Los líderes globales acaban de estar estos días en Nueva York en la 73 Asamblea General de Naciones Unidas en la que la paz, la seguridad, el crecimiento sostenible, la defensa de los Derechos Humanos y el Derecho Internacional han estado en primera fila de una agenda global tan rebosante de retos como de nubarrones.
Las capitales de Europa han participado de esta cumbre en un cierto estado de shock, tras la llegada al 'mainstream europeo' -en palabras de la periodista de Le Monde Sylvie Kauffmann- de los populismos con su discurso autoritario, xenófobo y contra el otro encarnados por hombres alfa como Salvini y Orban.
Un discurso y un pulso contra los principios fundadores de la UE y la democracia liberal que se dirimirá en las próximas elecciones europeas, y que medirá el verdadero impacto de los partidos antisistema, con el populismo y la identidad como banderas en una oleada sin precedentes en Europa desde la década de 1930.
La cumbre de la ONU llegó en un momento de fragmentación y de extremismos, y en un tiempo de un crecimiento económico moderado que no perciben millones de personas. Ciudadanos que todavía sufren los efectos de una crisis que ha cumplido una década y de la que ha salido un tsunami llamado populismo que los efectos de la crisis financiera, económica, social y existencial sigue alimentando. El planeta sigue indignado con las élites.
La cumbre de la ONU llegó en un momento de fragmentación y de extremismos, y en un tiempo de un crecimiento económico moderado que no perciben millones de personas
En esta cita del multilateralismo, Europa ha llegado frente al espejo a sus peores amenazas y fantasmas del pasado, lo que de facto puede ser una buena oportunidad para relanzar un proyecto que siempre ha convivido entre el escepticismo y los pasos de gigante que se han dado.
No en vano, pese a los ataques, la Unión Europea es, sino la mayor, una de las mayores utopías del siglo XX, y que tanto simboliza ahora el proyecto del euro, una moneda común que aún necesita de un proyecto político, social y de gobernanza más fuerte y sólido.
Mientras Trump se convirtió en New York en una caricatura de si mismo, Europa rema desesperada con Macron, Merkel y Sánchez a la cabeza para salir del sonambulismo existencial que ha dejado la última década. Sintomática es la reacción de hace pocas semanas con votos históricos como el del Parlamento Europeo en relación a Hungría. Y rema precisamente en un marco geopolítico global cada vez más fragmentado y polarizado a golpe de tweets, del más agitador que presidente Donald Trump. Y con sobresaltos todavía de dimensiones desconocidas como el brexit y la injerencia electoral que se presagia en los próximos comicios que se avecinan a los dos lados del Atlántico.
Un líder norteamericano, precisamente, que es más seguidor de los líderes que buscan la deconstrucción de la UE en provecho del repliegue identitario que de los que apoyan el Estados de Derecho y los principios fundadores que se han dado los socios del club europeo desde su fundación.
Un líder norteamericano, precisamente, que es más seguidor de los líderes que buscan la deconstrucción de la UE en provecho del repliegue identitario que de los que apoyan el Estados de Derecho
Inverosímil hace poco más de cuatro años, una certeza real en el 2018. Y un motivo de vergüenza para muchos europeos que hoy asisten atónitos al acoso y derribo de un sueño de paz, seguridad, unión y libertad común basado sobretodo en la unión de la diversidad.
Los retos, por tanto, son urgentes para Europa. Ya nadie duda que diversos mandatarios han puesto una maquinaria que va de lo populista a lo autoritario pasando por lo xenófobo. Que va in crescendo, y con unas elecciones europeas a la puerta de la esquina que se van a convertir para muchos en un escenario en el que poder convertir los comicios en un referéndum contra la propia existencia de la UE. Va a ser por tanto esta contienda electoral un plebiscito sobre la democracia liberal frente a los extremismos populistas.
Un plebiscito en toda regla desde la democracia desde abajo del pueblo frente al autoritarismo de las élites antidemocráticas pilotadas desde Bruselas.
Está por tanto en juego la gobernanza europea, pero sobretodo la solidez de nuestras democracias y del proyecto común iniciado hace más de medio siglo.
El reto por tanto es tener un proyecto común y a contracorriente, porque es evidente que estamos a nivel mundial en un momento de mutación y repliegue 'trumpiano' tras la finalización del periodo de multilateralismo de Obama. Es el tiempo del repliegue y la identidad. Primero fue el brexit y desde entonces se ha extendido y consolidado e instalado en los relatos de un eje de países que va desde Suecia hasta las puertas de Libia. Y además con gran fuerza de gobierno.
El reto por tanto es tener un proyecto común y a contracorriente, porque es evidente que estamos a nivel mundial en un momento de mutación
En este mar de fondo, en el que Juncker ha pedido en el debate del estado sobre la unión de hace pocos días una soberanía europea que una a los ciudadanos de los estados miembros frente a la división del eje nacionalista, populista y xenófobo, el marco de las relaciones internacionales tiene a un líder y troll digital global, algo que tiene más de orwelliano que de estrategia a corto, medio y largo plazo, que funciona más a golpe de amenaza que de alianza, según lo que revelan y confirman algunos de los libros que se han publicado recientemente sobre la Casa Blanca.
Así, cada vez se hacen más pronunciados los retos globales que antes generaban un mínimo consenso y que ahora son motivo de agresión al otro, como el cambio climático, el comercio mundial o la defensa y seguridad globales. Europa, si sale unida de este envite, puede salir reforzada y más unida.
La realidad es que hay urgencias que necesitan acuerdos amplios, no repliegues nacionales, como los nuevos modelos de interferencia en los procesos democráticos, la aceleración tecnológica y la robotización en una globalización que sigue provocando desigualdad; o el cumplimiento de los objetivos de un modelo más sostenible, cohesionado y justo para 2030, con una cooperación más justa y eficaz en continentes que siguen asolados por crisis permanentes políticas, sociales y económicas y de desarrollo.
Todo ello en un momento paradójico: mientras la migración -por causa de conflicto, por causa económica, o por la movilidad que impone este siglo de la velocidad que muchos ya asocian a una sociedad del cansancio- es más que nunca una realidad imparable y se ha convertido en uno de los grandes retos para los Estados, reaparecen tambores proteccionistas y se acentúan repliegues identitarios que recuerdan a lo que sucedió en los años treinta del siglo pasado.
Europa ha llegado por tanto dividida a la cumbre de Naciones Unidas. Y llena de reproches. España, liderada por un gobierno que, parafraseando al ministro Ordóñez, vuelve a estar en el mapa de la mano del ministro Borrell y el presidente Sánchez, ante esta situación, tiene una oportunidad y casi una obligación moral.
Europa ha llegado por tanto dividida a la cumbre de Naciones Unidas. Y llena de reproches
Obligación de ser voz de una alternativa progresista del continente europeo, junto a países fundadores como Francia y Alemania, además de Portugal. Un proyecto plural, que busque la cohesión global, la promoción de la dignidad humana, la libertad y el estado de bienestar, y de los valores universales del proyecto fundador europeo.
Es el momento de liderar desde España un pacto de progreso global, desde los valores democráticos europeos, desde la cohesión social que se funde en un contrato para el bienestar, la paz, el estado de derecho y la equidad y la igualdad. Es el momento de una Europa moderna, unida, solidaria, laica, innovadora, social y sostenible.
Es el momento de portar la bandera universal de los derechos que se han conseguido y han dado el mayor bienestar europeo desde la Segunda Guerra Mundial. Y con el aprendizaje de la crisis, España debe liderar un proyecto social y progresista que incluya los nuevos retos globales -protección y seguridad, equidad y libertad, estado social en un mundo global y valentía ante retos como el calentamiento, la migración, la robotización y la desigualdad.
Frente a un proyecto unificador, global y de bienestar, la otra cara es desoladora.
Un camino que ya conocemos, y que se tiene que combatir desde la movilización social tanto desde los gobiernos progresistas como de mucha gente que está cambiando las cosas desde abajo, como describía en un manifiesto anti populista el profesor Cacciari el pasado 4 de agosto en el diario italiano La Reppublica.
Un manifiesto que tanta respuesta positiva ha tenido en Italia. Cacciari pedía unión y movilización de todos los que aún creen en un proyecto mejor. Desde las personas.
Hoy España también puede liderar ese cambio global aportando su proyecto para España y para Europa.
*** Pere Joan Pons Sampietro es portavoz en la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso por el Grupo Socialista.