Primun non nocere, traducido como “en primer lugar, no hacer daño”, es la base del principio de no maleficencia. Encuentra su origen en el Juramento Hipocrático de hace unos 2.500 años y actualmente es uno de los principios básicos no sólo de la ética médica si no de la bioética, entendida como las cuestiones éticas que surgen en todas las relaciones de la vida.
Así, es obvio que el que fabrica coches tiene claro que antes de que sus productos consuman poco o corran mucho es prioritario que las personas que los vayan a utilizar no sufran perjuicios al usarlos. Pero una vez salvado este principio, a partir de ahí, el fabricante puede tratar de hacer las cosas de la manera más eficiente -incluso despreocupándose y priorizando otras consideraciones al propio producto- con la finalidad de obtener el mayor beneficio económico. En Sanidad esto no es posible.
En el sector de la Salud, excluyendo la prevención o todo lo que entraría dentro de las denominadas medicinas satisfactivas -entendidas como aquellas que no tienen una finalidad curativa o paliativa-, no es posible limitarnos a no hacer daño y, a partir de ahí, tratar de ganar u obtener el mayor beneficio económico. En el sector sanitario, además del principio de no maleficencia, el fundamento y fruto de la actividad es la necesaria reparación de un daño que ya existe en las personas que necesitan el servicio para, si es posible, tratar de obtener los mejores resultados económicos -en el caso del sector privado- o ser lo más eficiente a nivel del gasto -en el caso del sector público-.
Debemos asumir el compromiso de priorizar el beneficio del paciente a cualquier otro tipo de rendimiento
Los profesionales que de una u otra forma nos dedicamos al sector sanitario, desde todas las perspectivas posibles, debemos asumir el compromiso de priorizar el beneficio del paciente o del enfermo a cualquier otro tipo de rendimiento, incluidos los beneficios económicos. El día en el que cualquiera de esos intereses esté por encima del primero, es imperativo dejar este sector y dedicarnos a otro.
Las profesiones sanitarias, o aquellas que no lo son en strictu sensu pero se dedican al sector de la atención sanitaria, deben partir del hecho de que el cliente llega porque no le queda más remedio. Eso comporta una desventaja emocional expresada en forma de miedo, angustia, inseguridad, etc. Quien otorga el servicio tendrá, en ocasiones, la satisfacción de contribuir a la curación de un paciente o al menos de hacer que éste llegue al final de sus días en las mejores condiciones; pero otras veces padecerá el sufrimiento que genera el no hacer posible lo anterior, e incluso de producir un quebranto irreparable al enfermo y a sus familiares, porque hay circunstancias que provocan que las cosas no siempre sucedan como era previsible.
En definitiva, el que se dedica al sector de la Salud, desde cualquier nivel, debe de hacerlo con pasión y con sensibilidad hacia el sufrimiento, porque la falta de pasión y empatía con el paciente produce desmotivación y aburrimiento. El blindaje al sufrimiento lleva a la apatía y a la falta de ambición en la labor y, con ello, a la normalización de la desgracia ajena. Por eso no todo el mundo es capaz de dedicarse a trabajar en el sector de la atención sanitaria y, por ello, el enfermo y sus circunstancias deberían estar por encima no sólo de los resultados económicos, sino también de intereses políticos, profesionales, sindicales o de cualquier otra índole.
En la enfermedad, lo primero es el paciente, y esto es aplicable tanto al médico como a la enfermera, al técnico de mantenimiento, al camarero o a la limpiadora que en su trabajo trata con el enfermo y sus familiares, y debe hacerlo compartiendo tanto el afecto en la mejora, como el dolor de la desdicha o la pérdida.
La publicación de resultados sanitarios por hospitales y servicios es un derecho de los ciudadanos
En España, nuestro sistema sanitario adolece actualmente de muchos problemas que de solucionarse podrían hacer que fuera mucho mejor. Entre esos problemas está su falta de transparencia, no sólo desde el punto de vista económico sino, lo que es más grave, desde el punto de vista de los resultados sanitarios. Hay que tener presente que los resultados sanitarios no deben confundirse con resultados en Salud, cuyos indicadores -como la esperanza de vida media- son muy buenos en nuestro país, pero vienen determinados por muchas otras circunstancias ajenas a los servicios sanitarios. Por intereses políticos o de otro tipo, los datos sobre esos servicios no salen a la luz, ni en el ámbito público ni en el privado, haciendo con ello que el enfermo pase a ser secundario en relación a otros intereses.
Esta falta de transparencia viene siendo denunciada desde hace años desde múltiples sectores, pero las demandas caen en saco roto. El Consejo Asesor de Sanidad, a través de su presidente, el doctor Valentín Fuster, se ha impuesto como una de sus principales metas la creación de un Observatorio para los resultados sanitarios de nuestro sistema de Salud.
La existencia de una política real de publicación de resultados que expusiera los datos por hospitales y servicios, no sólo constituye un objetivo de esa transparencia que debe caracterizar a una sociedad propia del siglo XXI, sino que es un ejercicio y un derecho de todos los ciudadanos, entendido así desde hace décadas en la mayoría de los países de nuestro entorno.
No nos olvidemos que todos, incluyendo políticos y profesionales de la Salud, pasaremos alguna vez por los servicios sanitarios. Y el que no tenga pasión con su trabajo o esté blindado contra el sufrimiento y no padezca por los enfermos y sus familiares, que se dedique a otra cosa.
*** Juan Abarca Cidón es presidente de HM Hospitales.