SÍ. Porque si no lo haces tú, no se atreverá nadie en el mundo. Cántale las cuarenta como te enseñaron Francisco Rocasolano, el abuelo republicano taxista, o Menchu Álvarez, la sabia locutora asturiana, cuando jugabas con ellos al tute en la candidez de esa niñez que, aunque no lo parezca, aún conservas por ahí.
De la nieta del republicano español al líder republicano estadounidense, Donald Trump, con quien tú y el rey os encontraréis en la Casa Blanca de aquí a un mes. En su año y medio como presidente de Estados Unidos ha hecho méritos suficientes para merecer una reprimenda, esta mezcla de Silvio Berlusconi sin postizos y de Kim Jong-un coreano.
Puedes hacerle un “Palma” como una catedral o un “Zacatecas” histórico. Ten por seguro que, en ambos casos, obtendrías el aplauso general de España y del mundo, con contadas excepciones porque en el planeta, mientras siga vivo –y para ello Trump representa un peligro- hay gente para todo. Puedes ponerte un punto macarrilla, como con tu suegra, la emérita reina Sofía, como con tu “no es no” a la foto con tus hijas Leonor o Sofía.
O también puedes optar, cuando Donald te salude en las puertas de la Casa Blanca, por darle un “zacatecazo”. Exactamente lo que hiciste con el presidente de México, el pobre Peña Nieto, en julio de 2015, cuando acompañado por su esposa “La Gavilana” os enseñaba la importantísima biblioteca del Instituto de Antropología de Historia de la ciudad de Zacatecas.
Voy a darte una noticia, de buena fuente: lo que más le molestó a Peña Nieto no fue la descortesía de dar la espalda al presidente de los Estados Unidos Mexicanos, o sea, él, cuando te pusiste a escudriñar entre los títulos de libros centenarios. Tampoco que cogieras uno de ellos, como si estuvieses en la librería de tu exmarido, profesor de Literatura y escritor Alonso Guerrero. No, el problema fue que el dirigente del PRI entendió que con tu interés por los libros de Zacatecas, por los títulos y por los autores, estabas mofándote de él, recordándole con tu actitud aquel episodio bochornoso del entonces candidato a presidente de México. Al ser preguntado por un periodista por los títulos y autores de tres libros indelebles en su memoria, Peña Nieto balbuceó unos segundos para decir: la Biblia “y no me la he leído entera”, ahí se atrancó.
Como te decía, el 15 de junio, en Washington, hazle un “Palma” o un “Zacatecas”, o las dos cosas a la vez, porque Donald Trump se lo merece. Y más que nunca tras anunciar esta semana la retirada de EEUU del Pacto Nuclear con Irán, firmado en Viena en 2015 cuando Obama era presidente. Horas después del anuncio, Israel bombardeó objetivos iraníes en Siria, un país donde caen bombas por todos lados y ya no saben qué nación les está matando.
Probablemente Letizia sea una de las reinas con más carácter en la Historia de España. En Palacio hay quien la llama “La fierecilla Indomada”. Indomada gracias a Dios. Shakespeare retrata en su famosa novela "La fierecilla domada" a una joven, Catalina, bella, inteligente, díscola, malhumorada y áspera hasta cuando no quería. Si Letizia es Catalina, nuestro Felipe VI sería Petruchio, el joven ambicioso y desocupado decidido a seducir y domeñar a dicha mujer, con el resultado conocido. Pero esta es otra historia.
Pues Letizia, en su día más antipático, es la madre Teresa de Calcuta comparada con Donald Trump. Ya al observar la firma del mandatario produce cierto escalofrío. Esas afiladas terminaciones, como hirientes estiletes, de su rúbrica. La exhibió el martes para dejar constancia de que había roto el acuerdo nuclear con Irán. Esta decisión puede convertir Oriente Medio, a corto plazo, en un huerto radiactivo con consecuencias desastrosas para millones de personas.
Energía, brutalidad, beligerancia, autoafirmación, ferocidad…, concluyen los grafólogos más comedidos al examinar la firma de Donald John Trump. Por no entrar en ese estado de agitación mental y quizás fálica que podría indicar ese subir y bajar en cada letra de su nombre completo.
En sólo 18 meses como presidente de Estados Unidos, desde que tomara posesión del cargo el 20 de enero de 2017, el 45º presidente de esa gran nación ha demostrado de manera indubitable que cumple su palabra y que el tiempo con el presidente se hace eterno para la humanidad por los peligros que entraña, con su dedo índice al alcance de un botón rojo.
Ha cumplido su palabra en el fondo y en las formas. Antes de pasar el meridiano de su mandato, ya ha probado materiales para construir el racista muro con México, ha situado en el abismo el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, ha roto el Acuerdo de París contra el Cambio Climático, ha convertido, de facto, Jerusalén en capital de Israel al trasladar la embajada de Estados Unidos a la ciudad sagrada para los musulmanes, una completa provocación... Y, sin embargo, no es descartable que gane el Premio Nobel de la Paz en la próxima edición por su acuerdo con el dictador Kim Jong-un, tras jugar con Corea del Norte a ver quién es más macho y aprieta antes el botón nuclear.
Tres días después del próximo 12 de junio, en el que Donald y Kim se abrazarán en Singapore, de oso a oso, Trump y Melania recibirán a Felipe VI y a Letizia en Washington. El jefe del Estado español será el primer mandatario europeo que se encontrará con el presidente de Estados Unidos tras la reunión histórica con Kim Jong-un. Es fácilmente deducible que Felipe VI comparte la valoración de otros líderes europeos sobre Trump.
“La época en la que podíamos confiar en Estados Unidos, terminó”, proclamó esta semana la canciller alemana Merkel. Con un presidente en la Casa Blanca como Trump, probablemente EEUU no habría participado ni en la I ni en la II Guerra Mundial. Su “America First” habría conducido a Europa a caer en manos del nazismo hitleriano o del comunismo soviético. Palabras de Trump: “Mi administración seguirá dos sencillas reglas; compre estadounidense y contrate estadounidense”. Según las últimas encuestas, si hoy se celebraran elecciones en EEUU, Trump ganaría sin dificultad.
Pese a todo, Felipe VI ha buscado y presionado en lo posible para que, aunque sea unas horas, ser recibido por el soberano de un mundo cada vez más feo y ordinario. Letizia cumplirá con su obligación de reina y estará allí, pese a sentirse en las antípodas de Trump, incluso de Melania. Cuando Trump le estreche la mano -¿le hará la cobra si hace ademán de besarla?-, ella tendrá presentes algunas frases antológicas de Donald “el sucio”: “Podías ver cómo le salía la sangre de sus ojos; le salía sangre de su… como sea”, dedicada a la periodista Megyn Kelly; “cuando eres una estrella puedes hacer cualquier cosa (a las mujeres), agarrarla del coño, lo que quieras”; “la belleza en mí es que soy muy rico”; “muéstrame una persona sin ego y te mostraré un don nadie…”.
Sólo por esto, Letizia, la reina popular que odia la popularidad, Trump se merece un “Palma” como una catedral y un “Zacatecas” histórico. Aunque no tenga gran inclinación a la lectura, una afrenta para él sería regalarle el último ensayo del filósofo Josep Maria Esquirol, La penúltima bondad. Si Balzac afirmaba que quien ama nunca se equivoca, para Esquirol los infinitos de la vida se reducen a dos: amar y pensar. Palabras mayores y peligrosas para un presidente de Estados Unidos como al que el mundo le toca sufrir. Y lo que queda.