Para mi amiga Carme
La autora, amiga de Carme Chacón, recuerda a la exministra socialista cuando se cumple hoy un año desde que falleció a consecuencia de un fallo cardiaco.
Cuántas veces cogería el teléfono para pedirnos que fuésemos a su casa. No la semana que viene, no pasado mañana, ni siquiera al día siguiente, sino en ese momento, esa noche, ahora. Había algo sobre lo que teníamos que hablar, algo que requería la opinión de sus amigos. Una decisión importante que tomar, un detalle sobre algún asunto de poca relevancia, un cambio personal, una noticia que dar.
En su salón nos sentábamos alrededor de una botella de cava que se servía "bien fría, casi congelada, como nos gusta a los Chacón", solía repetir. Dialogábamos, opinábamos, argumentábamos, reíamos, a veces gritábamos y otras veces nos emocionábamos. Ella siempre nos escuchaba. Lo hacía hasta que, daba igual en qué punto estuviese el debate, siempre un poco antes de que diesen las doce, como si fuésemos a convertirnos en calabazas, se disculpaba y se iba a dormir, Capitana Araña en versión valiente que no se queda en tierra mientras su tripulación embarca.
Y allí nos quedábamos su tripulación, sus amigos, como si estuviésemos en nuestra propia casa, que lo era porque así nos lo hacía sentir, miembros elegidos de su querida familia, unidos todos por la voluntad de Carme. "Vosotros seguid, que yo mañana me levanto a las seis de la mañana y tengo que descansar". Disciplinada, trabajadora, siempre preparaba una intervención, una ponencia, una comparecencia, una sesión de trabajo como si fuese el examen definitivo del que dependiese su nota final, su entrega última.
La imagen de una joven, socialista, embarazada, tomando posesión de Defensa dio la vuelta al mundo
Cuando no era en su casa, era capaz de organizar un viaje sólo para decirnos algo. No te daba tiempo a reaccionar, y cuando querías darte cuenta, estabas preparándole un bocadillo que te había pedido después de hacer las maletas para pasar un fin de semana fuera, como aquella vez, cuando eligió Essauira, aunque aterrizásemos en Marrakech de manera imprevista y tuviésemos que acabar yendo en taxi hasta nuestro destino. Al poco de iniciado el trayecto, me pidió el bocadillo y lo devoró con las mismas ganas que le ponía a todo y a la misma velocidad con la que se presentaba cuando la necesitabas a tu lado.
Fue entonces, en el asiento de atrás de ese destartalado coche, cuando me dijo que estaba embarazada. No llegaba a cuatro semanas de gestación, pero ella quería celebrarlo ya, y ese verbo sólo sabía conjugarlo en presente, como sólo en presente supo conjugar su vida. Reímos entonces y seguimos riendo mucho tiempo después. Su querido Miquel se abría camino. Como su madre que, valiente entre valientes, atenta y a la vez desatenta a su corazón, siempre por y a pesar de éste, había buscado y encontrado la felicidad en contra de las advertencias de los médicos, segura de que ella quizá no pudiese con todo, pero más segura aún de que nadie iba a convencerla de que dejara de intentarlo. Lo hizo durante cuarenta y seis años.
Precisamente, embarazada de Miquel, pasó revista a las tropas por primera vez como ministra de Defensa un 14 de abril, una fecha que a muchos nos recuerda batallas que nunca consideraremos perdidas. A su lado, José Antonio Alonso, un gran socialista y un hombre bueno a quien también echamos mucho en falta. Esa imagen –la de una mujer joven, socialista, pacifista, catalana, embarazada, tomando posesión de la cartera de Defensa– dio la vuelta al mundo y, junto a leyes como las del matrimonio homosexual, colocó a España en el mapa de los países más avanzados del mundo.
En ese Ministerio, además de demostrar su gran valía profesional (erradicación de las bombas de racimo, puesta en marcha de una exitosa misión contra la piratería en el Índico, aprobación de la Ley de Derechos y Deberes de los militares…), consiguió que muchos españoles que veían con recelo al Ejército empezaran a reconocer su misión y a acercarse a él con simpatía. Con su tesón y empuje, las Fuerzas Armadas pasaron a ser la organización más valorada por los españoles, pero sobre todo, ese fue su gran mérito, por quienes nunca antes habían apreciado su labor.
Jamás dejaste de reivindicar tus raíces. Fuiste española a fuer de catalana; una gran española, una gran catalana
Hoy rememoraremos la vida de Carme Chacón y la recordaremos en los actos de homenaje que se le rinden cuando se cumple un año desde que su corazón se paró y los nuestros se estremecieron. Ella, que no faltaba a ninguno de estos actos porque necesitaba expresar su cariño hacia los demás en cualquier ocasión que se presentara para hacerlo. Ella, mujer elevada a la máxima potencia, que no entendía la existencia propia sin el reconocimiento de la de los demás. Así configuró esa gran familia a la que tanto quería, y así nos hizo cómplices únicos de su vida. Alguna lágrima se nos escapará hoy para atestiguar todas las que en privado hemos llorado, pero ni todas juntas podrían nublar la alegría con la que su recuerdo vive en quienes de verdad la conocimos.
Carme, entre tú y yo: no me acostumbro a que no estés. Enciendo la televisión o pongo la radio esperando encontrarte, interviniendo, dando tu punto de vista sobre los acontecimientos de este tiempo que últimamente vivimos en relación con nuestro querido partido o con tu amada Cataluña. Cuando te convertiste en ministra de Defensa alguien que tenía un puesto muy importante, un buen amigo, te dio un consejo con toda su mejor intención. "A partir de ahora olvídate de que eres catalana", te dijo. Pero tú no podías dejar de ser catalana sin dejar al mismo tiempo de ser española, y viceversa. Tú nunca olvidaste quién eras, de dónde venías, hacia dónde querías ir; jamás dejaste de reivindicar tus raíces andaluzas. Fuiste siempre española a fuer de catalana; una gran española, una gran catalana.
El otro día, como tantas veces, era yo quien quería contarte algo. Busqué tu nombre en la agenda del teléfono, lo seleccioné y llegué a tener un párrafo escrito para enviarte un mensaje. Entonces la conciencia de tu ausencia me frenó de golpe, la realidad me preguntó sin delicadeza qué estaba haciendo y al retirar la mirada del teléfono y detener mis dedos me sentí como quien sale a la superficie a coger aire tras haber estado demasiado tiempo sumergido en el mar. Hasta ese punto te echo de menos.
Hoy me acuerdo de ti, vicepresidenta del Congreso, presidenta de todas nuestras reuniones. De ti, ministra de Vivienda y de la tuya propia, que hiciste nuestra. De ti, ministra de Defensa de España, pero también de defensa del progreso, del feminismo y de la democracia transformadora. Hoy levantaré una copa de cava, "bien fría, casi congelada", y brindaré por la hermana, por la hija y por la madre que fuiste. Por la mujer que siempre serás. Por tu recuerdo. Por ti, mi amiga.