1. Miquel Iceta (del PSC a ERC… o UDC)
La militancia de Miquel Iceta en el PSC desde que se afilió al partido al cumplir los dieciocho años es una de las mayores distorsiones de la lógica política española. Iceta, nacionalista de los de “ahora paciencia y después independencia… perdón… federalismo asimétrico”, ha defendido la imposición del catalán en todos los órdenes de la vida pública y especialmente en el educativo. En algunos momentos, como en sus periódicos enfrentamientos con Inés Arrimadas —su bestia negra particular por razones que parecen escapar de lo político—, su fervor nacionalista ha superado incluso el de Quim Torra.
Paladín del dogma de la "diferencia" catalana, es decir de la superioridad cultural e intelectual de los catalanes respecto a los españoles, ha convertido al partido del que ahora es secretario general en un caballo de Troya de la Constitución. ¿El objetivo? Volar por los aires uno de los principios básicos del Estado de derecho, el que defiende la igualdad de todos los ciudadanos españoles. En beneficio, duda ofende, de los catalanes nacionalistas.
Iceta no está solo en el PSC. Le acompaña gente como Núria Parlón, alcaldesa de Santa Coloma de Gramanet, o Núria Marín, alcaldesa de Hospitalet de Llobregat y némesis política de Celestino Corbacho. Ambas tan nacionalistas, si no más, que él mismo. El partido natural de Iceta, como el de Parlón o el de Marín, sería, en condiciones de estricta lógica política, ERC. Pero su pose beatífica, equidistante entre la ley y el delito, le condena más bien a la UDC de Antoni Duran i Lleida. El del hotel Palace de Madrid.
2. José Ramón Bauzá (del PP a Ciudadanos)
“Si alguien se quiere ir al partido liberal o al conservador, que se vaya” dijo Mariano Rajoy en 2008 antes de convertir el PP heredado de José María Aznar en el verdadero partido socialdemócrata español. La andanada iba dirigida, sin necesidad de especificar nombres, a esos sectores del PP a los que no convencía la desideologización del partido emprendida por el gallego. Pongamos por caso Esperanza Aguirre. Pero ahí podría haber estado también un José Ramón Bauzá cuyo liberalismo siempre le ha sentado al PP como a un santo dos pistolas.
A Bauzá le rondó por la cabeza impulsar una “alternativa liberal”, quién sabe si encabezada por él mismo, en el congreso que decidió el sustituto de Mariano Rajoy al frente del PP el pasado mes de julio. La cosa se quedo finalmente en un documento en el que el senador exigía rebajas fiscales, la reforma de la ley electoral y el fin de las concesiones al nacionalismo. El documento fue enviado a los candidatos a la presidencia del partido y adoptado en buena parte, aunque sin citar la fuente, por Pablo Casado.
El rumor siempre ha estado ahí. En algunos momentos, ese rumor ha alcanzado cotas de clamor. Quizá Bauzá nunca acabe en Ciudadanos. Pero es su partido natural, y él, al igual que Albert Rivera, lo sabe.
3. Pedro Sánchez (del PSOE a Podemos)
Un podemita atrapado en el cuerpo de un socialista o el transgénero por excelencia de la política española. Eso es el doctor Pedro Sánchez, que tiene de socialdemócrata lo que Santiago Abascal de independentista. Las dudas acerca de Sánchez (¿es un gris con suerte o un maquiavélico camuflado de torpe?) son exactamente las mismas que desató José Luis Rodríguez Zapatero en su momento (¿es un radical disfrazado de incompetente o un cándido de buenas intenciones incapacitado para el mero gobierno de una escalera de vecinos?).
El debate, por supuesto, está desenfocado. Pedro Sánchez es un populista de izquierdas, como lo era Zapatero y como lo es el partido en el que militan ambos y al que en estos momentos sólo diferencia de Podemos un cierto respeto, sin entusiasmos, al decoro en la vestimenta. Y sólo hay que atender a la admiración apenas disimulada de Zapatero por la dictadura venezolana, probablemente la más cruel del planeta junto con la cubana, la saudí y la norcoreana, para darse cuenta de ello.
Las neurosis políticas de Pedro Sánchez (Franco, diálogo con el nacionalismo, cesión de RTVE a la izquierda radical, nación de naciones, abandono de los catalanes y los vascos no nacionalistas, desprecio de la separación de poderes, justicia popular, políticas de la identidad, feminismo regresivo, indisciplina fiscal) no son las tradicionales del PSOE sino las de Podemos.
Que Pedro Sánchez no haya pedido ya formalmente la integración del PSOE en Podemos es uno de esos misterios que sólo se explican porque, de momento, el que ocupa la poltrona de la Moncloa es él y ¿para qué cambiar algo si todo parece marchar viento en popa? Veremos qué ocurre cuando le desalojen del trono.
4. Susana Díaz (del PSOE de Sánchez, Iceta y Calvo al PSOE)
Confiar en un miembro del partido socialista como valladar contra la ruptura del principio de igualdad de todos los españoles equivale a confiarle al zorro el cuidado de las gallinas. Y ese sí es un axioma de la vida política española, esa en la que el PSOE no ha perdido una sola oportunidad de perder una oportunidad.
Dicho lo cual, también es cierto que Susana Díaz es, junto con otros ilustres del partido como el antes mencionado Celestino Corbacho, Alfonso Guerra o Felipe González, el último mohicano en activo del PSOE "auténtico", si es que tal cosa existió alguna vez.
Por supuesto, sólo haría falta que Díaz se convirtiera en la nueva secretaria general del PSOE en sustitución de Aquel-Que-Nunca-Ha-Ganado-Unas-Elecciones para que a los catalanes y los vascos no nacionalistas les fueran dando por donde amargan los pepinos, si me permiten el coloquialismo. Pero todos los ateos nos volvemos creyentes cuando el avión atraviesa turbulencias y Susana Díaz es el último santo del santoral socialista en el que depositar la poca fe que nos queda a algunos españoles.
Como es obvio, Susana Díaz no necesita en realidad cambiar de partido. Sólo deshacerse de aquellos que lo han convertido en una franquicia del de Iglesias, Echenique y Monedero.
5. Santiago Abascal (de VOX al PP)
El PP de la caverna (la platónica) ha sido durante los últimos diez años poco más que la sombra chinesca que personajes como Mariano Rajoy o Soraya Sáenz de Santamaría han proyectado a su conveniencia sobre la pared de la cueva. Fuera de ella, y lejos de la pantomima de los embaucadores que mantienen encadenados a los militantes en su interior, espera su oportunidad un PP liberal, firme en su defensa del Estado de derecho y de la igualdad de todos los españoles, racionalista, positivista y conservador (aunque poco) en lo moral. Es un PP que sobrevive hoy día en gente como la senadora Esther Muñoz, Alejandro Fernández o el ya mencionado José Ramón Bauzá.
Ese es el PP en el que empezó a militar Santiago Abascal y que abandonó en 2013 decepcionado por el rumbo marcado por Mariano Rajoy. Abascal acusó en aquel momento al presidente del PP de "secuestrar al partido y traicionar sus ideas y valores". También, de "pisotear los estatutos" y de "ser los verdaderos disidentes del partido". Los votantes del PP que hoy en día recalan en masa en VOX lo hacen con argumentos muy parecidos a los de Abascal en aquel momento.
El que se ha movido, en efecto, es el PP, no sus votantes, que siguen donde estaban por aquel entonces. Ese corrimiento a la izquierda ha convertido al PP en un partido "de derechas" (cuando es un partido socialdemócrata clásico) y a VOX en "extrema derecha" (cuando es un partido de derechas). En cuanto al populismo de VOX, no me parece mayor ni más significativo que el de partidos como Podemos o el PSOE. No digamos ya que el de los partidos nacionalistas catalanes, el paradigma del populismo en nuestro país. Eliminado ese factor, el de la metodología populista como mecanismo de acceso al poder, VOX es el PP que siempre han imaginado los votantes populares.
Y de ahí que quizá el enunciado de este quinto punto de la lista esté equivocado: el que se equivocó de partido no fue Abascal sino Mariano Rajoy.