"Al minuto de entrar por la puerta ya sabíamos que el elegido era él", recuerda John Müller, subdirector de El Mundo que, junto a Fernando Baeta, tenía el encargo de elegir en 1997 al responsable de la aún nonata delegación del periódico en la Comunidad Valenciana. Benigno Camañas Sanz (Camporrobles, Valencia, 1951), fallecido este viernes, transmitía una determinación y entusiasmo arrolladores, y aquella edición regional, levantada en medio de un mar de dudas, acabó siendo la gran obra periodística de su vida.
Benigno gustaba recordar que un destacado político del PSOE dio la bienvenida a El Mundo-Comunidad Valenciana vaticinando su desaparición en pocos meses. Veintiún años después sigue en pie. Él puso en marcha, impulsó y dirigió su década más brillante. Y de aquella redacción ha salido un puñado de profesionales que hoy ocupan puestos de responsabilidad en grandes medios.
El cuadernillo de páginas locales que Pedro J. Ramírez imaginó como un complemento a la edición nacional acabó convertido, en la práctica, en un periódico regional, con ediciones diferenciadas en Valencia, Alicante y Castellón. Y compitió de tú a tú con unas intocables, hasta entonces, cabeceras locales.
Aquellos años, fueron épicas las broncas de Benigno con el responsable de las ediciones regionales de El Mundo, Paco Justicia, el encargado de mantener a raya las inclinaciones territoriales para garantizar la identidad de la cabecera y la coherencia del producto. Podía permitirse el pulso porque las cuentas avalaban su trabajo.
La idea de crear un gran periódico regional que acabara con la atomización provincial de la prensa valenciana era una vieja aspiración de Benigno. No era el suyo sólo un proyecto periodístico, sino político, en el sentido menos partidista de la palabra. Estaba convencido de que un diario regional fuerte podía ayudar a vertebrar la sociedad valenciana y canalizar mejor sus aspiraciones en un país en el que, el modelo de organización autonómico, convertía en estériles los esfuerzos provinciales y localistas.
Con ese propósito se puso al frente, ya a principios de los 90, del diario Mediterráneo de Castellón. Dirigió tres años la cabecera, pero los propietarios no estaban por embarcarse en una aventura ciertamente arriesgada y cara.
Periodista intuitivo, inconformista y de carácter, dejó en cuarto sus estudios de Medicina para volcarse en escribir. Franco aún no había muerto y se respiraban tiempos de cambio. Benigno participó en movimientos trotskistas y de izquierda radical, y fue detenido por ello. Por eso, cuando hizo la mili en San Fernando (Cádiz), le prohibieron el acceso a las armas y lo destinaron al grupo de jóvenes con antecedentes penales. Le cambiaron el fusil por la fregona.
Abandonada la Medicina, se estrenó con 24 años en el diario Levante haciendo crítica de cine, teatro y espectáculos. Pero un año después, tras ver firmado un artículo suyo por un redactor jefe, se marchó. Volvía a empezar de cero. Estaba recién casado, necesitaba trabajar, y encontró un hueco en una empresa dedicada a hacer encuestas.
Dos años después, en 1978, fichó por Las Provincias, en la etapa dorada del decano de los periódicos valencianos. En la sección de Política vivió en primera fila los principales acontecimientos de la época: la Transición, la constitución de los primeros ayuntamientos democráticos, la aprobación del Estatuto de Autonomía, la recuperación de las instituciones... Además de información escribía una influyente columna con el nombre de Capítulo primero. "No retrocedía ante nada ni ante nadie. Manejaba fuentes inmejorables. Una información con su firma estaba garantizada, era impecable", recuerda la que fue su directora en Las Provincias, María Consuelo Reyna.
Eran tiempos en los que se fumaba en las redacciones y, tras cerrar la edición, los periodistas alargaban muchos días la jornada hasta el alba. Hay que decir que Benigno -la singularidad del nombre hizo siempre innecesario su apellido en la profesión- reunía todas las virtudes y todos los defectos del periodista. Llegó a fumar cuatro cajetillas diarias y su imponente físico le permitía beber media botella de güisqui sin pestañear. Era capaz de asustar por su frío pragmatismo y de emocionar en pos del más noble ideal.
En Las Provincias trabajó un total de 16 años en dos etapas. En la primera (1978-1989) ascendió hasta Jefe de Política, y en la segunda (1992-1997), tras dirigir Mediterráneo, fue Jefe de Economía. Al poco de reincorporarse sufrió un infarto que estuvo a punto de costarle la vida, le alejó del periódico unos meses y generó dudas sobre su posible retorno.
Pero volvió. Y tuvo tiempo de crear El Mundo-Comunidad Valenciana. No sólo era ya un periodista: era un hombre de empresa. Hacía balances. Vigilaba las cuentas al milímetro. Implicó a inversores valencianos para enraizar al máximo la cabecera en el territorio. Instaba a sus redactores a llevar bien visible el periódico debajo del brazo cuando iban a las ruedas de prensa, con orgullo, reivindicando el trabajo que hacían a diario.
Trató de cerca a los principales políticos y empresarios valencianos. Joan Lerma, Eduardo Zaplana, Rita Barberá, Ciprià Císcar, Francisco Camps, Vicente González Lizondo, Ximo Puig, Joan Ribó, Esteban González Pons, Juan Roig, los hermanos Lladró, Vicente Boluda... Cuando alguno de sus periodistas tenía algún encontronazo con ellos, telefoneaba para disculparse con el redactor en cuestión delante, escuchando la conversación. Tras colgar, le animaba a seguir igual, o más fuerte.
Hijo de un veterinario de ideas republicanas y de un ama de casa de la Valencia interior, Benigno fue el tercer hijo de una familia de cuatro hermanos: tres chicas y él. Ahora deja mujer, Lucía; tres hijos, Benigno, Alba y Raúl -los dos últimos han seguido por distintas vías sus pasos-, cinco nietos y un sexto en camino.
Cuando supo que se enfrentaba a una muerte irremediable, reunió a sus amigos: "El cáncer tiene una cosa mala y una buena. La mala: te mata. La buena: permite que te despidas de las personas que quieres". Hombre de grandes retos, de apuestas extraordinarias, intentó cambiar el mundo y contribuyó a hacer una sociedad mejor. Ese es su legado.