Los encuentran en la calle. A lo mejor son huérfanos. Quizá sus padres están en la cárcel. Tal vez no estaban inscritos en ningún registro (cada año unos 40 millones de niños no son inscritos). Acaso ya tengan problemas con la Policía. A lo mejor ha habido un desastre natural o una guerra en el lugar donde viven, y eso se lo hace más fácil a sus captores… Los engañan, se los llevan con promesas de una vida mejor…
La naturaleza clandestina del negocio hace difícil tener cifras. Pero los expertos calculan que, cada año, 1,2 millones de menores son víctimas del tráfico infantil, un negocio que mueve anualmente 23.500 millones de euros. Los traficantes forman mafias y redes internacionales. Con frecuencia los llevan lejos de sus países de origen y terminan en las peores formas del trabajo infantil, sumándose a los cientos de millones que tienen que realizar labores mucho más allá de sus capacidades.
No hablamos de recoger la mesa o de bajar la basura. Hablamos de trabajos inapropiados para su edad: tareas domésticas durante largas jornadas en un medio insalubre, trabajos agrícolas que implican un gran esfuerzo, trabajos industriales o mineros que requieren del uso de materiales o herramientas peligrosas, tráfico de drogas, prostitución…; por no hablar de quienes terminan como niños o niñas soldados o de quienes son víctimas de extracción de órganos o, en el caso de las niñas, destinadas a un matrimonio forzado…
Naciones Unidas calcula que 246 millones de niñas y niños son víctimas del trabajo infantil en el mundo, la mitad de ellos en Asia. La mayoría (unos 132 millones) trabajan en granjas y plantaciones. Más de 40 millones lo hacen como empleados domésticos. Cerca de un millón, en minas y canteras… Unos tres millones son explotados sexualmente en el mundo, enriqueciendo a sus dueños. En varios países del Sudeste de Asia y el Pacífico, niños de 14 años reciben menos de 30 céntimos a la hora en fábricas de ropa.
Hay niños que no tienen tiempo para jugar, a los que se les priva de su crecimiento físico y mental
Pierden su infancia y su adolescencia. No tienen tiempo para jugar. Se les priva de su crecimiento físico y mental. Se les bloquean sus posibilidades de ascenso social. Y les quedan los traumas emocionales que marcan para siempre, con sus depresiones, confusión de la personalidad, problemas de conducta, pérdida de seguridad en sí mismos, en los adultos, en la sociedad…
La explotación, los abusos y las distintas formas de esclavitud están en nuestro día a día, en nuestra ropa fabricada en condiciones infrahumanas, en los minerales de nuestro teléfono móvil extraídos de las minas africanas por niños esclavos... Y tienen su raíz en la pobreza. Es lo que obliga a muchos padres angustiados a abandonar o vender a sus hijos e hijas para pagar sus deudas…
En Haití, entre 150.000 y 500.000 niños y niñas, de 5 a 10 años, han sido prestados por sus padres pobres a familias más o menos acomodadas que los emplean como sirvientes para todo tipo de quehaceres domésticos sin ninguna compensación, sin permitirles asistir a la escuela y viviendo bajo las peores condiciones. Los llaman restavek.
Y algo similar ocurre en muchos países africanos. En Benín, por ejemplo, miles de padres sin recursos entregan a sus niños a un maestro en el Corán, con la esperanza de que se conviertan, a su vez, en futuros maestros…, pero acaban en la mendicidad. Algunos maestros tienen hasta 40 niños desde seis o siete años, que pueden estar bajo su protección durante más de una década. Y después, la explotación y la esclavitud, la servidumbre doméstica, el trabajo en las canteras… Son los talibés.
Se debe acabar con el trabajo infantil dejando, por ejemplo, de consumir productos hechos por niños
Son solo dos ejemplos de una realidad presente en muchas regiones del mundo… No hay lugar para la indiferencia. Es imposible no preguntarse si se puede acabar con esta lacra. Y la respuesta es sí: se puede y se debe acabar con el trabajo y la esclavitud infantil.
En los países donde esta práctica está arraigada, es necesario apoyar a las familias en el acceso a los recursos para que no dependan del trabajo de los menores; facilitar la educación de madres y padres para que, a su vez, apoyen la educación de sus hijos e hijas; e incidir para que sus gobiernos sean responsables de garantizar el derecho a la infancia y a la protección que tienen los niños.
En las sociedades del Norte, debemos exigir a gobiernos y organismos multilaterales la imprescindible voluntad política para defender radicalmente los derechos de los niños y niñas y promover el bien común o, en otras palabras, la realización de los derechos humanos para todas las personas y el acceso universal a los bienes que son para todos. Además, podemos colaborar con aquellas organizaciones e iniciativas que combaten el trabajo y la esclavitud infantil y dejar, de una vez por todas, de consumir productos hechos por niños.
Ese es el foco: luchar contra la pobreza y la desigualdad. No podrán garantizarse los derechos de la infancia sin erradicar unas condiciones de vida indignas.
*** Waldo Fernández. Departamento de Estudios de Manos Unidas.