Como en las páginas finales de Rebelión en la granja, los ciudadanos españoles miraron por la ventana de esa sala de la Generalidad en la que el miércoles por la tarde se reunieron los representantes del Gobierno central y los del Gobierno regional catalán y fueron incapaces de distinguir a los cerdos de los humanos y a los humanos de los cerdos.
A un lado de la mesa, y en representación del bloque separatista, estaban —entre otros— Elsa Artadi, Ernest Maragall y Pere Aragonès. Al otro lado, y en representación del bloque apaciguador, Meritxell Batet y Teresa Cunillera. Cinco nacionalistas que no suman juntos medio constitucionalista. Lo de los cerdos es una metáfora de Orwell: las quejas, al británico.
Como en el libro de Orwell, la delegación de granjeros fue invitada a visitar la granja por los cerdos rebeldes, deseosos de demostrar que la revolución de la que tanto se había hablado tal no era tan fiera como la pintaban. También como en el libro, fue una gran alegría para el granjero que llevaba la voz cantante comprobar que un largo periodo de desconfianzas y desavenencias llegaba a su fin. Y como en el libro de nuevo, el granjero de la voz cantante comprobó cómo los animales inferiores de la granja trabajan más y reciben menos pienso que los de las granjas vecinas.
Para los duros con las metáforas: los animales inferiores de la granja son los catalanes constitucionalistas y el pienso, sus derechos civiles y políticos.
A diferencia del libro, sin embargo, la reunión no duró lo suficiente como para que cerdos y granjeros acabaran peleándose durante la partida de cartas por ese as de espadas que ambos guardan en sus mangas. Según todas las señales, ese fragmento del libro de Orwell acabará materializándose en el momento en el que a Carles Puigdemont le interese forzar elecciones generales anticipadas. El prófugo, por cierto, no tuiteó nada sobre la reunión en toda la jornada. No es su estrategia.
Meritxell Batet salió del cónclave nacionalista diciendo que ella estaba ahí para defender "el autogobierno, el Estado autonómico y el Estatut de Cataluña". Como es harto sabido, la Constitución, como la monarquía, no necesita ser defendida en Cataluña y de ahí la omisión de la ministra de Política Territorial.
También aludió Batet a una llamativa "lealtad federal" entre administraciones. Los más benevolentes lo calificaron de "lapsus": Batet habría dicho "federal" por "constitucional". Habrá que dudarlo, vista la alergia de la ministra por una Constitución que ofreció reformar aún sabiendo que no tiene los apoyos necesarios, ni de lejos, para ello.
En cuanto al resto, la postura de Batet no se diferencia en nada de la sostenida públicamente por el PP en su momento respecto a los presos y un hipotético referéndum de independencia: la vía judicial escapa a las competencias del Ejecutivo y el "derecho de autodeterminación" no existe tal y como lo plantean los separatistas. Por ese lado, ningún cambio con respecto al PP de Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría, más allá del lema del diálogo.
Por su parte, Ernest Maragall, que está aprovechando hasta el último aliento la prórroga política que le ha sido concedida por el nacionalismo gracias a su más o menos reciente conversión al separatismo, anunció la creación, en octubre, de varias comisiones para el estudio de los temas pendientes. Es decir, patada a seguir y, como se dice en catalán, "quien día pasa, año empuja".
Dicho lo cual, el separatismo logró su principal objetivo, que no eran unas hipotéticas concesiones sobre los presos o un referéndum de independencia, sino la escenificación de un diálogo bilateral que consolide la idea de que el Gobierno regional es una administración jerárquicamente equivalente a la del Gobierno central en vez de subordinada a esta.
Decía en la mañana del miércoles Francisco Marhuenda en la tertulia de Es la mañana de Federico que "comisión bilateral" es el término correcto para la reunión que tuvo lugar entre ambos Gobierno pues el adjetivo "bilateral" sólo alude al hecho de que esa comisión reúne a dos partes dialogantes y no a tres o cuatro o cinco. Tan cierto, efectivamente, como que los representantes de la Generalidad han utilizado el término "bilateral" en el mismo sentido en el que se usa el término en derecho internacional. Es decir, en el contexto de dos Estados soberanos que se reconocen mútuamente la capacidad de negociar en igualdad de condiciones.
Con la escenificación de ambos Gobiernos, el central y el regional, ganan tiempo de cara a un 11 de septiembre en el que ambos medirán la temperatura callejera del fervor separatista. ERC, que no se fía de los espejismos callejeros, tan espectaculares como pasajeros e inanes, ha encargado ya una encuesta que le permitirá conocer cuántos hiperventilados existen en realidad en estos momentos en Cataluña y cuántos separatistas se han enfriado lo suficiente como para aceptar ese futuro trágala autonomista que le espera al nacionalismo.
También ganan tiempo ambos Gobiernos hasta que se compruebe cuál es el recorrido en la práctica de esa Crida caudillista y atrapalotodo con la que Carles Puigdemont pretende comerse el pastel nacionalista catalán. Pedro Sánchez confía por su parte en amansar al nacionalismo lo suficiente como para que este no le fuerce a convocar unas elecciones anticipadas que le darían, según todas las recientes encuestas electorales, la presidencia a un Pablo Casado apoyado por Albert Rivera.
Vuelve, en definitiva, el oasis a la granja nacionalista.