Permitidme que hoy hable de mi historia, con el sentimentalismo propio del que mira hacia atrás antes de mirar hacia delante. Aunque, en realidad, de lo que voy a hablar es de 5 millones de historias, las de los 5 millones de españoles que han depositado su confianza en BlaBlaCar. Un éxito por el que todos deberíamos felicitarnos.
Recuerdo perfectamente mi sensación al ser consciente por primera vez de la velocidad de crecimiento de BlaBlaCar. Acababa de empezar a trabajar aquí, venía de fracasar con mi propia empresa y me di cuenta de que el número de usuarios que a mí me llevó años alcanzar, aquí se conseguía en una semana mala. Fue entonces cuando empecé a comprender la magnitud del cambio del que, casi sin querer, éramos protagonistas.
Surgen ideas brillantes en Europa cada día. Hay talento más que de sobra para desarrollarlas. Pero es difícil llegar a ser protagonistas de la disrupción a gran escala en nuestro continente. Y es curioso que habiendo hecho historia siempre, Europa sea ahora una tierra tan difícil en la que cultivar innovación.
Y es curioso que habiendo hecho historia siempre, Europa sea ahora una tierra tan difícil en la que cultivar innovación
Pero hay una realidad inamovible, que es la diferencia cultural e idiomática que tanto nos enriquece. Y otra realidad legislativa que puede y debe unificarse para no poner puertas al mar. Para no mirar por la ventanilla en silencio. Y está en nuestras manos, en las de los europeos, elegir ser motor, volante, acelerador o freno de la innovación.
En aquellos inicios, para mí, y para la mayoría de la sociedad española, la economía colaborativa era un término nuevo; apenas escuchado por unos pocos. Poco después, la explosión. Y la confusión. De pronto, todo era economía colaborativa. Llegaban miles de servicios al calor de esas dos palabras que, en realidad, nada tenían que ver con ellas. A nosotros nos salpicaron el ruido y los líos judiciales y regulatorios, triste paisaje con el que afortunadamente sólo hemos tenido que convivir en España.
A nosotros nos salpicaron el ruido y los líos judiciales y regulatorios, triste paisaje con el que afortunadamente sólo hemos tenido que convivir en España
Mientras tanto, lo que al principio eran cientos, pronto se convirtieron en miles de españoles viajando en coche compartido cada día. El concepto arraigó pronto en el imaginario colectivo con la naturalidad de lo cotidiano. Casi de la noche a la mañana, la sociedad española cambió “compartir coche” por “hacer un BlaBlaCar”. Hasta el día de hoy, en que BlaBlaCar ha superado los 5 millones de usuarios registrados en nuestro país. ¡5 millones!
¿Y ahora?
Ahora ha pasado el suficiente tiempo para entender que aquello de que la “economía colaborativa ha llegado para quedarse” es un lugar común que no dice mucho. Nada, al menos, que no debiéramos saber ya.
A estas alturas, lo que debería ser evidente para todos es que no todo es economía colaborativa y que hay miles de modelos diferentes dentro de esas palabras. Que cada modelo tiene un impacto distinto en la sociedad y que es responsabilidad de todos (plataformas, reguladores y ciudadanos) trabajar de manera conjunta sobre sus implicaciones. Que hay un enorme potencial para que, usando la tecnología, tengamos un futuro más igualitario y más eficiente. Hemos cableado el mundo para colaborar. Y eso hay que aprovecharlo.
Hemos cableado el mundo para colaborar. Y eso hay que aprovecharlo
Hemos crecido exponencialmente, y lo seguimos y seguiremos haciendo. Porque queremos lograr que donde haya una carretera haya un BlaBlaCar. Y no pararemos hasta unir puntos de nuestra geografía y personas que nunca antes estuvieron conectados.
Porque, entre todos, debemos seguir empoderando a un usuario que reclama eficiencia y sostenibilidad. Que ya no quiere ser propietario, sino aprovechar recursos infrautilizados. Nos toca seguir apostando por las buenas ideas y por su desarrollo en nuestras fronteras. Porque sólo así podremos seguir siendo protagonistas de nuestra historia.
***Jaime Rodríguez de Santiago-Concha es el general manager de BlaBlaCar España, Portugal y Alemania