"En España se es siempre bienvenido en todas partes". La cita procede del Diario de un campesino del Danubio (1968) de Vintilă Horia. Condenado por sus publicaciones fascistas, este escritor huyó del régimen soviético en Rumanía. Tras un lustro en Buenos Aires, aterrizó en Madrid en 1953. Durante su exilio llegó a dominar la lengua y cultura españolas. Lean su novela sobre El Greco. Un sepulcro en el cielo (1987) pone esta frase en boca del pintor: "El destierro se volvía arraigo y yo no lo lamentaba de ninguna manera". En efecto, Vintilă Horia siempre sostuvo que vivir en España era un privilegio. Compañeros de exilio como Alexandru Busuioceanu (fundador y primer director del Instituto Cultural Rumano de Madrid, 1942) y George Uscătescu (catedrático en la Universidad Complutense de Madrid) hubieran estado de acuerdo.
Se estudia poco aquella generación literaria, cuyo activismo en la España franquista fue más cultural que político. Por otra parte, los referentes rumanos populares no son compositores como Enescu, artistas como Brâncuși o pensadores como Eliade, sino la tríada Drácula–Nadia Comăneci–Hagi. En su ensayo La transfiguración de Rumanía (1936), el filósofo Emil Cioran se preguntaba por la relevancia para el mundo de las "pequeñas" culturas rumana, búlgara o húngara. En Europa occidental, a muchos les parecían formaciones periféricas.
La perseverancia de Jaume Vallcorba (editorial Acantilado) publicando literatura de la Mitteleuropa contribuyó a revertir esta inercia en España. Sin embargo, nada ha cambiado tanto nuestra visión como la inmigración contemporánea. Entre 2008 y 2015, los rumanos fueron la minoría extranjera con más empadronados en nuestro país. Oficialmente, hoy son unos 700.000, pero la cifra real podría acercarse al millón. A juzgar por la última encuesta del CIS sobre Actitudes hacia la inmigración (2016), no los recibimos con los brazos abiertos. En la clasificación de inmigrantes que "caen peor", los rumanos ocupan la primera posición, por encima de los marroquíes.
¿Cómo se explica este rechazo? En primer lugar, existe un prejuicio general sobre Europa del Este, tradicionalmente percibida como atrasada. Por ejemplo, abundan las fuentes históricas que presentan a los rusos como "bárbaros" con un barniz de civilización. Cito a Roca Barea: "En líneas generales la opinión común es que los rusos son como unos europeos a medio cocer" (Imperiofobia y leyenda negra, 2016). La opinión occidental sobre los rumanos no es más positiva. Vean el polémico documental británico The Romanians Are Coming [Vienen los rumanos] (2015). Básicamente, presenta Rumanía como el Kazajistán de Borat (2006): un villorrio a cuyos habitantes les falta un hervor. Simpáticos, pero zafios y limitados.
Muchos españoles no distinguen entre gitano rumano (una minoría del país) y rumano a secas. Tampoco los telediarios
En España, los estereotipos sobre la rumanidad son parecidos: "Los hombres: burros, fuertotes, bebedores. Las mujeres: simples, coquetas, resultonas. Te sientes subestimada. He tenido que aguantar mucho", explica una rumana que llegó a España en 2004. Cuando trabajaba en Viajes Marsans, era la única empleada a quien no permitían llevar el efectivo de la caja al banco. También entrevisto a una gitana rumana dedicada al servicio doméstico. Denuncia que en su sector hay ofertas laborales con este requisito: "imprescindible española". Y ha visto cosas aún peores: "Piensan que si eres rumana estás tan desesperada que aceptarás lo que sea para ganar dinero. Te proponen de todo". Incluso sexo de pago.
Ciertos prejuicios proceden de la identificación de los rumanos con el pueblo gitano. Todos los entrevistados coinciden en que muchos españoles no distinguen entre gitano rumano (una minoría del país) y rumano a secas. Tampoco los telediarios. De ahí que apliquen al segundo los estereotipos sobre el primero. Aidan McGarry los disecciona en Who Speaks for Roma? [¿Quién habla por los gitanos?] (2010). Por un lado, está el tópico del gitano deshonesto y gandul, que vive de hurtos, chanchullos o limosnas. El sintagma "gitano rumano" evoca esta caricatura en algunas mentes. Por otro lado, la versión romántica es la gitana exótica, sensual y bailaora… pero oprimida y manipulada. Reservamos este estereotipo a los gitanos españoles, como muestra el folclorismo de Carmen y Lola (2018).
La autora rumana Anina Ciuciu publicó su autobiografía Je suis tzigane et je le reste [Soy gitana y lo seguiré siendo] (2013) cuando estudiaba en la Sorbona. El libro critica la gitanofobia institucional de Francia e Italia. Traduzco un pasaje por su interés para España: "Todas las noticias en prensa y televisión ofrecían las mismas imágenes de Rumanía: robos, prostitución, mendicidad. Sentí que era lo único que sabían sobre mi país y sobre mi comunidad". En este sentido, la tesis doctoral Los gitanos en la prensa española (2014) de Joan M. Oleaque es contundente: nuestros medios ofrecen una visión muy degradada de los gitanos rumanos, fuertemente estigmatizados como grupo por la asociación constante con sucesos y marginalidad.
Por eso muchos rumanos que viven y trabajan en España prefieren no ser identificados como tales. O al menos no como "inmigrantes/extranjeros", puntualiza la doctoranda Yara Pérez Cantador, que investiga su integración socio-lingüística. Dejaron atrás un país al que no quieren volver por bajos salarios y/o por racismo (en el caso gitano), y del que no hablan hasta que uno les pregunta mostrando buena fe. Tras salvar obstáculos como convalidar títulos y encontrar trabajo digno, hacen todo lo posible por adaptarse. A menudo, las circunstancias les fuerzan a aceptar empleos por debajo de su preparación.
Aunque está a solo tres horas de avión, Rumanía aún sugiere imágenes de lejanía y chatarra marxista
Sin embargo, hay muchos casos de rumanos españoles que alcanzaron sus metas profesionales. Y es injusto que no se conozcan estas historias de éxito: familias prósperas que regentan tiendas de productos rumanos en Alcalá de Henares; maîtres con cargos de responsabilidad en restaurantes; profesores, músicos y traductores que trazan puentes humanistas entre Rumanía y España. Cuando uno escucha su español, advierte el esfuerzo por aprender expresiones coloquiales, frases hechas y el argot del oficio. Una muestra de respeto por su país de acogida.
Es una lástima que esta deferencia no siempre sea correspondida. "Cuando te presentas como rumana suele producirse un silencio incómodo. Si dices que eres de Transilvania, reaccionan mejor", explica una instrumentista de esta región. Otra entrevistada añade: "Vengo de un pueblo rumano perdido, pero en casa leíamos a Dostoievski y escuchábamos música clásica. He conocido a españoles con prejuicios terribles sobre Rumanía a pesar de tener más medios y facilidades de acceso a la cultura".
Aunque está a solo tres horas de avión, Rumanía aún sugiere imágenes de lejanía y chatarra marxista. Desechemos estos clichés: el país ha cambiado desde los ochenta y el flujo migratorio ha remitido. Además, la mayoría de rumanos residentes en España está plenamente integrada. Muchos llevan aquí más de una década. Precisamente, hoy conmemoran el centenario de la unificación de Rumanía. Unámonos a su aniversario y celebremos los vínculos culturales entre ambos países.
*** Luis Castellví Laukamp es investigador postdoctoral Humboldt en la Universidad de Heidelberg.