Tras ganar el premio Planeta, Santiago Posteguillo habló de madrugada en Radio Nacional junto a la finalista Ayanta Barilli. Los dos respondieron a las preguntas de la entrevista con la tranquilidad con vistas que da el éxito. Cuando llega, a la realidad le salen balcones y entra una luz distinta, y así hablaban ellos durante la primeras horas del martes, un poco deslumbrados, sobre todo Posteguillo, anestesiado por una calma nueva.
El tono de las intervenciones del autor bestseller era delicioso. Acompañaba a su discurso, del que no sobresalía ninguna palabra, una retahíla de precisión, un bombardeo de buenas intenciones, la ametralladora de suavidades que exigen los tiempos. El conjunto resultaba sospechosamente perfecto. Avanzada la conversación era cada vez más real la parte oscura: el terciopelo que se extendía sobre el oyente mientras Posteguillo explicaba los simpáticos pormenores de la obra premiada escondía una elaborada estrategia que culminó al aparecer la protagonista de la novela, la olvidada Julia Domna.
Santiago Posteguillo se derretía hablando sobre ella. Denunciaba la condena de ostracismo que había sufrido durante siglos esta esposa de emperador empeñada en ser alguien en la vida política y pública de Roma copada por los hombres. Posteguillo no lo sabía pero se estaba señalando a él también, que ha vendido decenas de miles de ejemplares de novelas ambientadas en otras épocas y nunca había caído hasta ahora en la extraordinaria Julia y sus aventuras empoderadas. Para un experto como él, sólo hay una opción: si ya conocía la importancia de Julia, si tuvo un papel tan revelador, si el olvido de su figura ha sido flagrante, ha cometido durante años un error de bulto.
La casualidad ha querido que Posteguillo se acordase de la emperatriz Domna durante un año especialmente sensible para las reivindicaciones feministas. Durante el 8-M, por tomar una referencia, las mujeres expusieron una visión del mundo a la que le faltaba merchandising. El mensaje de aquel día lo entendió perfectamente Posteguillo, sus palabras en la radio reflejaban su permeabilidad, el éxito incuestionable de lo que se dijo aquel día. “Olvidadas”, “mi hija y mi esposa”, “la lucha de las mujeres”. Su producto es el definitivo. Pero con Yo, Julia el cuento milenario de la humanidad, tristemente, se repite: este hombre ha colocado en una esquina a su protagonista y le ha puesto etiqueta: 601.000 euros.