De entre todos los éxitos que está teniendo la nueva derecha en Europa y América, el caso de Hungría seguramente merezca especial atención. En primer lugar, por tratarse de una de sus sedes más exitosas y desde hace más tiempo: Viktor Orbán lleva gobernando (si prescindimos de su anterior período en el poder, de 1998 a 2002, en que se confesaba democristiano) desde 2010, con tasas de un 48,9 % de los votos en su última y reciente reelección. En segundo lugar, porque es húngara una de las etiquetas con que este tipo de políticos se ha decidido a nombrar su propia ideología. Una denominación, además, bien contundente: “democracia cristiana no liberal”.
Mientras la primera parte de tal rótulo (democracia cristiana) puede retrotraernos al apacible tipo de partidos que, tras 1945, ha venido alternándose en casi toda Europa con los socialdemócratas en las tareas de gobierno, la segunda parte (la apuesta por una democracia no liberal) solo puede levantar las alarmas de quienes creemos en las libertades individuales. Pero ¿qué quiere decir exactamente esa expresión?
Para comprenderlo hemos de realizar dos pequeños viajes en el tiempo y uno en el espacio. El traslado espacial nos llevará curiosamente hasta el centro de Rumanía, no de Hungría. El motivo es que es en ese país vecino, en una pequeña localidad de mayoría húngara (Băile Tușnad), donde celebra cada año el partido de Orbán su escuela de verano. Ocasión que él aprovecha para proferir un discurso que en dos ocasiones, 2014 y este 2018, ha resultado decisivo para lo que nos ocupa: definir qué tipo de ideología defenderá.
En efecto, fue en julio de 2014 cuando allí se avanzó por primera vez la idea de un “Estado no liberal”. Orbán lo hizo con estas palabras: "La nación húngara no es una simple suma de individuos, sino una comunidad que debe ser organizada, reforzada y desarrollada; y, en este sentido, el nuevo Estado que estamos construyendo es un Estado iliberal, un Estado no liberal".
Cabrá acusar de muchas cosas al líder húngaro, salvo de falta de claridad. Orbán liga explícitamente su proyecto al de un Estado en que lo que importa ya no es el individuo y, por tanto, sus libertades individuales, sino el colectivo (“la comunidad”). Y esa comunidad además debe organizarse, reforzarse y desarrollarse desde el Estado: la simple suma de personas individuales nunca hará nada así. Es la nación, lo común, lo que prima.
Orbán liga explícitamente su proyecto al de un Estado donde lo que importa ya no es el individuo, sino el colectivo
El Estado no liberal que propone Orbán antepone pues la identidad grupal no ya solo sobre cada minúsculo ser humano concreto, sino incluso sobre la suma de todos ellos, si los miramos como meros individuos. No importan como tales, sino como miembros de su comunidad: una idea que dominó la política húngara durante todo su período comunista (1949-1989) y que vuelve, de la mano de esta nueva derecha, a recobrar todo su lustre.
Fue también en julio, pero del actual 2018, cuando Orbán completó ese enfoque, siempre en la misma localidad. El término que empleó esta vez fue ya más específico (“democracia cristiana iliberal”) y lo explicó él mismo así: "Democracia cristiana no significa defender las normas de la fe: en este caso, los de la fe cristiana. Ni a los Estados ni a los Gobiernos les competen las cuestiones relativas a la condenación o a la salvación. La política democrática cristiana significa que los principios de la vida originados por la cultura cristiana deben protegerse. Nuestro deber no es defender las normas, sino las características de la vida, tal y como se han originado desde aquellas. Ello incluye la dignidad humana, la familia y la nación: pues el cristianismo no intenta alcanzar la universalidad a través de la abolición de las naciones, sino por medio de la conservación de tales naciones".
De ahí que para Orbán este tipo de democracia, aparte de cristiana, sea “por definición no liberal o, si se quiere, iliberal”. ¿Qué se rechaza aquí con este repudio de lo liberal? Si en 2014 habíamos visto que se trataba sobre todo, en tonos inconfundiblemente nacionalistas, de negar que “la suma de individuos” deba primar sobre “la comunidad” o “la nación”, este año las cosas se han aclarado aún más.
Con “iliberal” Orbán no se refiere a que su democracia pierda elementos clave para las libertades como la separación de poderes o una prensa independiente (aunque en estos dos aspectos Hungría deje bastante que desear: casi todas las cabeceras críticas con su Gobierno se han ido comprando por potentados afines a este, que puede imponer fuertes multas a los medios independientes; y hay serias dudas también sobre la independencia judicial). En realidad, por “iliberal” Orbán entiende, siempre según su discurso en Băile Tușnad, lo siguiente: "La democracia liberal es proinmigración, mientras que la cristiana está en contra. Este es un concepto genuinamente iliberal. La democracia liberal defiende modelos adaptables de familia, mientras que la cristiana se basa en los fundamentos del modelo cristiano de familia. Esto es, de nuevo, un concepto iliberal".
Oponerse a la inmigración y abogar por el modelo tradicional de familia son elementos que Orbán considera "cristianos"
Tenemos, pues, que al nacionalismo ya defendido Orbán añade dos elementos que considera también “cristianos”: oponerse a la inmigración y abogar por el modelo tradicional de familia. (No entraremos ahora en la dudosa teología que le enseña que en los Evangelios, o en la tradición cristiana, haya un encomio de las identidades nacionales o un repudio de la inmigración; reconozcamos que con respecto al primer punto más de un obispo catalán podría darle toda la razón).
La conclusión es que para Orbán, como también ocurriera a finales del siglo XIX para el clérigo integrista Félix Sardá y Salvany, autor del panfleto El liberalismo es pecado, ser liberal y ser cristiano resulta incompatible; liberalismo y cristianismo son enemigos acérrimos y Orbán opta por el segundo para combatir al primero. Todo ello frente a una caterva de enemigos (la Unión Europea, la ONU, George Soros y probablemente se me olvide algún otro) que ansían (le cito de nuevo literalmente) “transformar Europa llevándola hacia una era poscristiana y posnacional”, cuando, en realidad, “la era de la democracia liberal ha terminado ya”.
Nacionalismo, antiinmigración, familia tradicional; primacía del grupo sobre las libertades individuales; contubernios extranjeros contra la propia patria; rechazo del liberalismo como una ideología ya caduca: se diría que el largo camino emprendido por Orbán para formular su nueva “democracia cristiana iliberal” al fin y al cabo no nos lleva tan lejos. De hecho, aterriza bien cerquita: todas esas ideas podrá reconocerlas fácilmente el lector avisado en los ideales nacionalcatólicos que, desde 1939 hasta 1975, rigieron nuestra propia España. Tal vez con la única excepción de la postura antiinmigratoria, dado que España durante ese tiempo fue nación más de emigración que de inmigración.
Hoy, en cambio, que las tornas a ese respecto han cambiado en nuestro país, ¿hay algún partido que entre nosotros defienda ese nacionalismo, ese modelo único de familia, esa desconfianza ante el inmigrante? ¿Puede considerársele, pues, nuestro particular modelo de “democracia cristiana iliberal”? O, dicho de otra forma, ¿cierto nacionalcatolicismo de antaño adaptado a un país de inmigrantes como el de ahora?
Las respuestas a estos interrogantes son libres pues, de momento, en España aún conservamos una democracia liberal. Pero ello no obsta para que algunas afinidades resulten especialmente iluminadoras: ¿cuál es el único líder político de nuestro panorama nacional que ha ido tan lejos como para afirmar en arrobo que Orbán “acierta en todo”? Terminemos, amigo lector, con un juego: intente averiguar la respuesta antes de pulsar en este enlace y compruebe luego si ha llegado a atinar.
*** Miguel Ángel Quintana Paz es profesor de Ética y Filosofía Social en la Universidad Europea Miguel de Cervantes.