A una buena amiga de la familia le detectaron hace unas semanas una mancha sospechosa en la vejiga. Tras las pruebas pertinentes, comenzó un tratamiento de quimioterapia para atajar el mal. Todo iba –y va- estupendamente hasta que hace unas tardes, al acabar la sesión su médico la abordó precipitadamente en la salida de la clínica para decirle de sopetón que la enfermera se había equivocado. En vez de en la vejiga, la cura se la había aplicado en la vagina. De la v a la v. Tras un lavado profundo en la zona, le dieron el alta asegurándole que no se preocupara.
Nuestra familiar amiga, una mujer valiosa, valerosa y con un inconmensurable sentido del humor, me decía días después lo siguiente: “No, si a estos del PP les va a pasar lo que a mí, pero a lo grande y sin remedio. El congreso del partido debería servirles para erradicar el doble cáncer que tienen, de corrupción y de imagen. Ahora bien, con un tratamiento equivocado puede salirles la cura por la candidata…”. Es decir, el tiro por la culata.
El tiro por la culata, hablando de aspirantes a presidir el PP –según sus estatutos, el presidente del partido se convierte automáticamente en candidato a la presidencia del Gobierno- evoca a María Dolores de Cospedal, la ex ministra de Defensa. Ella junto con Soraya Sáenz de Santamaría, ex vicepresidenta del Gobierno, y Pablo Casado (no le ha dado tiempo a ser ex del Gobierno Rajoy pero, como se descuide, puede convertirse en ex licenciado en Derecho) son los tres aspirantes con posibilidades de ganar el congreso del PP convocado para el próximo 21 de julio.
Queda aún un mes para la cita congresual y, si no se moderan los ánimos, la rivalidad de los sucesores de Mariano Rajoy puede derivar en una verdadera guerra civil. Sobre todo, entre Cospedal y Sáenz de Santamaría. La líder castellano- manchega, de quien tengo mejor opinión que otros acreditados compañeros de EL ESPAÑOL, es una mujer de armas tomar. Por algo Rajoy le adjudicó la cartera de Defensa. Es una especie de Juana de Arco. Con su media melena, tal y como se representa al personaje histórico, ha defendido a Rajoy y al PP de la corrupción como Juana de Arco lo hizo con Francia y su rey frente a los ingleses. ¿Acabará en la hoguera como la heroína francesa de principios del siglo XV?
La pira, desde luego, la encendería Soraya Sáenz de Santamaría, presentada por algunos como la salvadora ante el vacío de poder que existe en el PP. Vacío, no tanto porque Rajoy llenase mucho, sino simplemente porque se ha perdido el poder.
Cospedal y Sáenz de Santamaría han emprendido la guerra de las dos rosas. Utilizo en parte la ocurrencia del ex ministro García Margallo, cuya candidatura imposible tiene un único punto deconstructor: torpedear a Soraya. La guerra de las dos rosas ya se sabe cómo acabó en la Inglaterra de mediados del siglo XV: ni ganó la rosa roja de los Lancanster ni la blanca de los York; tras treinta años de batallas y asesinatos, ambas casas desaparecieron y se impuso una tercera, la de los Tudor, cuyo rey más famoso fue Enrique VIII, el decapitador de esposas.
Si las guerras nunca son buenas, las peores son en las que el bando victorioso nada tiene que ofrecer para solucionar el gran problema. Y esto es, en mi opinión, el gran drama al que se enfrenta el Partido Popular en su XIX Congreso Nacional: tanto si gana María Dolores de Cospedal como si vence Soraya Sáenz de Santamaría, la victoria será infructuosa.
“Y aquí profetizo: que esta querella de hoy (…) enviará tanto de la Rosa Roja como de la Rosa Blanca millares de almas a la muerte y a la noche eterna”, exclama un personaje de Shakespeare en su Enrique VI. El XIX Congreso del PP enviará a la defenestración a una buena parte del partido pero no erradicará el cáncer que carcome al PP desde hace años. Porque la solución nunca está en el problema.
Una vez que Rajoy dimitió y obró como lo que es, un señor registrador de provincias, el PP debería haber convocado un congreso refundacional para romper con el pasado no para continuar arrastrado por las mismas manos y los mismos ramales.
Si se examina la historia de este gran partido de centro derecha, fundado en 1976 por Manuel Fraga como Alianza Popular, los grandes saltos electorales han coincidido con movimientos refundacionales. En 1982, cuando AP pasó de su millón de votos en 1979 a cinco millones y medio. Esto se debió a la llegada de partidos, dirigentes y votantes procedentes de UCD. Después, AP se quedó clavado en cinco millones de votos hasta que en 1989/90, de la mano de José María Aznar, cambió de nombre y pasó a llamarse Partido Popular, movimiento que fructificó en 1996 al ganar por primera vez las elecciones generales; cuatro años después, el PP conseguiría una aplastante mayoría absoluta, con 183 diputados.
Desde entonces, el PP ha aguantado hasta el momento presente, un presente en el que más que tirar se arrastra. Como no hay mal que por bien no venga, el golpe de Estado, democrático, dado por Pedro Sánchez quitó del medio a Rajoy y dejó paralizado a Albert Rivera, quien estaba en proceso de merendarse a un PP somnoliento y bloqueado por la corrupción.
Gane Soraya, seguramente la preferida por los menguantes votantes del PP, venza Cospedal, la mano que mueve la militancia del partido, básica para ganar unas elecciones, ninguna de las dos será capaz de dar un giro de 180 grados al partido de la gaviota para quitarle así el estigma de la corrupción. Al principio, el icono volador representaba en realidad a un albatros, el gran pájaro que en portugués se llama alcatraz. Nadie podía imaginar que años después tantos dirigentes del partido acabarían en cárceles, aunque no sean tan duras como la mítica de Alcatraz.
La solución está en la tercera vía, imposible por ahora. No, no me refiero a Pablo. Casado no es la solución. Un tipo joven, decente, casado con el PP desde la adolescencia, un profesional del partido que no tuvo tiempo para acabar la carrera de Derecho en cinco años. (Dice Harper Lee en Ven y pon un centinela: “se necesitan cinco años para salir de la Facultad de Derecho; dos para desenvolverse en cuestiones económicas; dos para aprender distintos tipos de ordenamiento jurídico de Alabama y el quinto para releer la Biblia y a Shakespeare”).
Imposible por ahora, la solución del PP está unida a la refundación del centro derecha en España. Esa es la tercera vía. ¿Se le ocurre a alguien un candidato mejor que Albert Rivera?