separatistas y en propaganda exterior.
2. Inés Arrimadas
Ha tenido que ser una jerezana libre de los complejos de mal catalán que arrastran el PSC y Podemos la que derrotara al separatismo en su propio terreno. Su victoria en las elecciones del 21D, la primera de un partido no nacionalista en Cataluña en cuarenta años de democracia, ha tenido la virtud de desmontar uno de los mitos sobre los que se ha construido el régimen supremacista que ha gobernado la región desde la llegada de la democracia: el de su invencibilidad. Porque el nacionalismo no es invencible. Es graníticamente impermeable a la realidad, que es otra cosa muy diferente.
Pero si por algo ha de ser admirada Inés Arrimadas no es ya por su oposición al nacionalismo sino por su tenaz, y de momento infructuosa, labor pedagógica en el Parlamento catalán. Hay que verla en el estrado, alfabetizando a docenas de diputados nacionalistas rezagados, esos que fueron incapaces de realizar la transición a la democracia junto al resto de los españoles en 1978, acerca de cómo funciona un Estado de derecho y del verdadero significado de términos como libertad, igualdad, solidaridad o separación de poderes.
3. Tabarnia
El separatismo es una ideología esencialmente narcisista por partida doble. Defiende la idea de que los catalanes son seres intrínsecamente superiores a sus vecinos al mismo tiempo que hace a estos responsables de todos los males que aquejan a la patria. La explicación de cómo unos individuos sociológicamente franquistas y deficientemente civilizados como los españoles han podido sojuzgar a una raza sofisticada, trabajadora y perseverante como la catalana suele dejarse siempre para otro día.
Tabarnia ha golpeado en la línea de flotación del nacionalismo: su egocentrismo. Choteándose con desparpajo de sus delirios políticos, históricos e ideológicos, ha puesto al separatismo frente a un espejo y le ha revelado su verdadera faz. Que a fin de cuentas no es otra que la de la sempiterna insolidaridad xenófoba del nacionalismo.
4. El rey
Queda para la política ficción analizar qué habría sido de los catalanes no nacionalistas sin el discurso del rey del 3 de octubre. Nada bueno, desde luego. Lo que es innegable es que su aparición en televisión apelando a la protección del orden constitucional, es decir a la derrota del golpismo, activó todas las alarmas en un Gobierno que hasta ese momento había oscilado entre la inacción y la molicie.
Suele compararse su discurso de octubre con el del rey emérito durante la noche del 23F, pero son incomparables. Juan Carlos I apareció en televisión cuando el golpe se sabía fracasado. Felipe VI se jugó la corona: si el golpe de Estado catalanista hubiera triunfado, la monarquía habría caído. Esa noche muchos republicanos nos hicimos monárquicos.
5. Los que llevaban años avisándolo
Son los Arcadi Espada, Félix de Azúa, Federico Jiménez Losantos, Félix Ovejero, Albert Boadella o Alejo Vidal-Quadras. Son también Rosa Díez, Fernando Savater, Cayetana Álvarez de Toledo, Teresa Giménez Barbat, Teresa Freixes y muchos, muchos otros que siempre, siempre, tuvieron razón. Ojalá les hubiéramos hecho caso antes los que, como yo, despertamos tarde del vanidoso sopor nacionalista.
6. Los españoles
Este no es desde luego el primer golpe de Estado en cuya derrota ha jugado un papel clave la ciudadanía, pero sí el primero durante el que esta se ha visto obligada a organizarse por su cuenta y riesgo y sin el apoyo del Gobierno o del primer partido de la oposición frente a la principal amenaza a la igualdad de todos los españoles desde el golpe de Estado del 23F. De esa organización espontánea y no centralizada son prueba los cientos de miles de banderas que cuelgan desde hace meses de los balcones españoles.
De la desconexión de los tres principales partidos españoles respecto al sentir mayoritario de los ciudadanos de este país da fe el hecho de que esa bandera, la constitucional, haya pasado a convertirse en la práctica en un símbolo de partido. Del partido Ciudadanos, concretamente.
7. Europa
El separatismo fió buena parte de su éxito a la internacionalización del proceso y al reconocimiento del resto de Europa de la existencia de un conflicto frente al cual el Estado español sería obligado a rendir sin lucha la independencia, y el resultado ha sido el mayor ridículo internacional que se le recuerda a una operación de marketing político emprendida por una administración regional europea.
La causa separatista no ha recibido ni un solo reconocimiento, ni un solo apoyo, ni un solo aliento que no provenga de partidos minoritarios, radicales o de ultraderecha. La Europa institucional le ha dado la espalda al nacionalismo catalán y las empresas han ido detrás: sólo en el tercer trimestre de 2017, la inversión extranjera en Cataluña fue tres veces menor que en la comunidad de Madrid, cuando ambas tienen un peso económico similar.
8. Los catalanes separatistas
Despreciaron la autonomía y ahora que han perdido el autogobierno luchan por volver al punto en el que estaban en 1980. Despreciaron la bandera catalana y esta ha pasado a convertirse en símbolo del constitucionalismo. Jamás volverá a ser su bandera.
Creyeron que derrotarían a un Estado en demolición y han reforzado las convicciones democráticas y de lealtad constitucional de una amplia mayoría de los españoles. Confiaron en instaurar una república catalana a la que seguiría una república española y el resultado ha sido el mayor índice de aprobación de Felipe VI en toda su reinado, el hundimiento de Podemos y el auge de Ciudadanos.
Despreciaron a Europa y ahora ponen toda su esperanza en una victoria pírrica. La que supondría que desconocidos jueces alemanes, escoceses y belgas rechazaran la extradición de sus prófugos y los condenaran a una vida de fugitivos —y de trabajo en un sector privado que la mayoría sólo conoce de oídas—.
El procés nació habiendo tocado fondo, pero el separatismo ha encontrado la manera de seguir cavando y de hundir aun más el prestigio y la imagen exterior de Cataluña. Su fracaso, impropio de una supuesta raza superior como la suya, tardará décadas en amortizarse. Su último ramalazo fascista ha sido rechazar la condena de la violencia provocada durante los últimos días por los CDR.
9. La Policía Nacional y la Guardia Civil
Otras de esas instituciones, como la de la monarquía, que han salido reforzadas del envite separatista. Nada sería más jaleado ahora mismo en Cataluña que su vuelta a las calles de la comunidad, la lenta desaparición de los Mossos d'Esquadra y el reciclaje de aquellos de sus agentes todavía leales a la Constitución en alguno de esos dos cuerpos, donde serían recibidos como hermanos pródigos. Pueden apostar por ello.