(La noche pasada, Mariano no ha dormido bien. El Presidente es uno de los elegidos de Morfeo, el dios que en cada descansar arrulla a sus afortunados y los acoge cálidamente entre los algodones impagables del sueño. Y si falla Morfeo, ahí está Elvira con sus infusiones. Esta pasada noche Rajoy ha tenido una extraña experiencia: se le ha aparecido otro gallego, presidente del Gobierno como él, un tipo de sangre fría como él, de hablar pausado y movimientos lentos, lo mismo. Si entre una babosa y un caracol no se sabe cuál marchará más deprisa, lo mismo sucede entre el actual inquilino de la Moncloa y quien la ocupó menos de dos años, de 1981 a 1982.)
-Buenas noches, Mariano.
-¿Quién eres? Por favor, déjame descansar. Estoy roto. Y ahora con lo de Cristina.
-Yo fui lo que tú eres y tú serás lo que yo acabé siendo… Si no reaccionas, incluso aunque lo hagas.
-Coño, Leopoldo, ¿cómo estás?
-Ya sabes, estoy en Ribadeo. Los Calvo Sotelo siempre volvemos aquí. Y tan a gusto en este descanso eterno. Perdóname, te molesto por dos razones.
-Dime, dime.
-La primera: tienes que hacer algo, reacciona ya, aunque el ya en tipos como nosotros siempre es tarde. La segunda, gracias, muchas gracias: vas a quitarme el puesto de líder más inoperante, no digo el peor. Siempre nos quedará Zapatero. Voy a decírtelo crystal clear: en las próximas elecciones te vas a estrellar y contigo a tu partido.
-Cómo se nota que eras políglota. Yo también voy a decirte dos cosas claras, querido Leopoldo: por mucho que nos estrellemos no va a pasarnos lo que a tu UCD aquel 28-O de 1982. Os presentasteis con 168 diputados y os quedasteis en 11. ¡Córcholis!
-¿Y la segunda? Para responderte.
-Se me ha olvidado… Ah, ya. Que como decimos en nuestra tierra, nunca choveu que non escampase.
-No te enteras, Mariano. Espabila. Sobre el PP y sobre España no es que esté lloviendo, está diluviando. Admitiría que respondieras con otro refrán: Fai o que crego dixera en non fagas o que el fixera. Sí, haz lo que el cura, yo, dice, y no hagas lo que yo hice. Porque es verdad que me equivoqué en muchas cosas por inactividad tras ser elegido presidente del Gobierno el día después del 23-F. Pero aquí no estamos hablando de la desaparición de un partido que nunca lo fue, la UCD, sino de la continuidad misma de España.
-Leopoldo, te estás pasando. Supongo que te refieres a Cataluña. ¡Pero si no paro! ¿Qué más puedo hacer?
-No paras, por ejemplo, recibiendo a las Kellys el mismo día en que Alemania soltó a Puigdemont. Qué ocurrencia, carallo. ¿Para qué están los aviones? Lo que tenías que haber hecho es contrarrestar la campaña internacional de los insidiosos y felones independentistas con una ronda de viajes a las cancillerías europeas. Los separatistas han ganado la batalla de la propaganda en Europa. ¿Te has enterado? Fue lo que yo hice, por ejemplo, cuando metí a España en la OTAN.
-Pero sí ya estamos actuando. Le dije a Dastis que pusiera a trabajar a todos los embajadores.
-Tarde, mal y nunca. Este ministro de Exteriores que tienes es bastante inútil. ¡Ay, Mariano! ¡Qué gobierno más malo tienes! Uno de los peores de la democracia. Lo mismo da que el mío: mi ministro de Exteriores era José Pedro Pérez Llorca, un águila real. Mi vicepresidente, Rodolfo Martín Villa, pura sangre azul política y experimentada, no como Soraya. Mi ministro de Justicia, Fernández Ordóñez, igualitico que, cómo se llama…
-Rafa, Rafael Catalá.
-Pues ése. Fernández Ordóñez era incomparable. Le otorgué el título de prototránsfuga. Fíjate que rompió el carné de la UCD siendo mi ministro de Justicia, el que da fe de todo, aquel 1 de septiembre de 1981. Paco cambiaba de chaqueta con tanta elegancia. Siempre estaba mirando la fruta del cercado ajeno, lo cual no quiere decir que por esto fuera quien defendió la ley del divorcio y fue aprobada durante mi gobierno.
-Me decías antes, Leopoldo, que nos dirigimos a la hecatombe como partido. Ya veremos. Ni nosotros tenemos esa caterva de tránsfugas que padeciste ni Pedro Sánchez es Felipe González.
-Eso es verdad. El PSOE barrió en aquellas elecciones de 1982 con sus 10 millones de papeletas, la mitad de todos los votantes, y sus 202 diputados. Tú no tienes tránsfugas seguramente porque te queda muy poco de donde tirar. No creo que Ciudadanos ni el PSOE estén interesados en quitarte al pretérito Javier Arenas.
-Javier es uno de los míos. Juntos hasta el final. Ni tengo tránsfugas ni este chico, Albert Rivera, es Felipe González.
-No, es peor… Para ti, me refiero. Vuelvo a lo que te decía antes: Cataluña va a acabar contigo. Y en ese callejón en el que te has metido aplicando tarde y mal el 155, el único que tiene un mensaje sobre España es el ciudadano Rivera. ¡Pero si hasta Aznar está con él!
-No me hables de José María. Coño, ya está bien. Mexan por nós e hai que decir que chove. Nos mean y yo tengo que decir que llueve. En vez de hablar tanto y de hacer tantos gestos contra mí y el actual PP, que dé un paso, que cree un partido si se atreve, como hizo Adolfo Suárez. O que entre en Ciudadanos. Pero no lo hará: está demasiado ocupado ganando dinero en consejos de Murdoch, en fondos de inversiones de altos vuelos…, por no decir buitres.
-Tranquilo, Mariano, no te excites. ¡Cómo te pones cuando se te habla del dedo que te ungió!
-Pues sí. Ya está bien. Me siento muy solo en este mundo que va más deprisa que mis amigos los caracoles.
-Cambia el gobierno, haz algo. A los hombres solo les cansa una cosa: la vacilación y la incertidumbre. Yo, amante de Tolstoi, me he dado cuenta de esto demasiado tarde. No te frías en tu propio aceite. Te decía antes que Rivera es más peligroso para ti que para mí lo fue Felipe González porque el líder de Ciudadanos sacará muy buena tajada entre los votantes del PSOE de Pedro Sánchez, antónimo perfecto del iceberg: como líder, es más grande por fuera que por dentro. Rivera devorará tus votos en las próximas elecciones. De los siete millones de votos que obtuviste el 26 de junio de 2016, te quitará varios millones –vas a caer por debajo del techo de los cinco millones de Fraga-. Si no, al tiempo.
-Leopoldo, me vas a dar la noche. Déjalo ya.
-Tal noche como hoy, un 14 de abril, nací yo. ¡Qué sarcasmo! Un Calvo Sotelo nacido el día de la República. Eso le decía yo a un colaborador mío: “Tú te complaces con darme malas noticias”. Hasta que llegó el 28-O. Otro colaborador, el más leal e inteligente, cuando estalló el escándalo de la colza, me decía: Presidente, si no actuamos rápido, se nos va a meter el aceite por debajo de la puerta. Es lo que te ha pasado a ti con el bichito de Cataluña. Y llegó el hundimiento. Yo, el presidente del Gobierno, inexplicablemente número de 2 de la lista por Madrid, detrás de Landelino Lavilla, ¡todo un estadista!, salí diputado por los pelos.
Esta noche se me está yendo la cabeza de tanto hablar contigo. Al darme cuenta de que somos tan iguales y tan diferentes a la vez. Yo también fue un líder temeroso, como tú, pero si no actué fue porque no tenía ni partido.
Escucha lo último que voy a decirte. Salvo que cometa un fallo garrafal, Rivera te devorará en las próximas elecciones, en 2020 o antes. Y, encima, lo que quede del naufragio del PP tendrá que apoyar al líder de Ciudadanos para convertirlo en presidente del Gobierno si salen las cuentas. Esto y, si no, lo que quede del PSOE, Podemos y los separatistas unidos ingobernando España. Porque el dilema del PP, la antigua armada invencible, no será seguir tirando y continuar, sino la continuidad o no de España. Y Rivera, entonces, será el líder natural del centro derecha. El único que quedará.
(El espectro de Leopoldo Calvo Sotelo va diluyéndose poco a poco. Antes hablan mínimamente de Cristina Cifuentes –“lo que más me gusta de ti, Mariano, es cómo quieres y despides a tus ´muertos´”-. El marqués de la Ría de Ribadeo, título otorgado por Juan Carlos I, vuelve a su morada con su sonrisa cáustica, pensando, quizás, que Rajoy padece el mal más común entre los mortales: no se ha dado cuenta aún de que ya está muerto. “Yo fui lo que tú eres y serás lo que yo soy”, se le oye a los lejos.)