“La Historia es un cementerio de aristocracias”, afirmaba, pesimista, el sociólogo Wilfredo Pareto. Toda revolución, todo cambio abrupto sirve, pese a la retórica de sus promotores, para sustituir a unas élites por otras, reforzando con matices las relaciones de dominación.
Pareto, que vivió su mejor época a finales del siglo XIX y que no conoció nunca a Pedro Sánchez ni a Mariano Rajoy, clasificaba a dichas élites en zorros y leones, recuperando la metáfora empleada por otro italiano, Nicolás de Maquiavelo. Los leones se imponían por la fuerza y la coacción violenta; los zorros, por la persuasión y la manipulación del lenguaje.
Los leones ya se marcharon. Los rugidos del temible Jorge Fernández Díaz, del financiero De Guindos, del comerciante de armamento Morenés, de la abogada Sáenz de Santamaría… han dado paso a una facción de la clase política que difunde un mensaje de progresismo, renovación y apertura pero que, en el fondo, representa una nueva combinación de los grupos de poder dominantes, casi siempre ajenos al ciclo electoral que nos permite hablar de democracia.
Asesorado por una auténtica tecnocracia demoscópica –el consultor externalizado Iván Redondo y el profesor José Félix Tezanos, en La Moncloa y en el CIS, respectivamente–, expresión de que todo acto gubernamental lleva minuciosamente descontados todos sus efectos electorales, el presidente Pedro Sánchez gobierna conectado con las áreas clave del electorado de centro izquierda y, además, de los poderes que nunca pasan de moda.
La mejor expresión de este último hecho es la ministra de Economía, Nadia Calviño. Técnico Comercial Economista del Estado (Teco), Calviño homenajeó en su toma de posesión a su preparador de oposiciones, el efímero titular de la cartera Román Escolano. Solbes y De Guindos también pertenecen a los Tecos, un cuerpo funcionarial enormemente cohesivo que también acogió al ex ministro económico Juan Antonio García Díez, al profesor Ramón Tamames y al actual presidente de Red Eléctrica, Jordi Sevilla.
Calviño hace de Madrid un óptimo enlace con Bruselas, la sede de la denominada ‘Troika’, que coordina nuestra condición de economía endeudada en lo público y en lo privado. La ex directora general de presupuestos de la Comisión Europea venía de trabajar con Gunther Oettinger, el comisario financiero que afirmó hace unos meses que los denominados “mercados financieros” serían los encargados de enseñar a los italianos a votar.
El ensimismamiento eurócrata no va a ser, sin embargo, la nota predominante: el poder regional incrustado en los ministerios refleja la obsesión de Sánchez de hacer del gobierno central un instrumento para controlar país, autonomías y partido al mismo tiempo. El primer lazo clave apunta a su rival, la presidenta andaluza, Susana Díaz. La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, podrá subir o bajar impuestos según vire la veleta de las encuestas, pero sirve asimismo como interlocutora con los dirigentes de Andalucía, comunidad de la que el presidente ha reclutado a otros tres ministros.
Y qué decir de Cataluña, el polvorín del que depende buena parte del proyecto de recapitalización electoral del Partido Socialista: Josep Borrell, garantía de rectitud y ejemplo de quien concibe un puesto más como una misión que como un medio, representa un reclamo electoral para los votantes menos tolerantes con el nacionalismo, mientras que Meritxel Batet hará de mano izquierda y de garante de un diálogo infinito. El objetivo, una cosa y la contraria: la complejidad del conflicto catalán solo permite a este ejecutivo buscar fórmulas para ganar tiempo.
Milicianos, los mínimos. El Ministerio de Transición Ecológica representa un prodigio del discurso político: se acabó el carbón, el nuevo gobierno se compromete con el medio ambiente. Para ello, una técnica emparentada con las organizaciones ecologistas, Teresa Ribera, facilitará la anulación burocrática de los movimientos ambientalistas.
Pero para producir los kilovatios del futuro hace falta dinero, empresas y gestión: no por casualidad, su número dos, José Domínguez Abascal, ha sido presidente y directivo de la termosolar sevillana Abengoa, donde coincidió con el ministro Borrell, con el ex presidente andaluz Escuredo y con otros ex altos cargos del bipartidismo español, como el hermano del ex ministro de Industria Miguel Sebastián.
Jueces, fiscales, inspectores de Hacienda y Administradores Civiles estatales mantienen puestos clave, conservando la cuota de influencia de la élite burocrática, con menos abogados del Estado, en pleno vuelo de regreso a los consejos del Ibex-35.
El barco Aquarius, la inminente exhumación de Franco, algunos impuestos y futuras medidas aún en los tubos de ensayo representan los recursos electorales que los dialogantes zorros esgrimen para llegar a las urnas en posiciones óptimas. Los poderes rectores del Euro, el capital financiero, las grandes empresas, el partido, los territorios y las elecciones parecen ser los principales grupos de interés reguladores de la acción de este ejecutivo.
El problema es el de siempre: la proyección del gobierno se limita a estos centros de poder e impedirá decisiones políticas de largo alcance. La presente crisis de las democracias avanzadas, acentuada con la Gran Recesión, tiene en esta esclerosis política una de sus principales causas. Esperemos que alguien sea capaz de verlo.
***Andrés Villena es doctor en Sociología, economista y periodista