¿Marx vale hoy para algo?
El autor reflexiona sobre la obra y el legado del pensador Karl Marx justo cuando se cumplen hoy 200 años de su nacimiento en la ciudad de Tréveris.
La figura del filósofo Karl Marx es tan utilizada como desconocida. La vulgata marxista desvirtuó y forzó sus ideas, pero también ocultó sus errores. Sin embargo, hay algunos elementos que aún son interesantes.
El mito
El problema con Karl Marx (1818-1883) es que la izquierda lo ha convertido en un mito al que se le pueden atribuir las ideas más peregrinas, desde las leninistas, el sesentayochismo del joven Marx o las simplezas del populismo socialista. La manipulación de sus ideas la comenzó Engels, quien a su muerte fue publicando manuscritos de su amigo y poblando sus libros con prólogos en los que interpretaba los textos. Luego llegaron los herederos del Lassalle, fundador del SPD y rival de Marx, como Bernstein y Kautsky, y sistematizaron y matizaron sus ideas para usarlo como “padre fundador” del socialismo libertador, un profeta útil para la acción colectiva.
Después lo tergiversó Lenin, quien consideró que las ideas de Marx vaticinaban el paraíso socialista muy tarde, en un país industrializado y con una vía demasiado proletaria; porque eso de esperar el fin del capitalismo por la acción propia y exclusiva de obreros en un país campesino como Rusia no encajaba con su impaciencia de burgués ambicioso. Décadas más tarde la Escuela de Frankfurt lo mezcló con las ideas freudianas, y la explosión de Mayo del 68 lo santificó como el profeta pop. A partir de ahí, Marx ya era un mito; es decir, una construcción cultural cuyo objetivo es provocar un efecto en la gente, propagar una idea y conseguir su movilización.
La profecía no se cumplió
La gran diferencia de Marx con los filósofos de su tiempo fue su carácter de profeta. Mientras el resto se dedicaba a analizar el pasado y el presente, o a proponer fórmulas resolutivas que dependían de la voluntad, como los utópicos, el alemán dio un paso: la profecía. Marx sostenía que había demostrado científicamente el papel de la lucha de clases como motor de la Historia -no era cierto, Augustin Thierry ya lo había aplicado para explicar la Revolución francesa en 1840- y, en consecuencia, el inexorable advenimiento de la dictadura del proletariado como transición al comunismo. Sin embargo, el siglo XX enseñó que ese mecanismo no funciona porque la Historia es impredecible. Entre otras cosas, la profecía estaba basada en categorías acientíficas que dependían de la fe ideológica, como el concepto intangible y voluble de “clase social”, o el volitivo y propagandístico de “conciencia de clase”.
Aun así, la profecía sigue teniendo predicamento por la invasión de historiadores marxistas en las Universidades desde 1930, como confesó hace décadas Eric Hobsbawm, quienes usaron las categorías marxistas-leninistas para contar el pasado al objeto de demostrar un discurso político. No se hacía Historia, sino Política.
El marxismo como moral
El discurso moral que acompaña a la crítica de la economía política es vulgar. No fue el primero en identificar los problemas, ni el único, como afirma erróneamente una parte del izquierdismo. En Gran Bretaña ya existía esa crítica desde finales del XVIII, organizada en asociaciones laborales y políticas, hasta el punto de que el inglés Robert Owen estuvo a punto de crear en 1837 una organización con estructura nacional.
La crítica a las condiciones de vida de los trabajadores, la llamada cuestión social, ya tenía recorrido. Tres ejemplos, por no alargarme porque hay muchos, previos a 1848, cuando se publicó el Manifiesto comunista: la novela social de Balzac o de Ayguals de Izco, los trabajos de la Academia francesa de Ciencias Morales en la década de 1830, y la obra de Fourier, que tuvo su eco en España en Sixto Cámara y Fernando Garrido. Incluso Engels publicó en 1845 su conocida La situación de la clase obrera en Inglaterra. La cuestión social fue la clave política en Francia entre 1830 y 1871, con la explosión entre medias de la revolución de 1848, y sucedió al margen de las ideas y las valoraciones de Marx, cuya influencia entonces en el movimiento obrero era nula. Esa reivindicación moral de la condición de los obreros tenía una profunda raíz cristiana, y estaba presente en muchísimos escritores y políticos de la época.
El economista
Tampoco desveló el modo capitalista de producción; de hecho, la obra económica de Marx es un debate con la economía política de Adam Smith y su escuela. En consecuencia, no fue el primero en desvelar la mercantilización de la vida social y las prácticas burguesas, ni lo hizo completamente. Es más; Marx solo supervisó el primer tomo de El Capital (1867), mientras que los otros dos son borradores que compilaron a su muerte, por lo que su teoría está incompleta y es incoherente.
Los conceptos marxistas que han fracasado son: la teoría del valor-trabajo como base para explicar los precios, la idea del dinero como mercancía privada, la plusvalía sin funcionamiento del mercado, el empobrecimiento creciente de los trabajadores, y el agotamiento del capitalismo. Tampoco predijo la globalización, porque ya lo contempló David Ricardo en Principios de economía política (1817).
Por eso, la terminología marxista para analizar el mecanismo capitalista ha envejecido de tal forma que su obra solo es un epígrafe en un tema de Historia del Pensamiento Económico, y no es aplicable hoy en un estudio que aspire a tener validez.
El sociólogo
En cuanto a su análisis sociológico, si uno deja la vulgata marxista y toma sus obras, enseguida percibe que ni la sociedad, la cultura, la educación ni el capitalismo son hoy como eran entre 1848 y 1875, la época de plenitud de Karl Marx. Tampoco el ethos ni el Zeitgeist; esto es, las costumbres, las conductas y el espíritu que las anima. El Hombre de hoy se piensa a sí mismo de otra manera, así como su identidad es otra porque su mundo mental y la concepción espacial han cambiado. El “tiempo-eje”, que diría Karl Jaspers, movido por el avance tecnológico y científico, ha convertido nuestro presente en algo muy distinto al dickensiano de la economía manchesteriana de mediados del XIX.
La estructura social basada en clases como compartimentos estanco, sujetos colectivos con un solo ser y conciencia tal y como sostenía Marx, es falsa. Ni siquiera captó bien el movimiento obrero, de ahí su distanciamiento en vida con la socialdemocracia alemana. De hecho, Karl Marx hundió la Primera Internacional. Tomó los mandos entre 1864 y 1866, con habilidad, pero sin tener detrás ninguna organización obrera, a diferencia del resto. Primero eliminó a los italianos -despreciaba a Mazzini y a Garibaldi-, luego a los franceses -no soportaba a los seguidores de Proudhon ni a los de Blanqui-, las Trade Unions huyeron, y finalmente expulsó a los anarquistas de Bakunin en 1872.
Marx, el antiestatista
Esto es una de las cosas salvables de Marx. El filósofo alemán fue un furibundo enemigo del Estado y de la burocracia, algo que ocultan los que se definen como marxistas siguiendo consignas leninistas. En consecuencia, no es del todo cierto que Marx fuera la conclusión de la Ilustración. El alemán despreció el planteamiento de Rousseau que creía conveniente pasar del Estado-Leviatán (opresor) a un finalista Estado-moral (guía y protector).
Marx entendía que el Estado era un instrumento de opresión en cualquiera de sus formas porque era una construcción artificial e ideológica para la dominación de un grupo sobre otro. El Estado, al contrario de lo que piensa la vulgata marxista y la tropa izquierdista, era para Marx un espejo deformado y deformante de la sociedad. La eliminación de las clases sociales, decía, suponía la desaparición del Estado, porque, al contrario de lo que decía Hegel, ese ente no era la encarnación de la libertad y la razón, sino un mecanismo de poder de una parte sobre el resto.
La clave del antiestatismo marxista estaba en su denuncia del burocratismo. A diferencia de la exaltación hegeliana, Marx sostenía que la burocracia, lejos de asegurar el interés general, introducía su interés particular en el Estado. La burocracia se apropiaba del Estado, lo convertía en su “propiedad privada”, y se retroalimentaba para asegurar su “inmortalidad”, como hoy. Marx se adelantó a Kafka. No obstante, Bernstein, padre de la vulgarización marxista socialdemócrata, dijo que el Estado dejaba de ser opresor si era “social” y que la burocracia era un sistema igualitario, y así quedó.
El analista político
El Marx analista de su presente histórico sigue siendo de gran interés, no por su acierto, sino por su método; esto es, el acercarse a los acontecimientos, ideas y personajes, a la estructura política y social, con unos fundamentos filosóficos para comprender y explicar el proceso. En este sentido, y no por sus conclusiones, insisto, es recomendable su trilogía francesa: La lucha de clases en Francia, 1848-1850 (1850), El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852), y La guerra civil en Francia (1871). Las tres tienen una visión de conjunto perfecta para comprender la visión socialista de los acontecimientos políticos que fueron centrales en la política europea, como la revolución de 1848 y la Comuna de París. Además, esas obras tienen frases memorables, como la conocida de que los grandes hechos y personajes de la historia universal se repiten dos veces, “una vez como tragedia y otra vez como farsa”.
Pero cuidado, ese Marx analista no vale para España, sobre cuya revolución política publicó varios artículos en 1854, luego compilados como Revolución en España -que, por cierto, lo publicó en nuestro país la editorial Ariel en 1960, viviendo Franco-. Marx lo hizo por dinero y sin tener ni idea, como muchos otros personajes del periodo.
¿Cómo acercarse a Marx?
Directamente, colocándolo en su tiempo, sin ánimo de encontrar una guía de autoayuda ni un manual revolucionario, desligándolo del leninismo y de la vulgarización, y siendo consciente de que a grandes rasgos y en lo básico se equivocó.
*** Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid y coautor del libro 'Contra la socialdemocracia. Una defensa de la libertad' (Deusto, 2017).