El rabino Jonathan Sacks distingue tres etapas en la historia del antisemitismo:
1.- Durante la Edad Media, se odió al llamado "pueblo deicida" por su religión. En este sentido, la obra de Gonzalo de Berceo es ilustrativa. Sus Milagros de nuestra señora (siglo XIII) cuentan cómo los judíos de Toledo reviven la Pasión de Cristo con una figura de cera. La Virgen alerta a los cristianos, que en represalia arrasan la judería.
2.- En el siglo XIX y en la primera mitad del XX, proliferaron las teorías pseudocientíficas sobre la inferioridad de los judíos, a quienes se odió por su "raza". Por entonces la palabra tenía connotaciones culturales y nacionales a la vez que biologicistas.
Lean La rosa de pasión (1864) de Bécquer. Esta leyenda incluye el sacrificio ritual de una joven judía (enamorada de un cristiano) orquestado por su propio padre, un "judío rencoroso y vengativo, como todos los de su raza". Medio siglo después, Pío Baroja seguía lanzando invectivas parecidas en libros y artículos.
3.- Desde 1948, se odia a los judíos por el Estado de Israel.
Ejemplos cercanos ratifican la teoría de Lord Sacks. En abril de 2018, Pablo Iglesias moderó (es un decir) una tertulia sobre "El poder sionista en EEUU’" Transcribo algunas perlas de sus invitados: "Uno se puede preguntar si el lobby proisraelí dirige la política estadounidense"; "Desde Goldman Sachs hasta las grandes entidades financieras de Wall Street, prácticamente todas están en manos de judíos".
El Holocausto desactivó el antisemitismo de gran parte de la derecha; la izquierda regresiva sigue teniendo un problema
Mes y medio después, el líder de Podemos dedicó otro programa de televisión al conflicto israelí-palestino. Escogió un título ponderado:"Israel quiere a Palestina muerta". El contenido fue aún mejor, como demuestran estas perlas tertulianas: "Israel es un peligro para Europa"; "Los palestinos se enfrentan a una de las entidades más violentas del mundo". Por su parte, Pablo Iglesias denunció el "proyecto de derecha mundial" que está normalizando Israel.
Según el lugar común, se puede criticar a este país sin ser antisemita. Sin embargo, el antisionismo puede derivar hacia un antisemitismo más o menos disimulado. Los anteriores ejemplos son claros. En Fort Apache se habló de los judíos como si controlaran la industria del entretenimiento (Hollywood), los medios de comunicación (New York Times, CNN) y el capitalismo mundial (Goldman Sachs, Wall Street). También se denunció la existencia de lobbies sionistas con un "dinero fabuloso" y capacidad para mover los hilos de la política internacional. Se presentaron, en definitiva, las teorías conspirativas que desde hace siglos dan razones para odiar a los judíos.
Algo falla cuando un discurso izquierdista suena a Quevedo. Comparen las citas transcritas con la Execración contra los judíos (1633) del ingenio más antisemita del Siglo de Oro: "No hay cosa que se venda o se compre, por menudo ni por junto, vil ni preciosa, desde el hilo hasta el diamante, que no esté en su poder, ni estanco, ni arrendamiento, ni administración que no posean". Nada nuevo bajo el sol. De hecho, estos tópicos aparecen ya en Tácito y Cicerón.
Comento el asunto con Maria Teresa Massons, miembro de la comunidad judía de Barcelona. A su juicio, el Holocausto desactivó el antisemitismo institucional de la Iglesia y de gran parte de la derecha (exceptuando grupúsculos neonazis). Sin embargo, la izquierda regresiva sigue teniendo un problema.
El uso de emblemas del nazismo como Auschwitz para explicar el conflicto israelí-palestino revela una frivolidad intelectual
En el Reino Unido, el asunto se debatió a raíz del escándalo que salpicó a Jeremy Corbyn. Aquí aún no ha ocurrido nada semejante, quizás por el menor peso demográfico (y electoral) de nuestra población judía: unas 40.000-45.000 personas. Pero es significativo que judíos españoles no se atrevan a llevar la kipá en público para no revelar su condición.
Obviamente, no me opongo a las críticas al gobierno israelí per se. Podemos denunciar su política interior y exterior, los asentamientos y las violaciones de derechos humanos. Podemos reprender a Netanyahu como hacemos con cualquier gobernante del mundo. No obstante, como explicó la diputada laborista Anna Turley, debemos ser cuidadosos con el lenguaje. Denunciar políticas concretas es legítimo. Servirse de clichés antisemitas no lo es. Tampoco es aceptable demonizar a Israel o negarle su derecho a existir, pues no se exige a ningún otro Estado que desaparezca.
Un estudiante judío me transmite su consternación al escuchar, en centros educativos, comparaciones de Israel con la Alemania nazi. El uso de emblemas del nazismo como Auschwitz para explicar el conflicto israelí-palestino revela una frivolidad intelectual preocupante. Otro ejemplo: los tuits abyectos sobre el Holocausto de Guillermo Zapata (concejal de Ahora Madrid) y Barbijaputa (columnista de eldiario.es). Urge la lectura de Primo Levi e Imre Kertész, así como un visionado de Shoah (1985) de Claude Lanzmann.
Es habitual que líderes árabes quiten hierro al Holocausto. Lean esta entrevista del Syrian Times al sátrapa Bashar al-Ásad, agasajado por Zapatero en Moncloa en 2004. No hubo protestas por esta visita, como tampoco las hubo cuando Pedro Sánchez recibió al dictador chino Xi Jinping en 2018. En cambio, viene la selección femenina israelí de waterpolo y el grupo Boicot a Israel (BDS) entra en acción. ¿Por qué no organizan también campañas contra Siria, China u otros países que vulneran derechos humanos a mayor escala?
El antisemitismo, arraigado también en España, envenena la convivencia de las sociedades que lo incuban
En la toma de posesión de la Junta de Andalucía, Teresa Rodríguez prometió defender "a las personas más débiles de esta tierra frente a la cobardía del racismo, de la xenofobia, de la transfobia, de la homofobia y del machismo". Puestos a completar su listado, podría haber incluido el antisemitismo. Pero no lo hizo porque procede de una izquierda indolente ante el -ismo más antiguo.
Es un grave error. Pocas minorías han sido tan maltratadas en España como los judíos. La sombra de la expulsión (1492) y de la persecución de los conversos es alargada. Incluye la incomprensión y el olvido. Pienso en el legado histórico sefardí, cuidado por su interés turístico pero malinterpretado con frecuencia; o en joyas de la literatura criptojudía –El Macabeo (1639) de Miguel de Silveira o Sansón nazareno (1656) de Antonio Enríquez Gómez– que aún están por divulgar. Más recientemente, Primera memoria (1959) de Ana María Matute documentó el antisemitismo de la Mallorca franquista.
Comencemos la erradicación del virus allí donde el brote es más visible. Hace unos meses, Pablo Iglesias acusó a Vox de encarnar el "neofranquismo". Sin embargo, pocas fobias recuerdan más a Franco que la aversión a los judíos y a Israel, Estado al que el dictador nunca reconoció. Comparen la obsesión del "contubernio judeo-masónico" con la matraca izquierdista sobre los judíos como poderosa fuerza en la sombra. Hay similitudes inquietantes. Debemos denunciar estas teorías conspirativas procedan de donde procedan, pues el antisemitismo envenena la convivencia y socava la libertad de las sociedades que lo incuban.
*** Luis Castellví Laukamp es investigador postdoctoral Humboldt en la Universidad de Heidelberg.