Se puede o no estar de acuerdo con la moción de censura que apartó al presidente Mariano Rajoy de su cargo, pero no hay duda de que el proceso fue increíblemente rápido. Como estadounidense, siento envidia.
Trump deja pequeño a Rajoy en cuanto a cantidad de escándalos cometidos. Vale, el PP ha tenido comportamientos lamentab les de los que el propio Rajoy ha sido partícipe, pero es que lo de Trump es de campeonato. Incluso cuando se trata de corrupción. Sus presuntos pecados incluyen obstrucción a la Justicia, violación de la cláusula de emolumentos de la Constitución estadounidense [que prohíbe a los trabajadores de la Administración cobrar de países extranjeros], conspiración con otros países para cometer delitos contra EEUU, destrucción de la igualdad ante la ley, abuso del poder de indulto, persecución de adversarios políticos por motivos impropios e injustificables solicitando a las fuerzas del orden que les investiguen y enjuicien, y menoscabo de la libertad de prensa, amén de conductas que ponen en peligro la paz y la seguridad del país.
Visto lo visto, Rajoy parece un niño del coro comparado con Trump. Sin embargo, es muy poco probable que Trump sufra el mismo destino que su amigo Rajoy. Y eso se debe a las grandes diferencias entre el sistema parlamentario español y el presidencial estadounidense, particularmente en lo que se refiere al relevo del presidente.
El asunto está en quién elige al presidente. En EEUU los ciudadanos lo eligen directamente (aunque a través de un sistema electoral cada vez más cuestionado) y no como en España, donde se vota por un partido cuyos representantes conforman el Parlamento y eligen al primer ministro. Por tanto, mientras que en España se vota a partidos, en EEUU se elige individualmente a cada miembro del Senado y de la Cámara de Representantes. No hay listas. Por ejemplo, en mi caso, voté por una presidenta (Hillary Clinton), un senador (Kamala Harris) y un representante (Salud Carbajal), todos por separado, en noviembre de 2016.
El 'impeachment' es similar a la moción de censura, pero su tramitación lleva más tiempo y el final es distinto
Una ventaja de este sistema de distritos uninominales es que hace que los miembros del Congreso de los Estados Unidos sean más responsables ante sus Estados y distritos que ante el líder del partido. Además, los partidos políticos son mucho más débiles, caóticos e indisciplinados que los europeos. La desventaja del sistema estadounidense es que alumbra un bipartidismo que reduce las opciones de los votantes.
Puesto que el presidente en España responde ante el Congreso, porque sus diputados son los que le eligieron, es lógico que si la Cámara no está contenta con él pueda pedir una moción de censura y echarle, como acabamos de ver. El presidente de Estados Unidos, sin embargo, se debe al pueblo. El Congreso es un poder separado, ejerce, junto con el sistema judicial, un control importante sobre el poder presidencial. Pero los congresistas no lo eligieron ni él los eligió a ellos tampoco.
El vínculo con el partido en EEUU es más fuerte en el caso de los republicanos, como lo demuestra que en su mayoría se han alineado con Trump, pero algunos lo han criticado públicamente e incluso han votado en su contra. Es el caso de senadores como John McCain y Jeff Flake, y pueden actuar así debido a la falta de una disciplina formal de partido.
El Congreso americano, en su labor de control sobre el poder presidencial, tiene en su mano una herramienta de juicio político, pero como eso significa situarse por encima de la elección del pueblo, los redactores de la Constitución se cuidaron de convertirlo en un proceso muy arduo y complicado. En cierto modo, el impeachment es similar a la moción de censura, pero su tramitación lleva mucho más tiempo y el resultado es distinto. Lo fundamental que tienen en común es que son procesos políticos, no judiciales.
Comencemos con el factor tiempo. La destitución de Rajoy llevó solo una semana, mientras que el proceso de juicio político fallido a Bill Clinton se alargó durante cuatro meses, y eso tras casi cuatro años de investigación, después de que Kenneth Star, miembro de la Oficina de Consejeros Independientes, diera a conocer su informe al Congreso.
En el 'impeachment' las consideraciones legales son casi irrelevantes: los votos son en su mayoría partidistas
La Cámara de Representantes inició el impeachment en octubre de 1998. Finalmente sólo se votó en relación a dos de los cuatro artículos de la acusación: obstrucción a la justicia y perjurio. Sólo entonces se produjo el juicio político formal en el Senado. Clinton fue absuelto en febrero de 1999. Cincuenta de los 100 senadores votaron a favor de destituirle por obstrucción a la justicia y 45 por perjurio; ninguno de ellos era demócrata. No fue suficiente para alcanzar los dos tercios necesarios en el Senado (67 votos) para apartar al presidente de su cargo
Por lo tanto, aun cuando el fiscal Robert S. Mueller, al término de la investigación que ha iniciado sobre Trump, decidiera acusarle, ese sería solo el comienzo de todo el proceso. Y, como se puede ver por lo ocurrido con Clinton, aquí las consideraciones legales son casi irrelevantes, pues los votos son en su mayoría partidistas. Hubo una pequeña excepción en la Cámara de Representantes -de 435 miembros-, donde 5 demócratas votaron por tres de las cuatro artículos de la acusación a Clinton, y 5, 8, 28 y 81 republicanos votaron en contra de cada uno de los artículos. En el Senado, ningún demócrata votó a favor de condenar a Clinton, mientras que algunos republicanos fueron por libre en los diferentes artículos de la acusación.
El resultado del impeachment es muy diferente al de la moción de censura. El Congreso de EEUU no puede elegir a un presidente alternativo, pues eso equivaldría a sustituir la voluntad del pueblo; por tanto, el sustituto ha de ser el vicepresidente, que se convierte automáticamente en presidente. El artículo dos de la Constitución de EEUU establece una línea de sucesión para el caso de que un presidente muera, dimita o sea destituido de su cargo. Si el vicepresidente no pudiera relevarle, la presidencia pasaría al presidente de la Cámara, luego al presidente del Senado y luego a los miembros del gabinete presidencial, en el orden designado.
Mientras los republicanos controlen la Cámara de Representantes hay pocas posibilidades de iniciar el impeachment de Trump. Incluso si los demócratas ganaran esa Cámara en las elecciones de noviembre y acusaran al presidente, es poco probable que pudieran reunir en el Senado los votos necesarios para destituirlo, a menos que hubiera una gran presión popular. Lo único que este proceso podría hacer es debilitar a Trump y que acabara renunciando, convencido de que no vale la pena continuar. Pero a Trump lo que más le gusta es la pelea, por lo que también este desenlace parece casi imposible.
¿Y unas elecciones anticipadas? Tampoco es posible en el sistema estadounidense, así que la fecha ya está establecida: el 3 de noviembre de 2020, los estadounidenses volverán a las urnas para elegir a un presidente que será igual de difícil de destituir de su cargo que sus antecesores.
*** Alana Moceri es analista de relaciones internacionales, escritora y profesora de la Universidad Europea de Madrid.