Esta semana, el mundo contiene el aliento durante la cuenta atrás de la decisión de Trump sobre Irán y Shirin Ebadi cruza el umbral de la puerta de mi casa. La primera mujer musulmana que ganó el Nobel de la Paz se revuelve contra esta escalada hacia la Guerra: “La cuestión nuclear no es el motivo, sino el pretexto. El problema con Irán es su agresiva política militar en Siria, en el Líbano y en Irak, pero la solución no es la guerra ni las sanciones, porque eso devolvería al regimen iraní el apoyo de la sociedad que está perdiendo”.
En la primavera de 2009, conocí a Shirin Ebadí en la ciudad guatemalteca de La Antigua. Se celebraba un congreso sobre democracia. La Nobel Women’s Initiative estaba allí representada por cuatro de las galardonadas con este premio: Mairead Maguire, Jody Williams, Rigoberta Menchú y ella.
Yo intervenía como ponente ante el Congreso de la República de Guatemala para denunciar la impunidad del 98% de los casos de feminicidios en el país. La situación era tan grave que, en el mes siguiente, se desencadenó la dimisión del jurista español Carlos Castresana como responsable de la CICIG (Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala).
Las mujeres con Premio Nobel quisieron adherirse y firmar el documento, que tuve el privilegio de redactar, uniendo su rúbrica a la de la Plataforma de Mujeres Artistas de España, con Cristina del Valle a la cabeza.
Recordaba el brillo de sus ojos y la fuerza de sus manos. Las recordaba tal y como eran. El domingo, al estrecharlas, comprendí que los años no pasan por la piel de quién se la deja en defender a los demás. La fuerza y la dignidad permanecen como la indeleble huella digital del trabajo solidario.
Ha venido a Madrid a recibir el Premio Optimistas Comprometidos. Julia Higueras, su anfitriona en España, directora de la revista "Anoche tuve un sueño" y mi querida amiga Marta Blanco, nos han hecho ese regalo. Ella, el de venir a recogerlo. El riesgo que corre su vida hace que no se prodigue demasiado en este tipo de actos.
Hace cuarenta años, al inicio de la Revolución Islámica sentía una profunda soledad.
Shirin es musulmana. Pienso en lo doloroso que debe ser para ella explicar al mundo occidental que su religión no tiene nada que ver con el fanatismo teocrático, que impera en países como el suyo. Ella se afana en predicar que nada de lo que sucede allí emana naturalmente del Corán.
Optimista es el premio que recibe y optimista es su mensaje. La esperanza, para ella, reside en el cambio de actitud de su pueblo. Cuenta cómo, hace cuarenta años, al inicio de la Revolución Islámica sentía una profunda soledad, cuando decía que quería para Irán un gobierno secular: “Era como hablar con un espejo. Solo yo parecía entenderlo. Hoy, si hubiera libertad para decidir, más del 90% estaría a favor de ello".
Al decir esto, miraba con complicidad a otro galardonado que compartió nuestra mesa: Alfredo Romero, el abogado venezolano, líder de Foro Penal. Ambos hablaban en términos desiderativos de elecciones libres para sus respectivos países. Sentir el privilegio de la democracia resulta estremecedor, porque solamente se experimenta frente a quienes no lo tienen.
Shirin era jueza en Teherán hasta la Revolución Islámica de 1979. En ese momento, las mujeres quedaron relegadas a funciones administrativas dentro de los tribunales. La judicatura les quedó vedada, fuera cual fuera su capacidad y competencia. Shirin no quiso vivir así mucho tiempo. Pidió una excedencia y esperó hasta que los Colegios de Abogados le permitieron ejercer esta maravillosa profesión que compartimos.
En los juzgados iraníes empezó su batalla en ayuda de los más débiles. Comenzó con divorcios, asesinatos y defensa de la infancia. En poco tiempo, se hizo incómoda al régimen por su defensa de los presos políticos y, con acusaciones falsas, se le procuró una condena de cinco años que luego le fue revocada, pero que le hizo pasar tres semanas en prisión. Hoy vive en Londres. Las amenazas la han llevado allí, al exilio.
'Hasta que seamos libres' es el título de su libro, en el que cuenta su historia y la de su lucha en Irán. Este libro viaja por el mundo junto a los demás que los autores proscritos por el régimen de Teheran promocionan en La Feria de Los Libros Prohibidos, una forma de presentar conjuntamente, en diferentes ciudades, las obras de iraníes que no han pasado la censura o que, ni siquiera pudieron intentarlo.
Comparto con ella una preocupación. Los países islámicos tienen una fijación en que las mujeres son, ante todo, instrumentos necesarios para el incremento de la población.
Shirin pone el acento en los medios de comunicación. La propaganda es el caldo de cultivo del régimen iraní.
Hace ya dos años se conoció que el Daesh controlaba a más de 31.000 mujeres embarazadas en Irán y Siria. Nikita Malik, investigadora de Quilliam, denunciaba en The Independent que "Hay una creación sistemática de la próxima generación de (…) combatientes", explicando además que los niños son como “una pizarra completamente en blanco” para ser impregnados por el extremismo.
La legislación civil de los ayatolas posibilita la poligamia de los hombres (dos matrimonios permanentes y varios temporales), dificulta el divorcio si la iniciativa es de la mujer y concede al hombre el veto al trabajo de su esposa, si le parece contrario a los intereses familiares o la "dignidad" No es de extrañar que Irán ocupe, en el apartado de incorporación al mercado laboral de las mujeres, el puesto 140 de 144 del Índice Global de Brecha de Género. Incluso las mujeres con formación universitaria quedan sistemáticamente condenadas al papel reproductor entre las paredes de su casa.
La geoestrategia impregna las leyes y las políticas sociales y Shirin pone el acento en los medios de comunicación. La propaganda es el caldo de cultivo del régimen iraní. El gobierno de Teherán tiene cadenas de televisión en todos los idiomas. Por eso ella pide que, en vez de imponerle sanciones económicas que perjudicarían a toda la población, la comunidad internacional impida al gobierno iraní el acceso a los satélites a través de los que difunde su mensaje pernicioso.
Shirin es una conversadora locuaz, impregnada de ironía e ingenio. Todos nos reímos cuando cuenta cómo, un día, mientras impartía clase, se le acercó un joven y le dijo: “Este Gobierno quiere que vayamos al Paraíso, pero si yo quiero ir al infierno donde, por cierto debe haber mucha gente interesante ¿por qué no puedo hacerlo sin molestar a nadie y sin que nadie me moleste?”. Es imposible resumir mejor el derecho individual a la libertad.
***Cruz Sánchez de Lara Sorzano es abogada, presidenta de THRibune y patrona de Alianza por la Solidaridad.