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. EFE Barcelona

LA TRIBUNA

La gran estafa piramidal del separatismo

El autor asegura que la sociedad catalana ha sido víctima de un engaño urdido pacientemente por el nacionalismo para alentar entre sus ciudadanos el rechazo a España. 

3 noviembre, 2018 00:18

¿Qué hacemos con los dos millones de independentistas? Demos por cierta esta cifra, aunque en el último remedo de referéndum hubiera personas que votaran cuatro veces. Asumamos que todos los votantes separatistas quieren la independencia y la quieren de la misma forma.

Aceptemos que se trata de un bloque monolítico que carece del derecho a cambiar de opinión (por ejemplo, ante la fuga de empresas) y dejar de apoyar el separatismo. Pero, ¿si hubiera dos millones de catalanes que apoyaran un Estado centralista, se admitiría el mismo argumento? Es lo que piensan la mayoría de “los catalanes del norte” que viven en el Departamento de los Pirineos Orientales (Francia).

¿Y si dos millones de personas se apuntaran a una secta que propugnara la destrucción del mundo? ¿Lo valoraríamos en términos del derecho a decidir o diríamos simplemente que están siendo manipulados? Pues bien, cabe plantear que una gran mayoría de votantes separatistas lo son porque están sufriendo una gran estafa por parte de sus líderes. Si esto es así, lo que habría que hacer no es permitir que el engaño se complete sino denunciar a los autores y métodos de tal engaño. Esto no supone despreciar a los separatistas, sean emigrantes agradecidos o de ocho apellidos catalanes.

No sería la primera vez que gente presuntamente ilustrada cae en las redes de un movimiento mágico-identitario que simplifica la realidad (nosotros los buenos/ellos los malos) y promete milagros. La Alemania de los años 30 era la sociedad más educada de Europa y ya sabemos lo que votó.

Hoy quedan pocas dudas de que la familia Pujol se ha lucrado ante la complacencia de las instituciones del Estado

El artículo 248 del Código Penal dice lo siguiente: “cometen estafa los que, con ánimo de lucro, utilizaren engaño bastante para producir error en otro, induciéndolo a realizar un acto de disposición en perjuicio propio o ajeno”. Tarradellas (ERC) vuelve del exilio con pocas ganas de armar lío y alertando contra las verdaderas intenciones de Jordi Pujol. Éste, era vicepresidente ejecutivo de Banca Catalana (fundada por su familia) y se vio implicado en un escándalo de presunta estafa bancaria. Curiosamente uno de los medios que más apoyó la inocencia y honestidad de Pujol, junto a La Vanguardia, fue el ABC de entonces quien, en pleno escándalo bancario, lo nombraría “español del año” (30 de diciembre de 1984). La verdadera estafa era ésta.

Hoy quedan pocas dudas de que la familia Pujol se ha lucrado, ante la complacencia de distintas instituciones del Estado y la ingenuidad de los ciudadanos. Para ello empleó la treta de asegurar que en Cataluña se respetaría siempre la Constitución y las leyes. De hecho, el pacto constitucional incluía renuncias mutuas (eliminar el centralismo a cambio de lealtad y renunciar al separatismo) y fue refrendado en Cataluña por una amplia mayoría del 90,5% del voto escrutado (2.701.870 votaron , ¿por qué estos millones valen menos?).

Pero la lealtad prometida nunca fue sincera. El engaño institucional continuó año tras año con cada pacto a la Ley de Presupuestos. Cada vez se aseguraba que con más dinero y más competencias (es decir lucrándose Cataluña a costa del resto) se acababa el problema del separatismo. En realidad, todo obedecía a una estrategia perfectamente diseñada de ir deshilachando hilo a hilo el cordón umbilical hasta que no quedara nada, al tiempo que se utilizaban los regalos presupuestarios para tejer una red de colectivos cautivos e instituciones separatistas dentro y fuera (embajadas) de Cataluña. Algunos protagonistas de la Transición han tardado casi cuarenta años en darse cuenta.

¿Qué ocurrió dentro de Cataluña? Cuando muere Franco, la mayoría social catalana quería democracia, quizás un marco de autonomía política, pero en modo alguno romper con España. Y eso que el mismo Franco, que supuestamente había sido especialmente terrible con Cataluña, visitaba frecuentemente la Abadía de Monserrat, era amigo íntimo de su abad Antonio María Marcet, y pensó en esta congregación como primera opción para ocuparse del Valle de los Caídos. ¿Qué hacer para convertir a ciudadanos normales, preocupados de sus cuestiones cotidianas, en fanáticos separatistas utópicos? Pues estafarlos dentro de una verdadera ingeniería social.

Convencieron a los emigrantes de que asumir los presupuestos separatistas era la mejor vía para ser aceptados 

Lo primero era conseguir la competencia de educación; por eso Pujol rechazó restaurar el Estatuto de Autonomía de la República (que no le otorgaba tal).

Segundo, llenar las escuelas de profesores y maestros separatistas.

Tercero, imponer el catalán como única lengua vehicular de la educación.

Cuarto, perseguir a los que hablaran (o rotularan) en castellano aunque fuera la lengua común del Estado y la segunda lengua más hablada del mundo.

Quinto, crear una red de televisiones y radios públicas al servicio de la manipulación separatista.

Sexto, lograr que el resto de medios privados sirvieran a la misma causa a través del chantaje y la subvención.

Séptimo, convencer a los emigrantes de que su asunción de los presupuestos separatistas era la mejor vía para ser aceptados y protegidos, y que cuanto más vehemente fuera esta conversión (y rechazo a sus orígenes) más reconocimiento y ventajas obtendrían; una oferta cual El Padrino, difícil de rechazar.

Octavo, imponer un relato fantasioso de la historia donde Cataluña sería una gloriosa nación independiente con siglos de historia mientras España nunca habría tal, cometiendo además sólo errores y horrores.

Noveno, defender que había que separarse de esa España poblada por seres inferiores que robaban a los industriosos catalanes; pues “solos estaremos mejor”.

Décimo, enmarcar todo esto en la fórmula mágica del “derecho a decidir” para venderla al mundo, ocultando que más de la mitad de la población vive marginada y perseguida social y políticamente.

Para ello la secta separatista no ha dudado en falsificar u ocultar documentos históricos (como que Companys era básicamente un asesino de catalanes católicos o que Rafael Casanova se sentía español y vivió plácidamente bajo el reinado de Felipe V) o estudios económicos (que siguen ignorando el impacto de la huida de empresas nunca prevista por los popes separatistas).

Para que la estafa caiga, basta preguntarse: ¿qué hacemos con los millones de catalanes que no son separatistas?

Se trata de una verdadera estafa piramidal en la cual para que no se caiga el chiringuito los participantes deben captar permanentemente a más adeptos para que en realidad solo se beneficien los que están arriba del cotarro, que son los que viven y lucran a cuenta de las mentiras separatistas. Y si hay que romper familias que antaño compartían mesa y mantel, pues se hace. Unos se forran mientras otros salen perjudicados sin ser conscientes de ello.

Jordi Pujol se libró de milagro de la cárcel por la presunta estafa de Banca Catalana (33 magistrados de la Audiencia de Barcelona votaron a favor de su absolución y 8 en contra). Después serían absueltos el resto del Consejo de Administración. En realidad, la estafa del separatismo mantiene muy similares mimbres a los de entonces: mismas familias detrás, mismo engaño, parecidos colaboradores necesarios y mismos paganos: todos los españoles, incluidos los catalanes.

Tal vez para hacer que la estafa piramidal caiga, basta preguntarse: ¿qué hacemos con los más de dos millones de catalanes que no son separatistas? Por no hablar del exilio catalán, que no es el Puigdemont y sus cortesanos, sino el de los miles y miles de catalanes que llevan abandonando Cataluña desde que empezó esta locura. ¡Que no te estafen!

*** Alberto Gil Ibáñez es escritor y ensayista. Es autor del libro 'La Leyenda Negra. Historia del odio a España' (Almuzara, 2018).

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